Otro Escobar más
Se ha dado en llamar “narco-cultura” a un sinfín de productos masivos producidos con poco disimulo para explotar la popularidad y la fascinación despertadas por líderes narcotraficantes, con cierto énfasis en la violencia y la truculencia de sus acciones, sus fiestas orgiásticas, sus descomunales derroches de dinero y su marcado perfil antiheroico. En México y Colombia las narcoseries son prácticamente una plaga, y muchas voces críticas del fenómeno han llegado incluso a alertar sobre el carácter pernicioso de estas producciones, peligrosamente influyentes en jóvenes de los niveles socioculturales más bajos. Lejos de ser vistos como malos ejemplos, los omnipotentes narcos pueden llegar a ser, para muchos, modelos a seguir. Lejos de perder su popularidad, la figura de Pablo Escobar parece haberse revitalizado con esta moda, y recientemente un sinfín de documentales, series y películas de ficción centran sus relatos en su figura. De entre ellos, los más sonados han sido la serie de Netflix Narcos (sus primeras dos temporadas) y la colombiana El patrón del mal, así como la película Escobar: Paraíso perdido, en la que Benicio del Toro encarnaba al líder criminal. Es probable que el público objetivo de esta película1 sean aquellos estadounidenses que no vieron la serie Narcos. Esto explicaría que se pise tanto con aquella, y que los personajes hablen un dialecto que desafía toda lógica y que atenta constantemente contra el realismo de la película. Es difícil entender por qué actores españoles (los protagonistas son nada menos que la pareja de la vida real Javier Bardem y Penélope Cruz) hablan en un inglés con acento colombiano, algo realmente difícil de tragar para el público hispanohablante. Hay que verlo a Bardem intercalando entre sus amenazas en inglés varios “malparíos” y “joputas” para largar una sonora carcajada. La decisión fue bastante desacertada.