Respeto y oro blanco
Ya podemos ir concluyendo que el mega tópico Pablo Escobar Gaviria está al borde del agotamiento terminal porque el volumen de biopics televisivas y cinematográficas ha llegado a ser tan generoso que hoy por hoy no debe haber ni un solo entusiasta/ interesado en la vida del señor que no conozca todos los pormenores del último jefe absoluto del tráfico mundial de drogas, antes de la reconversión del sistema piramidal de antaño hacia la estructura símil nodo autónomo correspondiente a nuestros días. Pablo Escobar: La Traición (Loving Pablo, 2017), la flamante adición a la lista, es un film correcto que supera -por su ambición y coherencia- tanto a Escobar: Paraíso Perdido (Escobar: Paradise Lost, 2014), aquella deslucida obra de Andrea Di Stefano con el genial Benicio Del Toro como el mítico capo narco, como al resto de propuestas que de una forma u otra trataron el tema, como Blow (2001), la serie de Netflix Narcos, Barry Seal: Sólo en América (American Made, 2017) y Pablo Escobar: El Patrón del Mal, la célebre telenovela de Caracol que fue un hit a lo largo de Latinoamérica.
Ahora es otro gigante de la actuación el encargado de interpretar a Escobar, nada menos que Javier Bardem, quien lleva a cabo un trabajo excelente en el campo del mimetismo y la disposición física en general con el objetivo manifiesto de enfatizar la enorme necesidad de respeto que se escondía detrás de Gaviria y gran parte de su derrotero criminal y político. El opus que nos ocupa de Fernando León de Aranoa, el español de Los Lunes al Sol (2002), Princesas (2005) y Un Día Perfecto (A Perfect Day, 2015), adopta un recurso narrativo muy utilizado por las biopics norteamericanas y europeas de las últimas décadas con vistas a intentar subsanar en parte la saturación que padecen determinadas temáticas como la presente: hablamos de una perspectiva “alternativa” orientada a analizar la figura principal (otras modalidades del rubro pasan por centrarse en una etapa específica, por profundizar en una faceta poco conocida o totalmente ignota y por la estrategia de construir un retrato tipo mosaico conformado por una pluralidad de testimonios individuales en torno a un eje).
En esta oportunidad la óptica elegida es la de Virginia Vallejo, una famosa periodista y conductora televisiva colombiana que protagonizó un affaire con el jefe del Cartel de Medellín durante varios años. Lo verdaderamente curioso de Pablo Escobar: La Traición es que a pesar de esta mirada que se nos presenta como oblicua, la película en sí es bastante tradicional en su crónica de unos acontecimientos que arrancan con la coronación simbólica de Escobar -a principios de la década del 80- como “rey de la cocaína”, pasan por sus malogradas experiencias en la política, acusado de mafioso y homicida por otros mafiosos y homicidas con escaños en el congreso, y finalizan con su muerte en diciembre de 1993, asesinado por miembros de la milicia y los grupos parapoliciales que -al igual que el mismo protagonista- sembraron una infinidad de cadáveres en Colombia por aquellos tiempos. Enmarcada en una brutalidad expresiva que la destaca de proyectos similares gracias a escenas de gran intensidad, peligro y violencia, la obra consigue retratar esa suerte de guerra civil/ militar del período entre las elites económicas y gubernamentales -muy parecida a la de hoy en día, por cierto- desatada por la execrable intervención de la DEA y la CIA en la república, la corrupción endémica de toda la estructura política y el “gustito” de Escobar por el sicariato.
El film nos ahorra el cliché del triángulo amoroso con su esposa y su amante (aquí no hay lloriqueos ni histeria ni reclamos eternos femeninos) y ese mecanismo narrativo hiper quemado de los flashbacks y flashforwards sucesivos que más que complementar el relato, lo que hacen en realidad es fragmentarlo y conducirlo al terreno de un caos que no arroja saldo positivo en términos de la progresión dramática (el clasicismo retórico de León de Aranoa le juega muy a favor al convite ya que el ardid de que la narradora sea Vallejo, interpretada por una exquisita Penélope Cruz, viabiliza una mirada periodística/ didáctica que nunca se siente forzada porque la mujer en su momento formaba parte de la alta burguesía mediática bogotana y llegó a un grado de intimidad con el capo que le permitió conocer buena parte de los entretelones del negocio del oro blanco y las matufias del poder en Colombia). Considerando que ya no es posible hallar una faceta novedosa sobre Gaviria, y que muchos retratos recientes se quedan en un sensacionalismo bastante pobretón en lo que atañe a sistematizar el periplo de un personaje tan fascinante y aborrecible al mismo tiempo, Pablo Escobar: La Traición a fin de cuentas es prolija y como plus nos ofrece la presencia de dos maravillosos actores en los papeles centrales, lo que de por sí hoy es más que suficiente…