La nueva película del director de O Fantasma, Odete, Morir como un hombre y A última vez que vi Macau es una de las apuestas más radicales del cineasta portugués dentro de una filmografía ya de por sí siempre audaz como la suya. Un western a-lo-Pasolini, una relectura de Deliverance: La violencia en nosotros, de John Boorman, combinada con la historia de San Antonio de Padua y el milagro de los pájaros (sobre el santo más popular en Portugal Rodrigues ya había hecho en 2012 el cortometraje Manhâ de Santo António). Por esos senderos tan diversos transita el nuevo opus de este director fascinante e inclasificable, que es también una película de aventuras, una comedia de enredos, un documental sobre la naturaleza virgen, un ensayo sobre los mitos y los simbolismos religiosos totalmente blasfemo, un viaje de redescubrimiento interior y, claro, una oda gay. La película de Rodrigues (que le valió el premio a Mejor Director en Locarno 2016) narra las desventuras de Fernando (Paul Hamy), el solitario ornitólogo del título que -en pleno viaje de exploración- sufre un accidente con su kayak en un río salvaje. Es rescatado de la muerte por dos turistas chinas que no son tan inocentes como aparentaban (lo mantienen horas atado y pretenden castrarlo). Luego se topará con unos jóvenes alcoholizados que realizan ritos y sacrificios satánicos y más tarde con un pastor de ovejas sordomudos. Y, siempre, están los pájaros siendo observados y observando (las subjetivas desde el punto de vista de las aves son antológicas). Pletórica de escenas absurdas (muchas de ellas geniales, otras no del todo logradas), El ornitólogo es una apuesta permanente a la sorpresa y la provocación. En un cine conservador y previsible como el actual la desmesura, el riesgo, el delirio y la abundancia de ideas que terminan desbordando los márgenes del relato se agradece. PD: La fotografía es del genial Rui Poças, no sólo responsable de la imagen de varias de las mejores películas del nuevo cine portugués sino también de Zama, de Lucrecia Martel. Una película para ver en sala, una experiencia completamente distinta a la de apreciarla en una pequeña pantalla de un dispositivo móvil, de una computadora o de una televisión.
Surrealismo místico El portugués João Pedro Rodrigues regresa al largometraje tras la magistral Morir como un hombre (Morrer como um homem, 2009) con una fuerza majestuosa gracias a O ornitólogo (2016), un viaje iniciático hacia la búsqueda de uno mismo. Fernando decide enfrentarse a la naturaleza contaminada de Tras-os-Montes en busca de cigüeñas negras, una especie en vías de extinción. Mientras observa a estos animales salvajes a bordo de su canoa, naufraga. Salvado milagrosamente por dos turistas chinos que están recorriendo el camino hacia Santiago de Compostela, escapa al bosque a la espera de encontrar el camino de regreso. El bosque, salvaje y misterioso, no tarda en mostrar su lado oscuro, sembrando a su paso obstáculos y encuentros cuando menos inquietantes. El suyo será un viaje iniciático hacia la búsqueda de sí mismo, de una iluminación mística pasoliniana, de lo pagano a lo divino. João Pedro Rodrigues es un maestro incontestable en el arte de la metamorfosis, de la confusión y del surrealismo. Hombres y animales, pasado y presente, vida y muerte, dolor y erotismo, realidad e imaginación son los dualismos que motivan O ornitólogo, un film onírico que mezcla a sabiendas apocalipsis y misticismo. El director explora los puntos de contacto entre las diferentes realidades existenciales, se adentra en el subconsciente del protagonista como si quisiera extraer por cirugía su esencia. El bosque, peligroso pero fascinante, y la belleza majestuosa de los animales que lo pueblan se convierten en la encarnación misma del mundo interior de Fernando: ambiguo, lacerado, sensual. El punto de partida de su última película es San Antonio, figura fundamental y omnipresente de la sociedad y la cultura portuguesas. O ornitólogo nace de la voluntad del director de entender de qué manera este Santo protector, tan querido en su tierra, vive dentro de él. Fernando (al que podríamos considerar como un San Antonio en devenir) encarna literalmente esta búsqueda de espiritualidad (totalmente vacía de religiosidad), esta sed de transformación que lo lleva hasta la fuente de su propio deseo. El director apoya su historia en algunos hechos biográficos ligados a San Antonio: la fascinación por la naturaleza y los animales, el naufragio, el haber salvado a un hombre gracias a su soplo mágico, enriqueciéndolo inmediatamente después con la propia imaginación y las propias vivencias. O ornitólogo es una película en la que nada es como parece, aunque todo es aparentemente posible, como en una leyenda que pertenece al pasado aun siendo aún increíblemente moderna. El bosque encarna este más allá imaginario donde el catolicismo, la superstición y la tradición se mezclan misteriosamente, sin pudor. La idea misma de religión se discute, como si de improviso e inesperadamente se le quitara la máscara. ¿No forma parte quizá también la religión de un mundo fantástico inventado por nuestra imaginación? Fernando vive en su piel una experiencia humana que limita la realidad y la ficción, a caballo entre el misticismo y el paganismo, todo ello condicionado por un impactante manto erótico. Un film blasfemo, regenerador y necesario.
Este es un film sobre la fe de un auténtico creyente. Rodrigues es nuestro predicador predilecto: filme lo que filme, cuente lo que cuente, todos nosotros creeremos en sus imágenes (y sonidos). La fe en cuestión no es estrictamente la cristiana, que es invocada en un relato insubordinado sobre un legendario personaje religioso portugués, San Antonio de Padua. La fe es aquí la que el director profesa por el cine. Solamente en el cine uno puede creer en los misterios del espíritu y en los milagros. La libertad secular de Rodrigues así lo entiende y por eso puede adentrarse en una tradición antigua y medieval y combinar el espíritu científico con la superstición. En principio, nada más lejos de un teólogo que un ornitólogo: el primero quiere contemplar lo inobservable, el segundo se atiene a las maravillas que le puede dispensar su visión auxiliada por unos binoculares.
El portugués João Pedro Rodrigues escribe y dirige O Ornitólogo, un extraño viaje hacia sí mismo que realiza un joven estudiante de las aves tras perderse por unos rápidos. O Ornitólogo comienza con Fernando y sus binoculares observando a las diferentes especies de aves que circulan por un bosque. Las observa en silencio y a lo lejos, para ser testigo de su comportamiento en el estado más natural para ellos. No obstante mientras navega por un río, aparentemente calmo, se distrae con una que le llama la atención y, por no querer despegar los ojos de ella, termina llegando a unos rápidos que lo hacen volcar y perderse. En ese momento entran dos personajes más: dos chinas jóvenes y cristianas que quieren realizar el Camino de Santiago pero que se hallan bastante desorientadas. Lo encuentran, lo rescatan… y lo atan, convencidas de que están malditas y que castrarlo va a ser el sacrificio que las libere. Ése es sólo el comienzo de un relato que lleva a Fernando a través de la selva, en medio de la naturaleza y las especies salvajes, con algunos (también extraños) encuentros más con otros seres humanos. Jóvenes borrachos que practican un peculiar ritual disfrazados, un pastor sordomudo, unas mujeres que cazan andando a caballo. Rodrigues entrega algunas escenas bellísimas, sabiendo aprovechar el marco que le sirve como escenario, desde lo general y desde lo particular. Y le imprime al relato un ritmo pausado que lo va tiñendo de misterio. Hay algo muy pesadillesco durante todo el metraje además. Todo va sucediendo de manera impredecible, hasta un final muy sobreexplicado desde lo simbólico, pero al mismo tiempo inesperado.
Al igual que la naturaleza que la circunda, plenamente abierta y misteriosa, la película de João Pedro Rodrigues se consagra a lo indeterminado. Como en Morrer como um homem (2009) mantiene la incertidumbre acerca del tono genérico; al igual que en O fantasma (2000) y Odete (2005), la experiencia homoerótica se hace presente; y en consonancia con A última vez que vi Macau (2012) hay una aventura exploratoria, un viaje sensitivo. De manera tal que O ornitólogo puede acaso entenderse como un compendio de uno de los directores más estimulantes de la actualidad. En un bosque que nunca se termina, Fernando observa las aves y sus desplazamientos. Un trabajo de curiosidad científica parece convertirse en una obsesión, cuyo eje pasa por la mirada en un juego de focalizaciones que instala cierto extrañamiento, como si el movimiento de los pájaros fuera un conjuro para lo que vendrá. Los distintos dispositivos ópticos utilizados como extensiones de la cámara, refuerzan el carácter inconmensurable de un espacio abismal. El idílico entorno entonces se vuelve amenazante y un accidente da lugar a una historia abierta a múltiples posibilidades y expectativas. La misma superficie desafiante de la película y sus variadas referencias religiosas, invitan a lecturas tendientes a descifrar símbolos, sin embargo, existe algo más poderoso y placentero que las mismas imágenes plásticas y pictóricas ofrecen. Por ello, el viaje que emprende Fernando da lugar al misterio, a la arbitrariedad, al azar, a una dimensión onírica que envuelve nuestra atención, interpelada para entregarse a la libertad que el mismo filme postula. Y de eso se trata, de consagrarse a la belleza de una experiencia increíble cuyo pilar cabe leerse como la transformación de la identidad de un hombre en un santo. La singularidad de Rodrigues, una vez más, surge de su capacidad por desorientarnos, por no regalarnos certezas. De modo similar al mundo natural, una fuente de sonidos y de signos impredecibles que atraviesan la pantalla, el cine representa para este director un espacio sin certidumbres, sin bordes genéricos de los cuales sostenerse. Al igual que otras películas en las que el marco natural se torna una pesadilla (El parque de Damien Manivel, El desconocido del lago de Alain Guiraudie, por citar dos recientes), la historia está estructurada en gran parte por la sintaxis de los sueños, sin embargo, nunca pierde de vista la matriz proveniente del legendario santo portugués, Antonio de Padua, como horizonte narrativo. Y si la fe atraviesa la historia, O ornitólogo es también una cuestión de fe en el cine, en su poder de persuasión hipnótica. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
La nueva película del realizador portugués de “Morir como un hombre” se centra en el extraño, revelador y místico viaje de un hombre a través de un río tratando de capturar el sonido de los pájaros. Película de extrañas aventuras con elementos de alegoría religiosa, es otra obra excepcional de un director único. En el Malba, los sábados a las 22. Un verdadero viaje, en el sentido más recargado de la palabra, es el que propone el director de MORIR COMO UN HOMBRE en su más reciente película. El filme, que le permitió ganar el premio a mejor director en el Festival de Locarno, comienza de modo relativamente convencional contando la historia del ornitologo en cuestión observando pájaros desde un kayak en un río. Sin embargo, los planos que lo muestran a él desde la perspectiva de los propios pájaros –y, claro, haber visto otros filmes de Rodrigues– nos hace sentir que pronto el asunto empezará a cambiar hacia otras zonas. Y lo hace cuando el kayak de Fernando se mete en una correntada y el hombre sufre un accidente del que lo recogerán, casi al borde de la muerte, dos caminantes chinas que están un tanto perdidas haciendo la peregrinación a Santiago de Compostela. Dos elementos hacen su entrada ahí: el religioso y una idea de extrañeza y misterio que va creciendo mientras Fernando sigue recorriendo esos bosques tratando de encontrar una salida o, al menos, algo de recepción en su celular para comunicarse con su pareja que lo busca y espera. Las caminantes chinas prueban ser un tanto más bizarras en su comportamiento de lo que él suponía y, una vez que literalmente se libera de ellas, el hombre va encontrando más y más personajes extraños y metiéndose en situaciones curiosas y peligrosas que no adelantaremos acá. Pero lejos está Rodrigues de trabajar tomando como referencia el relato de aventuras clásico a la DELIVERANCE: su devenir va volviéndose casi onírico, con encuentros que bordean los límites de la realidad. La película abre con una cita de San Antonio de Padua y pronto empezará a quedar claro que esta suerte de “via crucis” del protagonista está ligada, de una manera un tanto particular, a la saga de ese santo del siglo XIII. Y así, mientras los pájaros siguen observando los acontecimientos como testigos privilegiados, Fernando se va transformado, casi literalmente, en Antonio, y su “hoodie” (su buzo con capucha) bien puede hacer las veces de la vestimenta del cura franciscano de origen portugués. La religiosidad del filme va in crescendo y, los que conocen (seguramente más que yo) los episodios de la vida del santo reconocerán algunos de sus encuentros como virtuales relecturas de dichas situaciones, al punto que para la última parte ya tendremos hasta su famosa prédica a los peces. Pero en su bloque central Rodrigues va casi a contramano de cualquier texto religioso, empezando por las experiencias sexuales de Fernando en la playa (con un hombre llamado Jesús), sus encuentros con una extraña tribu y pasando por, bueno, ya verán cuáles otras cosas. Cuánto hay de real y cuánto de imaginado en las experiencias de Fernando es secundario (si bien haber perdido su medicación a manos de las chinas da a entender que todo esto pueden ser visiones). Lo central es compartir con él los singulares caminos por los que Rodrigues va llevando a esta especie de hombre que reencarna en un célebre santo, en una película que bien podría ser una combinación del Rossellini de FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS con alguna película de Apichatpong Weerasethakul. En su devoción por la materialidad de la naturaleza y los seres vivos –el bosque, el agua, los pájaros y los peces–, Rodrigues trata de darle a su filme una religiosidad desde la propia puesta en escena. Y es ahí, más aún que en lo específico y singular de los encuentros, que EL ORNITOLOGO se convierte en una experiencia, si se quiere, hasta sacra. O, como aseguran que el propio santo le dijo a los peces reunidos para escucharlo: “Bendito sea el eterno Dios, porque los peces de las aguas le honran más que los hombres herejes, y los animales irracionales escuchan su palabra mejor que los hombres infieles.”
El fantasma Fernando navega en una canoa sobre las verdes aguas del Duero. El joven ornitólogo observa a las aves en sus nidos entre los matorrales de la orilla o en la parte superior de un acantilado. El cuerpo robusto del protagonista filmado en cinemascope se pierde en los majestuosos escenarios despojados de toda presencia humana. Sin embargo, el hombre y el ave rapaz están en el mismo nivel. El primer contraplano nos revela que el científico también es observado y examinado en sus formas, sus gestos y sus desplazamientos. Un accidente en el río desvía al ornitólogo de su objetivo. La película se reinventa en lugares y situaciones donde las creencias paganas prevalecen sobre la civilización. La narración toma entonces un devenir onírico: caminos insospechados que combinan peligros y emociones singulares. El protagonista se somete a dos turistas chinas, tiene sexo con un pastor mudo y es asediado por unas amazonas a caballo. En sus tribulaciones al aire libre, nunca puede apoyarse en un hecho, un encuentro o un sentido unívoco. Todo tiende a la ambigüedad. El protagonista va hacia adelante, fugitivo, vagabundo, sin comprender su destino. Una cigüeña negra lo observa. Águilas, búhos y palomas esparcen su vuelo sobre los sinsabores terrenales con los que Fernando desmorona de a poco su identidad y comienza a verse como otra criatura. El cuerpo atado del ornitólogo evoca tanto la representación de un santo como la práctica del sadomasoquismo. Un eco del gran Pier Paolo Pasolini resuena en este gesto maravilloso que combina en un solo cuerpo situaciones eróticas y religiosas. João Pedro Rodrigues se sumerge en la naturaleza virgen del norte de Portugal mezclando mitos, leyendas y representaciones de distintas épocas en un viaje mutante, experimental, poético y misterioso.
La mirada de los pájaros - Publicidad - João Pedro Rodrigues es un cineasta que tiene una capacidad que muy pocos de sus colegas puede ostentar, y que consiste en darle una mirada adánica a aquello que registra, como si aquello que se proyecta en la pantalla fuera el resultado de una observación primigenia. En esta oportunidad, el realizador de Morir como un hombre se instala en un territorio fértil para esta operación estética: un paisaje agreste, a donde el ornitólogo del título (Paul Hamy) viaja para contemplar sus objetos de estudio. Rodrigues ofrece una serie de secuencias iniciales en donde se presenta la fascinación entre el personaje y los pájaros, que también observan (hay varias tomas subjetivas de las propias aves). Podemos pensar que El ornitólogo es una película sobre la mirada y sobre las operaciones culturales que modelan la forma de vincularse con lo salvaje, representado en diversas figuras que se le presentan al protagonista y que modificarán su destino para siempre. Al igual que el filipino Apichatpong Weerasethakul, João Pedro Rodrigues trabaja en su última película con una mirada sobre lo “cultural” en cruce y tensión con lo irracional, que se ubica en el caso del primero dentro de la órbita de lo maravilloso y en el caso del segundo dentro de la órbita de lo mítico/religioso. ¿Qué narra El ornitólogo? Ni más ni menos que ese cruce; un viaje (tanto una perdición como un redescubrimiento interior) en el que hay lugar para la comedia, el drama introspectivo, el erotismo gay, el suspenso y hasta el gore. Todos esos componentes se amalgaman a la perfección, precisamente porque se ajustan a la construcción de mundo a la que aludíamos antes. El ornitólogo se encontrará con dos jóvenes chinas fanáticas religiosas, un grupo de jóvenes que realizan extraños y truculentos ritos y un pastor sordomudo. Como en el caso del personaje principal, Fernando, que se pierde por culpa de la corriente del río, es recomendable que el espectador se deje llevar por este relato pleno en lecturas simbólicas y resignificaciones mitológicas. Rodrigues se revela como un cineasta lleno de ideas y muy capaz a la hora de conducirlas, con una libertad creativa que no es tan frecuente en el cine actual. En su película la figura de los pájaros es central, como no podía ser de otra manera, a tal punto que parte de la fascinación del personaje se transmite al espectador. Es a través de los pájaros, en la gracia de sus vuelos y de sus cantos, a partir de donde se gesta esta mirada autoral que no teme al absurdo (al contrario, lo incorpora) y que instala todo un universo.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El ornitólogo es el último largometraje del cineasta portugués João Pedro Rodrigues, el cual le valió el premio a mejor director en el Festival de Locarno y puede leerse como una adaptación libre y personal de la vida de San Antonio de Padua, patrono de Lisboa. En la soledad del bosque, Fernando (Paul Hamy) observa meticulosamente la actividad de las aves del lugar, a la vez que registra sus apreciaciones en un grabador de voz. Si en un primer momento, el protagonista mantiene una rutina de trabajo que se caracteriza por un distante y metódico acercamiento con fines meramente científicos, un accidente en su canoa lo lleva al interior del bosque, donde es testigo de una serie de eventos que escapan a la lógica cotidiana. A través de una puesta visual que recurre constantemente a la simbología religiosa (el sacrificio, la resurrección y la transfiguración, entre tantas otras), el director intenta reflejar el proceso por el cual el protagonista pasa de ser un científico ateo a un cristiano converso. Y lo hace de una manera poco convencional, recurriendo a situaciones cada vez más extrañas para un personaje que lentamente va entendiendo que tiene una misión más sagrada que científica. Es interesante cómo durante la primera parte de la historia, el registro fílmico de la naturaleza se caracteriza por un naturalismo acorde a la psicología del ornitólogo para, a medida que el protagonista va sufriendo la transformación espiritual, cambiar hacia una mirada más subjetiva y enrarecida por parte del director. En cuanto a su desarrollo argumental, el cual exhibe el mismo grado de libertad creativa que el tratamiento visual, el filme pone en escena encuentros fortuitos (o no) que con el correr de los minutos van evidenciando una carencia de lógica y realismo cada vez mayores, entre los que se pueden mencionar la captura del protagonista por parte de unas turistas chinas que planean castrarlo, un encuentro homosexual entre el ornitólogo y un pastor sordomudo del cual no sabemos prácticamente nada, y, tal como narra la leyenda de Antonio de Padua, una predicación del protagonista a unos peces. Queda claro en este punto, que la búsqueda del director excede las limitaciones narrativas que presuponen un verosímil basado en la coherencia estrictamente lógica, intentando, por el contrario, crear un mundo sugestivo y personal a través de una apuesta que apela más a los sentidos que al intelecto. Pero, también es cierto que incluso en el terreno de la fábula, algunas guías, aunque mínimas, son necesarias para poder identificarnos con el conflicto de los personajes. En ese sentido, la falta de un hilo conductor en la historia genera la sensación de que cualquier giro o aparición de nuevos personajes se encuentra en el espectro de posibilidades, haciendo que hasta el más extravagante hecho deje de sorprendernos. Más allá de eso, la idea de conjugar el imaginario religioso con lo salvaje y crudo de la naturaleza, pasándolo por el filtro de la subjetividad contemporánea, es por demás atractiva.