Ali (Forest Whitaker) y Brian (Orlando Bloom) son dos policías que viven en una Sudáfrica post apartheid. De personalidades distintas, de todos modos pocas cosas los diferencian además de su color de piel. Las vidas de estos dos hombres, uno más calmo, el otro más descontrolado, son a simple vista un desastre, marcadas por la soledad.
La película del director francés Jérôme Salle es un relato oscuro y violento en forma de policial. La trama comienza con la aparición de una joven (blanca) asesinada de manera violenta. A partir de acá comienza una investigación en la que ambos policías trabajarán en conjuntos y derivará en algo más turbio, un negocio con drogas de diseño.
A medida que la trama avanza y se va tornando más oscura, las vidas de ambos también caerán cada vez más en esos tonos. En la imposibilidad de sentar cabeza o de dejarse querer.
De repente este caso comienza a transformar sus vidas y se ven obligados a hacer frente a sus demonios internos, alcoholismos, problemas de relación, infidelidades o rencores y reproches familiares.
El film transita cada una de estas tramas y subtramas de manera lineal en un territorio poco amigable convirtiendo a Sudáfrica en un personaje más.
Adaptación de la novela de Caryl Ferey, Salle dirige un film con un guión bien desarrollado e inteligente que va develando capas de manera gradual.
Las actuaciones principales sobre todo están muy bien, sorprendiendo un Orlando Bloom muy alejado a la imagen que supo crear tras unos años un poco olvidado en el cine (más allá de alguna participación, como el retorno de su Legolas para la trilogía de "El Hobbit"), mostrando una faceta mucho más madura de su carrera.
Una película oscura, bien realizada y contada, pero dura, con escenas violentas que más allá de no ser gratuitas en este relato sí resultan fuertes.