El cuerpo como prisión
No debe haber un recurso expositivo más trillado -y más facilista, a decir verdad- en el cine contemporáneo que el accidente automovilístico “repentino” al comienzo de la narración, como para dejar bien en claro que la tragedia enmarca el destino del o la protagonista en cuestión: no sólo el horror y el suspenso suelen utilizar hasta el hartazgo el ardid sino que los dramas de nuestros días también son defensores de la jugada, en esencia un típico manotazo de ahogado de quien en vez de construir un desarrollo que ponga en crisis al personaje, prefiere resumir el asunto e ir directamente al meollo pero sin darse cuenta que dicha pereza retórica -sumada a una recurrencia que cualquier espectador con dos dedos de frente podría identificar- termina anulando toda posibilidad de tomarse en serio a la historia y a los héroes de turno, quedando en buena medida deslegitimados desde el inicio mismo.
Si a lo anterior le agregamos que la película que nos ocupa, la bastante floja Paranormal (Nails, 2017), desperdicia a Shauna Macdonald, conocida sobre todo por su intervención en la extraordinaria El Descenso (The Descent, 2005) de Neil Marshall, y encima respeta todos los benditos estereotipos del terror más bobalicón del presente, pronto tomamos conciencia de lo estéril y light que puede llegar a resultar la experiencia que se nos ofrece en esta ocasión. Esta ópera prima del realizador y guionista Dennis Bartok hace agua en diversos frentes y deja entrever el cansancio de la fórmula centrada en el personaje acosado por fantasmas que sólo él/ ella ve y que se remontan a acontecimientos traumáticos que hoy reaparecen -por supuesto- debido a un accidente provocado por un descuido y/ o insensatez que deriva en una muerte transitoria capaz de activar la “destreza” de ver a espíritus varios.
Aquí la atropellada a los pocos segundos del inicio es Dana Milgrom (Macdonald), una entrenadora de atletismo que cuando despierta en el Hospital Hopewell descubre que tiene sus piernas entumecidas, su brazo izquierdo destrozado, su cara llena de cortes y que está conectada a un respirador artificial que le impide hablar de manera tradicional, por lo que depende de un sintetizador de voz para poder comunicarse. Así las cosas, rápidamente una presencia espectral comienza a acecharla durante las noches y desde el armario de su cuarto, un tal Nails (Richard Foster-King), generando la incredulidad de su familia, léase su esposo Steve (Steve Wall) y su hija Gemma (Leah McNamara), y del personal del lugar, en el que pareciera que sólo trabajan el enfermero Trevor (Ross Noble), el psiquiatra Ron Stengel (Robert O'Mahoney) y la anodina directora Elizabeth Leaming (Charlotte Bradley).
La historia no deja pasar mucho tiempo hasta informarnos que el fantasma símil J-Horror pertenece a Eric Nilsson, un antiguo enfermero que apuñaló con una hipodérmica a cinco niñitas y que ahora anda entretenido con la pobre Dana, un panorama que en general nos condena a diálogos paupérrimos, una ambientación demasiado deficitaria y jump scares cronometrados que se ven venir a la distancia y colaboran en la sensación de que una scream queen como Macdonald estaba para mucho más. El film por momentos parece querer analizar el tópico “mujer que todos toman por histérica, fruto del ninguneo social” y en otras oportunidades parece orientado a explotar el concepto del “cuerpo como prisión” ya que al fin y al cabo Milgrom está postrada en una cama debido a sus múltiples lesiones, no obstante aquellos interesantes titubeos circunstanciales quedan relegados frente a un desenlace negligente que reproduce -sin astucia ni talento de por medio- el andamiaje estándar de los slashers de antaño, redondeando un producto extremadamente olvidable…