La estafa tiene cara de mujer.
Las ideas, cuando no abundan, tienden a reciclarse. A veces para bien, otras veces para mal, pero si dentro de ese batido con licuadora puede salir algo interesante, nunca está de más darle una chance. La trilogía conocida por estos pagos como La gran estafa, que protagonizaron en su momento George Clooney, Brad Pitt y gran elenco; tuvo su buena cosecha de miradas positivas, a tal punto que casi 20 años después del estreno de la primera entrega, nos encontramos con esta secuela con tufillo a reboot. ¿La novedad? Las protagonistas son todas mujeres. ¿La historia? Lo mismo de siempre.
Debbie Ocean (Sandra Bullock), hermana del conocido estafador Danny (personaje que interpretaba Clooney en la trilogía original) sale de prisión después de 5 años y con la ayuda de su socia Lou (Cate Blanchet) reclutan a un variopinto grupo de mujeres para llevar a cabo el robo de un collar de diamantes en la Gala del MET.
Hasta acá, cuento conocido. Lo que se suele esperar de una premisa tan parecida a su antecesora es que aporte algo nuevo, algo que parece que surgirá conforme la película avanza, pero queda a mitad de camino.
Para empezar, los personajes de Debbie y Lou son un calco de los viejos Danny y Rusty (y cuando digo un calco, me refiero hasta en el color de pelo). La dupla cerebro de toda la operación mantiene el mismo estilo y porte, con la diferencia que no se ve la misma química ni el mismo ensamble. Pese a las actuaciones correctas de las protagonistas, no se genera empatía por ninguna, por no mencionar a quienes las secundan, que casi están para rellenar un poco el elenco y darle continuidad a la trama (una lástima que Anne Hathaway esté tan deslucida).
La femineidad y elegancia son participantes omnipresentes de principio a fin, algo que la fotografía ayuda a realzar con cada plano detalle de los cuadros, esculturas y decorados del museo víctima del robo. Lamentablemente, el guion no corre con la misma suerte, demostrando unos baches argumentales imposibles de disimular. La trilogía predecesora está presente siempre, como si hubieran buscado hacer una continuación real, pero los actores originales no hubieran aceptado. En su lugar, recurren a las fotos, a cameos, a inventarle la muerte a uno de ellos, todo muy tirado de los pelos y sin acompañarlo con ningún elemento que ayude a desarrollar a los personajes principales o al menos dar una explicación coherente de por qué hacen lo que hacen. Pareciera como si lo más importante fuese hacer lucir a las mujeres con los mejores vestidos de diseño, pero con eso solo no alcanza. No alcanza con querer instalar la cuestión de “continuidad” cuando en realidad no se propone nada nuevo más que cambiar el género de los protagonistas.
Esta película, que llega en pleno auge del #MeToo y el nuevo rol de las mujeres en la industria, aporta el entretenimiento justo y necesario que se puede esperar del género, con la salvedad de que no se puede ver más allá del glamour y el cotillón que la empapan.