Drake Doremus no buscaba con su historia de este matrimonio aparentemente ideal comprobar, otra vez, cuántos fracasos, frustraciones imperfecciones y claudicaciones suelen ocultarse bajo la complaciente máscara de la felicidad -es un cuadro que Hollywood ha pintado hasta el hartazgo-, sino más bien acompañar el proceso por el cual una relación amorosa va sufriendo su desgaste sin que ninguno de los comprometidos en el problema se atreva a tomar conciencia de su dimensión y prefiera mantenerse al margen hasta que aparezca algún agente exterior que lo ponga de manifiesto, ya sea sin proponérselo o deliberadamente.
No se trata de un estruendoso fracaso matrimonial. Todo lo contrario: Keith (Guy Pearce); su esposa, Megan (Amy Ryan), y su hija Lauren (Mackenzie David), una adolescente cuyas inseguridades irán revelándose a medida que se produzcan alteraciones en el grupo familiar, parecen conformar una familia modelo. Si bien él, músico, no está demasiado conforme con su desempeño como docente (aspira a integrarse como violonchelista a un conjunto sinfónico y así abandonar la universidad), hay entre ellos una atmósfera de armonía y cordialidad (y tal vez también bastante de serena rutina), lo que no impide que, gracias a algunos detalles que el realizador filtra con considerable sutileza, pueda ir percibiéndose de a poco que tienen en común cierto vago inconformismo. La callada frustración que tensa el clima se pone de manifiesto con la llegada a la casa de una extraña, una bella inglesita que forma parte de un plan de intercambio estudiantil. Al principio, esa presencia incomoda al hombre, en la medida en que altera su rutina: más tarde, sobre todo después de que hace una llamativa demostración de sus cualidades pianísticas, despierta su interés precisamente por lo contrario: porque con ella trae el aire renovador de la juventud y le devuelve el afán de los viejos sueños postergados. Allí, en la química y el contacto (primordialmente espiritual) que se establece entre el hombre y la recién llegada, reside probablemente esa pasión inocente de la que habla el equívoco título en español.
A partir de entonces, el clima se hace más y más tenso y ya se percibe que un estallido será inevitable. Conviene no detenerse demasiado en este dramático desenlace, entre otros motivos porque no es precisamente el mejor acierto del realizador, quien en cambio muestra su inteligencia y su sensibilidad para elegir y conducir a sus intérpretes (en especial a los tres centrales) y su moderación para conducir el relato y disponer la puesta en escena.