La imaginación no todo lo puede
El cine de animación mainstream, como gran parte de los productos culturales para el consumo masivo de nuestros días, es bastante pobre y está caracterizado por una pereza creativa insoportable que se condice tanto con la deficiente formación de muchos directores y guionistas del rubro (ni siquiera es un problema generacional porque personas de todas las edades trabajando en la actualidad demuestran que no se les cae ni una idea novedosa o -aunque sea- una clásica bien repensada) como con los criterios estupidizantes marketineros en función de los cuales se construyen casi todos los tanques actuales (la reducción del ámbito cultural a testeos de mercado elimina la riqueza potencial de la cultura, optando siempre por marcos conservadores y remanidos desde un temor risible a la novedad y la paciencia narrativa, dos recursos que brillan por su ausencia en nuestra contemporaneidad).
Salvo alguna que otra cosilla del Pixar reciente y alguna que otra franquicia portentosa que milagrosamente fue encarada desde una iconografía de términos autorales, como por ejemplo la correspondiente a Cómo Entrenar a tu Dragón (How to Train Your Dragon), la animación hollywoodense continúa enterrándose sola gracias a productos por demás anodinos e intercambiables como el que nos ocupa, Parque Mágico (Wonder Park, 2019), un opus infantil que sigue la estela del último eslabón de Toy Story en eso de quedarse sin la máxima autoridad detrás de cámaras por haber sido despedido a raíz de múltiples denuncias de acoso sexual (en el caso de la cuarta entrega de los muñequitos sensibles el echado fue el guionista y productor -y realizador de las dos primeras películas de la serie- John Lasseter, aquí es el director Dylan Brown, quien fue reemplazado por tres colegas).
La historia se reduce a una nena, June (Brianna Denski), que junto a su madre, la Señora Bailey (Jennifer Garner), crean el parque de atracciones imaginario del título a través de un montón de juguetes y dispositivos varios dentro de la casa burguesa de turno, no obstante cuando la progenitora se enferma la chica se olvida del reino de la fantasía y debe crecer de golpe. Al cuidado de su padre (Matthew Broderick) mientras la madre está siendo tratada lejos del hogar, la nena eventualmente termina escapando de una salida educativa y descubriendo en un bosque que el Parque Mágico existe y que está bastante abandonado/ destruido por el accionar abstracto de unas nubes amenazantes de tormenta conocidas como La Oscuridad. Así June y los anfitriones del lugar (un oso, un jabalí, un par de castores, un puercoespín y un mono que simbolizan juguetes de la protagonista) tratarán de devolverle la vitalidad al parque y sobrevivir a los ataques de los antiguos peluches del “gift shop”, hoy transformados en un ejército de pequeños zombies malévolos con forma de chimpancé.
Como salta groseramente a la vista, la propuesta combina la premisa de base de La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984), sustituyendo a La Nada por La Oscuridad y al varón por una nena, el devenir macro de Intensamente (Inside Out, 2015), caracterizado por un recorrido por el propio intelecto y las emociones de la adalid principal, y finalmente diversas secuencias psicodélicas de acción/ aventura muy en sintonía con sus homólogas de la muchísimo mejor Lluvia de Hamburguesas (Cloudy with a Chance of Meatballs, 2009), en esta oportunidad para colmo llevando a la velocidad retórica al extremo del cansancio y acumulando momentos tan vertiginosos como intrascendentes y lelos. De hecho, Parque Mágico es tan genérica, repetitiva e insustancial que más que reforzar su moraleja de fondo, léase “la imaginación todo lo puede”, se termina convirtiendo en una buena prueba de la sentencia exactamente opuesta. Como casi todos los exponentes hollywoodenses actuales, el film se obsesiona con el apartado visual y descuida trágicamente el núcleo narrativo…