Un niño corre desesperado en una desolada calle sudafricana de Ciudad del Cabo. La imagen muta en el mismo niño, pero ya convertido en un hombre, corriendo sobre una cinta en su departamento. Ambos tienen algo en común: la tristeza en sus ojos. Desde ese punto sensible se dispara “Operación Zulú”, el filme de Jérôme Salle, que hace foco en el apartheid para retratar un policial violento, en donde la intención de justicia y venganza se cruzan en límites difusos, más allá de la intención del director de privilegiar la justicia como mensaje. Ali, protagonista clave en la trama (Forest Whitaker), es un policía que está en la vereda de enfrente de la felicidad. Su gesto adusto sólo cambia cuando ve a su madre, pero no puede alcanzar el placer sexual (la película revelará los motivos) y está obsesionado por combatir, junto a dos colegas, una red de narcotráfico. Pero lo que parecía una droga más terminará siendo una compleja sustancia química, con consecuencias violentas en quien las consuma. El director, en una vuelta de guión demasiado pretenciosa, quiso reflejar un plan maquiavélico del poder político en tiempos de la segregación racial sudafricana y sumó demasiada distorsión al filme, tanto que casi arruina la propuesta original. Con todo, la película mantiene al espectador atado a la butaca hasta el final y pese a lo explícito de algunas escenas sanguinarias, vale la pena sentarse a verla.