Difuminando la esfera privada.
Por fin tenemos a un ganador: hemos encontrado al peor film de lo que va del año y es un mamarracho que pretende autocatalogarse bajo la etiqueta “comedia”. Antes de profundizar en los problemas del convite en cuestión, vale aclarar que por lo general la noción de “desastre”, aplicada a una obra cinematográfica, suele abarcar exclusivamente la dimensión del contenido porque el grueso de las realizaciones mainstream no acumulan muchas fallas a nivel formal (de hecho, por ello llegan a la cartelera comercial con vistas a acrecentar las arcas de los productores vía “star system freelance” y acuerdos varios predigeridos). Los inconvenientes estructurales suelen ser muy sutiles y no habilitan aseveraciones subjetivas.
Ahora bien, visionar Nuestro Video Prohibido (Sex Tape, 2014) puede resultar en esencia una experiencia “fascinante” porque la susodicha hace todo mal. Ya no sólo es aburrida, conservadora, miserable y anodina, adjetivos que le caben a casi cualquier bodrio de la “nueva comedia americana”, las mumblecore, las sátiras de determinados géneros y/ o los productos híbridos como el presente. Estamos ante otra película que procura ser “zarpada” a partir de un lenguaje soez y referencias libidinosas que ya llevan décadas instaladas en las sociedades posmodernas. Más allá de los anacronismos, está el desacierto de pretender acoplar la supuesta “irreverencia” a la familia tradicional y el Hollywood más cuadrado.
El título, al igual que el opus en su conjunto, no deja nada a la imaginación (en lo que respecta a las verbalizaciones del devenir) y al mismo tiempo demuestra ser patéticamente cobarde (no hay cuerpos desnudos ni cópula): la historia se centra en Jay (Jason Segel) y Annie (Cameron Diaz), una pareja de lelos que deciden grabar un video porno amateur para “reavivar” su matrimonio, el que termina compartido en la “biblioteca pública” de una serie de iPads de familiares, amigos y conocidos de distinta índole, lo que por supuesto origina la necesidad de “borrarlo” en el transcurso de pocas horas. Las escenas se extienden más de lo debido, no generan ni una mínima sonrisa y para colmo son extremadamente derivativas.
No serían tan vergonzosos los puntos muertos, la torpeza narrativa, el tono autista, el “chiste de la cocaína”, el antiquísimo ataque canino, la falta de novedades, las semblanzas de “autoayuda sexual” y los diálogos bobalicones si con ellos sólo quedase de manifiesto la mediocridad absoluta del director Jake Kasdan y los guionistas Kate Angelo, Nicholas Stoller y el propio Segel; pero lamentablemente en la volteada cae también Diaz, quien a esta altura del partido revela signos irrevocables de que debería tomarse unas “vacaciones”. Nuestro Video Prohibido no es ni sexy ni divertida, limitándose a una exploración leve de la difuminación actual de la esfera privada en pos de un narcisismo cada vez más hueco…