O Santa Claus se enojará
La tercera incursión en el ecosistema productivo anglosajón por parte del noruego Tommy Wirkola, Noche sin Paz (Violent Night, 2022), está lejos del nivel de calidad de lo mejor de su carrera aunque indudablemente resulta una propuesta más interesante y mucho más coherente -a nivel formal y temático- que sus dos trabajos previos en inglés, las bastante más desparejas o quizás directamente problemáticas Hansel & Gretel: Cazadores de Brujas (Hansel & Gretel: Witch Hunters, 2013) y ¿Qué le Pasó a Lunes? (What Happened to Monday?, 2017), la primera una relectura de la archiconocida fábula del título desde el cine de acción y la segunda una odisea distópica con elementos de neo film noir. Dejando de lado sus dos parodias cinéfilas de bajo presupuesto, Kill Buljo: La Película (Kill Buljo: The Movie, 2007) y Kurt Josef Wagle y la Leyenda de la Bruja del Fiordo (Kurt Josef Wagle og Legenden om Fjordheksa, 2010), sátiras de Kill Bill (2003 y 2004), de Quentin Tarantino, y del found footage símil El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, a Wirkola le suele ir bien en serio en términos artísticos cuando encuentra un marco creativo propicio en el que pueda dejar volar su idiosincrasia gore y anárquica empardada al terror freak, justo en la tradición de Nieve Muerta (Død Snø, 2009) y su continuación, Nieve Muerta 2 (Død Snø 2, 2014), ese recordado díptico sobre zombies nazis imparables que retomaba el cine de Lucio Fulci, George A. Romero y Dan O’Bannon.
En este sentido vale aclarar que Noche sin Paz, como decíamos con anterioridad, no es para nada una película mala pero palidece un poco debido a dos razones, primero porque le tocó la difícil tarea de suceder a una de las mejores realizaciones de la trayectoria de Wirkola, El Viaje (I Onde Dager, 2021), comedia negra sobre un matrimonio (Noomi Rapace y Aksel Hennie) que pretendía matarse recíprocamente y se veía obligado a “suspender” tamaña misión a raíz de la inesperada amenaza de un trío de prisioneros fugados, y segundo porque Noche sin Paz abreva en un manantial relativamente seco y/ o temática ya algo saturada, hablamos por supuesto de la Navidad, tópico que año a año despierta un enorme volumen de productos nuevos en todo el planeta que rápidamente caen en el olvido, situación que por suerte no es el caso del film del noruego porque cuenta con méritos propios suficientes como para destacarse del lote cultural/ audiovisual de la indistinción. Wirkola sabe robar en materia de comedias malsanas recientes y por ello recupera al Santa Claus reventado del mítico Billy Bob Thornton de Un Santa no tan Santo (Bad Santa, 2003), de Terry Zwigoff, las “sorpresas” navideñas en secuencia de Better Watch Out (2016), de Chris Peckover, e incluso cierta concepción grotesca y horrorosa de la parentela promedio y hasta Papá Noel a lo Rare Exports (2010), del finlandés Jalmari Helander, y Krampus (2015), de Michael Dougherty, dos excelentes ejemplos de terror folklórico de festividades cargadas de ironía.
Aquí nuestro Santa Claus (David Harbour) es nada menos que un ex guerrero vikingo que lleva siglos repartiendo regalos y hoy por hoy atraviesa una crisis aguda porque extraña a su pareja, tiene un problemilla con la bebida y detesta el cinismo, la plutocracia y la codicia de niños y adultos por igual de todo el globo, así las cosas deja pasar el tiempo durante la noche de Navidad sentado en un sillón masajeador de una enorme mansión de Greenwich, en Connecticut, sin darse cuenta de lo que sucede en el lugar, específicamente una toma de rehenes ya que un comando de mercenarios a cargo del Señor Scrooge (John Leguizamo) anda en busca de 300 millones de dólares en efectivo que la dueña de casa, la magnate inmunda Gertrude Lightstone (Beverly D’Angelo), oculta en su bóveda personal, dinerillo que el gobierno yanqui le entregó para sobornos en Medio Oriente y que ella se quedó en medio de las intervenciones bélicas imperialistas. Mientras que Scrooge y los suyos abren la caja fuerte y esperan el arribo de otro grupo de elite pero al servicio de Lightstone, Santa opta por defender a la adorable nieta de la anciana, Trudy (Leah Brady), quien está de visita en el lugar junto a sus padres separados, Jason (Alex Hassell) y Linda (Alexis Louder), y su tía alcohólica, Alva (Edi Patterson), a su vez progenitora del influencer idiota Bertrude alias Bert (Alexander Elliot) y noviando con un actor del cine de acción Clase B, Morgan Steel (Cam Gigandet), tarado importante que pretende financiamiento para su próximo proyecto.
Honestamente el guión de Pat Casey y Josh Miller, el dúo de Sonic: La Película (Sonic the Hedgehog, 2020), de Jeff Fowler, y su secuela del 2022, es rudimentario y no sorprende a nadie su idea de combinar aquel veterano vengador de Rambo (First Blood, 1982), de Ted Kotcheff, el Papá Noel truculento de Noche de Paz, Noche Mortal (Silent Night, Deadly Night, 1984), trasheada de Charles E. Sellier Jr., el “agente externo” que le amarga la vida a los ladrones de Duro de Matar (Die Hard, 1988), opus de John McTiernan, y la resiliencia infantil pomposa de Se Acabó el Juego (36.15 Code Père Noël, 1989), de René Manzor, y su remake estadounidense no acreditada, Mi Pobre Angelito (Home Alone, 1990), de Chris Columbus. Mejor y más disfrutable que la similar Fatman (2020), de los hermanos Eshom e Ian Nelms, Noche sin Paz en primera instancia se beneficia mucho del muy buen trabajo de dos figuras que siempre parecen estar al borde del agotamiento profesional, Harbour y Leguizamo, aquí asimismo apoyados en el muy buen desempeño de la pequeña Brady y una reaparecida y perfecta D’Angelo, actriz recordada por la saga que comenzó con aquella Vacaciones (National Lampoon’s Vacation, 1983), de Harold Ramis, y en segundo lugar exprime con inteligencia esa simpática furia contenida -modelo mainstream, por supuesto- de escenas de acción semi gore con coreografías amenas y un montaje paciente de anclaje ochentoso, siempre presto a lucirse cuando Santa se enoja y muta en homicida non stop…