Un poco de neurosis masculina.
Por lo general el cine francés ofrece por año un buen surtido de comedias populares -y un tanto simplonas- destinadas fundamentalmente al mercado interno, un esquema en el que suelen dominar las distintas variantes de la entonación romántica. Más allá de que en ocasiones nos encontramos con obras volcadas hacia la intolerancia y los vaivenes sociales, en la comarca cómica prevalece una suerte de “costumbrismo burgués” que gira sobre su propio eje y no habilita desviaciones sustanciales. Considerando este contexto, resulta bienvenido un trabajo como Nuestras Mujeres (Nos Femmes, 2015), ya que a pesar de que se suma a dicha tradición por lo menos combina subgéneros y hasta recupera componentes de tiempos menos políticamente correctos que los actuales (tan grande es la pretensión por quedar bien con todos los sectores que los opus se transforman en productos muy insulsos).
La última película del hoy director, guionista y actor Richard Berry unifica elementos de la comedia dramática, la del corazón y la empardada al suspenso, logrando una mixtura dinámica e interesante que no oculta su perspectiva extremadamente masculina. Lejos de las referencias que desencadena el título, el film en sí no le asigna importancia alguna a las parejas de los tres protagonistas y prefiere -en cambio- centrarse en una indagación en torno a los límites de la amistad que los une: en lo que sería una noche dedicada al relax y a jugar a las cartas, Max (Berry), un radiólogo pesimista, y Paul (Daniel Auteuil), un reumatólogo optimista y la contracara del anterior, están esperando a Simon (Thierry Lhermitte), un mujeriego chic dueño de dos peluquerías. Todo se va al demonio cuando Simon llega a la “sede” de la reunión, el departamento de Max, y confiesa que acaba de asesinar a su esposa.
Basada en una exitosa puesta teatral de Eric Assous, la trama desarticula lo que se esconde por debajo de la jocosidad del trío, saca a relucir la verdadera idiosincrasia de cada personaje y hasta se permite coquetear con la misoginia por el rol patético de las mujeres dentro de la estructura general (así las cosas, con el correr de los minutos van desfilando la aletargada/ aburrida, la ninfómana/ infiel y la dominante/ asfixiante). La neurosis masculina, por su parte, aflora cuando el pedido de ayuda de Simon, en consonancia con un posible estatuto de “complicidad” en el crimen, deja paso a la desesperación explícita y luego al facilismo de las decisiones apresuradas, lo que -a su vez- allana el camino para los conflictos y las visiones divergentes acerca de cómo lidiar con todo el asunto. El concepto de “solidaridad” empapa las contradicciones de los protagonistas y los ahoga a puro delirio.
Ahora bien, así como la propuesta puede ser leída como una obra sutilmente refrescante para los estándares de la industria cinematográfica gala, del mismo modo debemos aclarar que no incluye novedades significativas (si consideramos por separado cada módulo del relato) y parece contentarse con exprimir al máximo la capacidad histriónica de los actores (circunstancia más que comprensible por el generoso bagaje interpretativo del realizador). Sin duda lo mejor de Nuestras Mujeres se condensa en la primera media hora de metraje gracias a la estupenda introducción de los personajes y del catalizador de base, lo que sigue a continuación es una serie de secuencias apenas correctas salpicadas de furia, sarcasmo y destellos de esa promesa inicial. Un desarrollo sensato consigue la hazaña de que nos resulten simpáticas las miserias de un grupito de burgueses tan lelos como superficiales…