La lección de piano.
Podemos afirmar que en el campo de los dramas sobrecargados con destino festivalero y/ o orientados a la temporada de premios, a Hollywood le fascina la idiosincrasia británica de raigambre teatral, sustentada sobre todo en una dinámica tragicómica de las relaciones humanas, planteos profundamente moralistas y un marcado personalismo a nivel del elenco, con roles más o menos histriónicos a medida de sus intérpretes ocasionales. Si bien la fórmula ha generado propuestas muy valiosas a lo largo del tiempo, a la vez resulta innegable que el “péndulo sofisticado” de la solemnidad y la levedad derivó de a poco en un “control previsible” y un estancamiento preocupante en lo que respecta al mainstream.
Por suerte este panorama no es inamovible ni universal y la excepción casi fortuita llega por el lado de los estratos relativamente independientes del espectro cinematográfico norteamericano, los cuales gustan de trastocar la disposición básica para acercarla hacia el minimalismo expresivo y un tono procedimental un poco más sutil. En consonancia con este modelo alternativo, Pasión Inocente (Breathe In, 2013) ofrece una relectura -para nada revolucionaria pero bastante eficiente- de uno de los leitmotivs primordiales del “arte elevado”, hablamos del esquema “individuo desestabilizador viene a destruir la monotonía de una familia burguesa”, giro reaccionario de las parodias cristianas símil Teorema (1968).
Hoy por hoy es Sophie (Felicity Jones) la bella señorita en cuestión, una estudiante inglesa de intercambio que aterriza en el clan de turno, en esta oportunidad encabezado por Keith (Guy Pearce), un docente de música melancólico, algo antisocial, desencantado con su profesión y en plena preparación/ ensayo para una importante audición en la que deposita todas sus esperanzas. Por supuesto que ni su mujer ni su hija comparten sus intereses y eventualmente la indiferencia hacia la visitante se transforma en atracción, en especial luego de una apabullante demostración al piano por parte de la jovencita. Así las cosas, la traumática adaptación escolar y las frustraciones del momento completan el combo central.
El realizador Drake Doremus hace énfasis en un desarrollo narrativo meticuloso que no precipita las situaciones, esquiva los lugares comunes y hasta se permite algún que otro detalle interesante en lo referido al apuntalamiento del triángulo principal. Más allá de un guión pulcro que recurre a un puñado de atajos innecesarios llegando el desenlace, sin lugar a dudas la vedette de la película es la prodigiosa química entre Pearce y Jones, dos actores que obnubilan con un desempeño en verdad convincente, muy por encima de los que fueron sus últimos trabajos. Quizás Pasión Inocente no llegue a ser el súmmum de los “relatos rosas”, no obstante cumple dignamente desde su humildad retro de cadencia psicosexual…