Entre lo simple y la falta de riesgos.
Hay películas que pasan desapercibidas. Esto no significa que sean malas ya que generalmente resultan correctas, pero en su afán de no salir de la estructura básica de un género y de un típico relato en sí, esas pocas pretensiones llevan a que la obra carezca de interés en base a su falta de ingenio y al poco riesgo de su realizador para contar una historia que resalte sobre las demás o que al menos proponga algo diferente. Este es el caso de Pasión Inocente, de Drake Doremus.
El film expone un convencional drama familiar en donde la familia -casi- perfecta de Keith (Guy Pearce), Megan (Amy Ryan) y su hija Lauren (Mackenzie Davis), reciben la visita de Sophie (Felicity Jones), una estudiante de intercambio. Todo lo que parecía agradable generará los típicos inconvenientes cuando empiece a surgir cierta atracción entre el padre y la encantadora joven oriunda de Inglaterra.
A pesar de que Pasión Inocente tiene un ritmo más que aceptable y es llevadera en gran parte de su duración, nunca propone ningún tipo de sorpresa narrativa ni golpe de efecto en tanto al drama de la situación o a la naturaleza de sus personajes. Todo resulta tan intrascendente que desde el comienzo se puede percibir lo que irá sucediendo. Doremus vuelca ciertas situaciones de manera explícita, aunque sin abusar de la provocación, e intenta enmarcar los hechos más en un tinte intelectual que sexual, lo cual es una premisa interesante, sólo que nunca logra que el relato se torne atractivo.
En conclusión, Doremus logra un film correcto, de esos que a pesar de ser -por momentos- agradables, no terminan aportando matices interesantes que hagan que la obra resalte, ya sea en el plano narrativo o visual. Es como algo transparente, que no molesta, pero tampoco llama la atención.