Alcohol contra la indiferencia
A Thomas Vinterberg siempre le cuesta retomar el camino de la excelencia una vez que ya anduvo recorriendo géneros, temáticas o ámbitos profesionales que no maneja del todo bien, en este sentido basta con recordar que su carrera aglutina tantos films maravillosos o interesantes como fallidos o apenas correctos: dentro del primer rubro se puede enumerar a las extraordinarias La Celebración (Festen, 1998), Querida Wendy (Dear Wendy, 2005), Submarino (2010), La Cacería (Jagten, 2012) y Lejos del Mundanal Ruido (Far from the Madding Crowd, 2015), y en lo que respecta al segundo grupo -el menos agradable- se puede nombrar a obras deficitarias variopintas como su ópera prima Los Grandes Héroes (De Største Helte, 1996), su debut anglosajón Todo es por Amor (It’s All About Love, 2003), la comedia Cuando un Hombre Vuelve a Casa (En Mand Kommer Hjem, 2007), la digna pero no mucho más La Comuna (Kollektivet, 2016) y la epopeya de submarinos Sumergidos (Kursk, 2018), quizás su trabajo más cercano al cine de género. Aquí vuelve a colaborar con su coguionista habitual Tobias Lindholm, aquel de Submarino, La Cacería y La Comuna, él mismo un gran director responsable de R (2010), El Secuestro (Kapringen, 2012) y A War: La Otra Guerra (Krigen, 2015), y por suerte la película resultante, Otra Ronda (Druk, 2020), se ubica fácil entre lo mejor de la producción artística de Vinterberg, aquí nuevamente retomando en parte el Dogma 95 de la mano de un desarrollo dramático sin artificios banales de raigambre hollywoodense y pegado a la realidad y sus paradojas, enfoque que en esta oportunidad abarca a la influencia del alcohol en la vida de los seres humanos tanto en lo positivo como en lo negativo/ dañino sin que importen los discursos castradores y muy reduccionistas de fetichización de la asepsia, la pureza y la salud de los sectores burgueses profesionales del espectro social, mediático y cultural de nuestros días.
De hecho, el proyecto empezó como una adaptación de una obra de teatro que el realizador había escrito muchos años atrás y que estaba más centrada en los rasgos benéficos del consumo de alcohol vinculados a la sagacidad en público y la pérdida de inhibiciones en el trato con el prójimo, sin embargo el fallecimiento en 2019 de la principal propulsora de la traslación a la gran pantalla en un accidente automovilístico, nada menos que su hija de 19 años Ida Vinterberg, llevó al cineasta a ennegrecer/ complejizar el retrato de las bebidas blancas y transformar a toda la faena -por entonces en pleno proceso de rodaje- en una fábula hiper realista sobre la crisis de la mediana edad en los varones, el doble filo de la cultura del alcohol a borbotones y la necesidad imperiosa de disfrutar la vida a pleno sin dejarse deprimir por la mediocridad del contexto inmediato, las repeticiones incansables del caso, las estupideces de familia y colegas, la falta de creatividad vitalizante, los problemas cotidianos más vulgares y la desaparición intrínseca de aquella vocación que nos hizo empezar a hacer algo por gusto o simple pasión incontenible. El relato se centra en cuatro profesores de un gymnasium danés, léase una especie de liceo especializado en mediar a escala de los contenidos entre la educación secundaria y su homóloga universitaria, por un lado, y en filtrar el acceso a esta última mediante el desempeño concreto de los alumnos, por el otro lado, hablamos del docente de historia Martin (el genial Mads Mikkelsen vuelve a trabajar con Vinterberg luego de La Cacería, hoy reconfirmando toda su maestría), el de música y canto Peter (Lars Ranthe), el de educación física Tommy (Thomas Bo Larsen) y el de psicología Nikolaj (Magnus Millang), cuatro amigos que se sienten hastiados de la rutina pedagógica y sobre todo de la rigidez de las autoridades del establecimiento y de la ausencia de verdadero interés por parte de los jóvenes hacia el quid del plan de estudios.
En el cumpleaños número 40 de Nikolaj, celebrado en un restaurant elegante, el mismo agasajado comenta una teoría del psiquiatra y filósofo noruego Finn Skårderud acerca de que los seres humanos nacen con un contenido de alcohol en sangre 0,05% demasiado bajo, lo que implicaría que resulta beneficioso mantener ese nivel de alcohol para sentirse más relajados, más valientes y más propensos a los cambios basados en la autoconfianza y las urgencias del propio espíritu, sin doblegarse ante el parecer de los otros. Dicho y hecho, Martin es el primero que apuesta a emborracharse sutilmente durante el horario laboral para luchar contra la indiferencia mutua entre él y sus alumnos y recuperar la alegría de antaño, cuya extinción prosaica le está costando la relación con su esposa Anika (Maria Bonnevie) y con sus dos hijos adolescentes, y el experimento arroja resultados muy atractivos porque efectivamente el alcohol mejora su desempeño en el salón de clases -haciéndolo más efervescente e impredecible como profesor- y conduce a Tommy, Nikolaj y Peter a copiarlo bajo la idea de escribir un ensayo sobre la teoría de Skårderud, acordando en conjunto no beber más allá de las ocho de la noche ni los fines de semana. Como era de esperar, los primeros momentos son placenteros pero cuando los hombres se ponen ambiciosos y elevan el volumen de alcohol consumido a diario se hacen más evidentes los efectos negativos del asunto a nivel de las peleas con sus familias, los posibles accidentes, el comportamiento errático y la típica adicción de turno, con el veterano Tommy especialmente convirtiéndose en alcohólico, siendo despedido del colegio y suicidándose después de mucho tiempo de vivir en soledad, apenas con su perro. Anika abandona a Martin pero luego del funeral de su amigo pretende volver con su ex, lo que desencadena que el susodicho, Nikolaj y Peter se sumen a una comitiva de estudiantes egresados en una fiesta con alcohol de por medio.
A diferencia de tanta odisea aleccionadora literal del mainstream anglosajón y sus múltiples duplicados berretas del resto del globo, todos melodramas bobos de autodescubrimiento y rehabilitación, Otra Ronda funciona como un cuento naturalista fascinante para adultos que no romantiza ni tampoco condena la ingesta de alcohol porque la misma explícitamente ofrece consecuencias positivas y negativas para los sujetos, quedando en cada uno ser responsable de sus actos, no dañar al prójimo y hacerse cargo del detalle siempre incómodo de que el alcohol no te obliga a hacer nada que el consumidor no quisiese hacer mucho antes de la ingesta del líquido en cuestión, lo que sin dudas significa que los demonios de cada uno -valga la redundancia- son particulares y el alcohol no es más que un catalizador circunstancial como puede serlo prácticamente cualquier cosa, circunstancia o persona, sean éstas del rango del éxtasis, la angustia, la furia o las represiones psicológicas de larga data. En lo que atañe a la crisis masculina de la mediana edad, el otro gran eje del opus de Vinterberg, el convite tampoco cae en corrección política alguna y señala sin tapujos hasta qué punto los hijos y la pareja pueden ser factores asfixiantes en la mente del varón por la constante presión que ejercen aún estando en “modalidad pasiva” sin quejas permanentes símil integrantes de lo que podría ser una familia latina, con la fémina sobre todo mutando en un agente censurador constante que demoniza al macho por esto o aquello en función de las diferencias ancestrales entre los sexos a la hora de lidiar con los inconvenientes que van surgiendo en la vida en general o la convivencia en términos específicos, así la mujer casi siempre pretende hablar y hablar y resolver varias cosas en simultáneo y el hombre prefiere el silencio y con suerte encarar un problema a la vez, si no es que directamente se queda inmóvil en el lugar simbólico donde se encuentra a la espera de que todo se solucione solo.
La perspectiva que utiliza Vinterberg en ocasión de Otra Ronda es muy inteligente porque en esencia combina un ingrediente cultural atemporal, la férrea cultura alcohólica full time de los países del Primer Mundo (se bebe para festejar un gran acontecimiento, para finalizar el día, cuando se está deprimido, cuando no pasa absolutamente nada, en medio de salidas recreativas con allegados, etc.), y un ingrediente paradigmático -y cada vez más hermanado al previo- de nuestro presente, nos referimos a la tendencia a evadirse de la realidad a través de componentes semi mágicos que vengan de la nada a solucionar un todo complejo de disgustos y obstáculos que lejos están de habilitar fórmulas, atajos o recetas esquemáticas (como decíamos antes, el alcohol no soluciona ni provoca de por sí nada ya que el agente inconmensurable de la creación o la destrucción siempre es el sujeto, una verdad que las sociedades irresponsables y pueriles de nuestros días no desean reconocer y por ello caen en prohibiciones, acosos, hipocresía y hasta simplificaciones que demonizan a las bebidas blancas como si tuvieran conciencia propia y que al mismo tiempo prohíben drogas mucho menos nocivas/ más beneficiosas como la marihuana). Muy lejos de la basura new age y los manualcitos de autoayuda para capados, abstemios y burguesitas aburridas del nuevo milenio, desde las vegetarianas a las fanáticas del yoga, el film que nos ocupa subraya sin culpa la sensación de bienestar que produce el alcohol y de paso refuerza aquello de que “mucho de cualquier cosa termina siendo perjudicial”, algo que no sólo abarca a las bebidas blancas sino también al amor, el odio, los amigos, los colegas, el trabajo, los hobbies, el barrio, la escuela y cualquier otro estado/ ámbito/ compañía que pueda transformarse en obsesión al punto de motivar una enajenación que subordine todas las otras dimensiones de la vida a un único plano absolutista de esta frágil existencia, siempre falible e imperfecta…