Los inicios de la magia
En una primera aproximación, pareciera que son varias las películas que conviven en Oz, el poderoso. Como si esta improbable precuela del clásico film que protagonizó en 1939 Judy Garland no terminara de decidirse por una identidad propia, demasiado atada a la historia de su punto de partida posterior (si se permite el oxímoron), El Mago de Oz.
La empresa no era sencilla: contar la génesis, el "origen secreto" del poderoso Oz y su relación con la mágica tierra del mismo nombre. El relato comienza muy bien; en un cuidado blanco y negro y con una pantalla 4:3 (la pantalla casi "cuadrada" de los antiguos televisores), se presenta, en exquisitos plano-secuencias, un simpático circo de pueblo. Allí hace su entrada Oscar Diggs, más conocido como el mago Oz (James Franco), un encantador de varieté que sobrevive con trucos baratos y aprovechando su “viveza” para relacionarse mezquinamente con cuanto ser se cruza por su camino.
Ese cuadro introductorio es perfecto, con la dosis justa de información. El director Sam Raimi parece haber puesto todo su gran oficio narrativo en estos primeros 20 minutos, luego de una hermosa secuencia de títulos de apertura. Vaya paradoja, el corazón cinéfilo de Raimi se quedó en el circo ambulante, más cercano a lo que uno imagina como sus intereses característicos de acuerdo a su filmografía, e ingresó, de a ratos, en el mundo de Oz.
No faltó mucho para que se nos contara que Diggs desea ser alguien más allá de un hombre común y, por esas cosas del destino épico, es arrasado por un tornado que lo deposita en la tierra mágica de Oz, donde es esperado cual mesías para salvar a los seres buenos de las garras de la malvada bruja Evanora (Rachel Weisz). Obvio, Diggs encontrará la redención en esta cruzada, entablando relaciones especulares a las que poseía en el mundo real, con seres mágicos que lo ayudarán a definir su identidad. Es en este núcleo de la historia, en el camino hacia la consolidación definitiva de Diggs como El Mago de Oz, donde el relato pierde en intensidad y naufraga en las difíciles aguas del melodrama. Desde ya, los colores aparecen, la pantalla se agranda y el efecto de entrada en sí al mundo de Oz es magnífico visualmente, con un excelente aprovechamiento del 3D, pero la historia se lentifica en el tránsito por vericuetos innecesarios. La mano de Raimi sigue apareciendo en la excelente composición del cuadro y su fluidez para los movimientos de cámara. Todo, combinado con la hermosa partitura de Danny Elfman. Claro está, a esta altura, es imposible no preguntarse cómo lo hubiera realizado Tim Burton. Es que ésta historia en particular, nació para ser contada por el director de Ed Wood. Probablemente, luego de la (injusta) pobre acogida que tuvo su versión de Alicia en el País de las Maravillas, los directivos de la empresa del ratoncito decidieron apostar al realizador de la trilogía de Spiderman. Tim deberá esperar para la secuela.
Para el último tercio de la película, aparece la buena senda marcada en el inicio del relato y las cosas se acomodan lo suficiente como para lograr un más que digno film. Para ese entonces, la historia del Mago de Oz no volverá a ser la misma: ahora conocemos cómo fue que todo se preparó para la llegada de Dorothy y su perro Toto.