Sobre la amnesia programada.
Por supuesto que cada género del entramado audiovisual arrastra un colorido catálogo de obsesiones temáticas, manierismos y fetiches con respecto a determinada arquitectura general de los relatos que despliega; los que paulatinamente construyen una identidad que en momentos históricos progresivos resulta mutable y siempre abierta al cambio, a contraposición de la licuadora reaccionaria del mainstream de nuestros días, que lo único que hace es combinar elementos petrificados sin la más mínima actitud renovadora. El “cortar y pegar” tuvo un dejo de vanguardia durante la década del 90, cuando el campo cultural se volcó a la nostalgia, pero hoy ya no sorprende a nadie y definitivamente cansa.
Consideremos por un instante las historias de espionaje y la vieja premisa de la amnesia programada del agente de turno, sin duda uno de los ardides más recurrentes -y también de los más cercanos a la ciencia ficción- de aquellos thrillers que nacieron con la Guerra Fría: mientras que la televisión a lo largo de los años se especializó en la vertiente cómica de dicho planteo narrativo, al cine le tocó la orilla más severa y las consecuencias menos felices del saberse ajeno a la propia vida. Así las cosas, la doble identidad suele poner en cuestión la seguridad de un devenir apacible que de a poco se viene abajo a medida que el “héroe” descubre que es una máquina de matar latente, siempre a la espera de ser activada.
Respetando a rajatabla el canon de una infinidad de propuestas similares, Operación Ultra (American Ultra, 2015) es un ejemplo maltrecho de la tendencia porque si bien a nivel formal se nos presenta como una suerte de comedia de acción con detalles extraídos tanto de la pantalla chica como del séptimo arte, la verdad es que como comedia claramente no funciona ya que el acento dramático tapa los pocos chistes existentes, los cuales por cierto son muy derivativos. Aquí el agente encubierto de la CIA -que desconoce su naturaleza- es Mike Howell (Jesse Eisenberg), un pueblerino lelo y fumón en pareja con Phoebe Larson (Kristen Stewart), quien en términos prácticos hace también de la “madre” del susodicho.
El dúo protagónico en ocasiones parece igual de perdido que el propio film, tratando de amoldarse a un guión que no sabe hacia dónde está apuntado y que nos remite a esos pastiches posmodernos sin personalidad a los que nos referíamos anteriormente. Desde ya que no se podía esperar casi nada del realizador Nima Nourizadeh, cuyo único antecedente era la lamentable Proyecto X (Project X, 2012), sin embargo uno hubiese apostado que el sentido común iba a prevalecer, dotando a la obra de intrepidez o un núcleo cohesionante. Por suerte la película encuentra una especie de redención -aunque sea en parte- en las interesantes secuencias de acción, un placebo para tanto conformismo sin pies ni cabeza…