Cuán frágiles que somos
Una historia de infidelidades, con un final sorprendente, debida a un joven talento independiente.
El desamor y el amor no son las dos caras de una misma moneda, pero se le parecen. Cómo el arribo de un factor externo implosiona en una relación familiar -esposo, esposa e hija de 17 años- es el eje sobre el que el independiente y joven (31 años) Drake Doremus hinca el diente, y si deja un sabor amargo es porque está en las antípodas del cine de Hollywood.
Hay una historia de infidelidades, al inicio más latente que concreta, que involucra a cuatro personajes. Keith y Megan son una pareja en apariencia feliz, llevan 17 años juntos y tienen una hija, Lauren, por la que se desviven. Doremus abre la película mostrándolos en una sesión de fotos en los jardines de su casa, a una hora y media de Manhattan. Por entonces, Megan se preocupa porque no salga el reflejo del sol en los anteojos de su marido en las fotos. Todo es apacible, hay sonrisas y hasta cierta complicidad.
Pero cuánto hay en un cruce de miradas. Y cuánto le dice Keith a Sophie, la inglesa de 18 años que llega a vivir con ellos en un intercambio cultural, y viceversa, cuando la atracción entre ellos es más que notoria.
¿O acaso importa quién le toma primero la mano a quien?
Doremus tiene la habilidad de escaparle al dramón y de eludir enjuiciar a sus personajes. Como la cámara se entromete de a poco en la familia, el espectador irá descubriendo por qué viven donde viven, y que Keith, que enseña piano a adolescentes, lo que menos quiere en su vida es eso, y está impaciente por pasar una audición y ser chelista en una orquesta sinfónica.
Historia de sueños (in)compartidos, de trenes que pasan por última vez y de la fragilidad de una adolescente (Lauren, porque Sophie no sólo es mayor de edad, sino que actúa como la más adulta del cuarteto), Pasión inocente tiene mucho de pasión y poco de inocencia. Lo que se dice y más lo que no se vuelca en palabras adquiere un tono en la estructura dramática que fortifica a la película, que admite distintas miradas, de acuerdo a los personajes. Como un Rashomon a la Belleza americana, pero menos sangrienta y mucho, mucho más contenida.
Doremus tiene en Felicity Jones a su actriz fetiche. Ya habían trabajado juntos en Like Crazy (2011) -de las últimas películas con Jennifer Lawrence no estrenada entre nosotros-, galardonada en Sundance, y la joven tiene una presencia que no termina siendo arrolladora para el bien del relato y que sirve para sopesar, tantear las relaciones y el peso específico de cada personaje involucrado.
Guy Pearce es toda una sorpresa, ya que el actor de Los Angeles: al desnudo y Memento tiene aquí oportunidad de mostrar otras facetas sin empuñar un arma ni sentirse en peligro de muerte. Aunque dependa de cómo se lo vea, Keith está igualmente acorralado.
En fin, un filme con muchas capas para ir pelando hasta llegar a un final que sólo un cineasta independiente es capaz de graficar como Doremus lo hace.