Viajar es un placer.
Cada nuevo proyecto del genial Jaume Collet-Serra despierta una gran expectativa entre los fanáticos del terror y el suspenso clasicistas, ya que el catalán ha sabido ganarse una posición privilegiada dentro del contexto cinematográfico contemporáneo y/ o el ámbito de las propuestas de género. El director parece obviar por completo la interpretación preciosista de Brian De Palma del andamiaje estructural hitchcockiano, y definitivamente gusta de abrazar la esencia misma de la obra del británico: esa duplicidad prototípica, el dinamismo narrativo, el tópico del “falso culpable”, los juegos psicológicos de dominación, la muerte como resolución tangible, la paciencia en cuanto al desarrollo, la “estrategia doble” del realismo formal en conjunción con un McGuffin de características ridículas, etc.
Dejando de lado a la crítica palurda y un opus por encargo de principios de su carrera, sus cuatro películas restantes constituyen un oasis para lo que suele ser la mediocridad del panorama actual: mientras que en el campo del horror centrado en “familias disfuncionales” encontramos a las extraordinarias La Casa de Cera (House of Wax, 2005) y La Huérfana (Orphan, 2009), con Liam Neeson parece haberse solidificado una sociedad maravillosa especializada en la construcción de thrillers de inflexión paranoica, materializados en la trilogía compuesta por Desconocido (Unknown, 2011), la presente Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014) y la futura Run All Night (2015). Hoy la claustrofobia elemental se aúna con la angustia y la configuración estándar de Eran Diez Indiecitos, de Agatha Christie.
Una vez más la sencillez de la premisa contrasta con una ejecución meticulosa y muy compleja: en un vuelo transatlántico, el agente aéreo Bill Marks (Neeson) recibe mensajes de texto de un extraño incitándole a “tramitar” un pago de 150 millones de dólares a cambio de no matar a un pasajero cada 20 minutos. Combinando el pulso de los relatos de entorno cerrado, las consabidas fórmulas del maestro inglés, ciertos detalles de los films de catástrofe y una coyuntura esquizofrénica post Torres Gemelas a la Jason Bourne, Collet-Serra vuelve a dar cátedra en lo que respecta a la dosificación de la tensión dramática, la reutilización de motivos ancestrales y el manejo de los focos de conflicto que van surgiendo de a poco a lo largo de una experiencia fascinante como no veíamos desde hace tiempo.
El realizador nunca deja que la acción furtiva eclipse a las vueltas de tuerca y el derrotero del protagonista (otro de esos personajes taciturnos que ya son “marca registrada” de Neeson). Non-Stop: Sin Escalas exprime con inteligencia todos los resortes del género en cuestión, parodia sutilmente los estereotipos raciales de la infame “guerra contra el terrorismo” y pone de manifiesto que aún es factible el suspenso tradicional en nuestros días, en los que el mainstream nos satura con vacuidad y CGI al por mayor. Llegando al desenlace, uno deduce que este podría haber sido un film de derecha de “crisis interna y soluciones drásticas”, pero al cineasta no le interesa la dimensión política: viajar es un placer porque los peligros son primitivos, humanos y -por consiguiente- universales…