La lección de piano. Podemos afirmar que en el campo de los dramas sobrecargados con destino festivalero y/ o orientados a la temporada de premios, a Hollywood le fascina la idiosincrasia británica de raigambre teatral, sustentada sobre todo en una dinámica tragicómica de las relaciones humanas, planteos profundamente moralistas y un marcado personalismo a nivel del elenco, con roles más o menos histriónicos a medida de sus intérpretes ocasionales. Si bien la fórmula ha generado propuestas muy valiosas a lo largo del tiempo, a la vez resulta innegable que el “péndulo sofisticado” de la solemnidad y la levedad derivó de a poco en un “control previsible” y un estancamiento preocupante en lo que respecta al mainstream. Por suerte este panorama no es inamovible ni universal y la excepción casi fortuita llega por el lado de los estratos relativamente independientes del espectro cinematográfico norteamericano, los cuales gustan de trastocar la disposición básica para acercarla hacia el minimalismo expresivo y un tono procedimental un poco más sutil. En consonancia con este modelo alternativo, Pasión Inocente (Breathe In, 2013) ofrece una relectura -para nada revolucionaria pero bastante eficiente- de uno de los leitmotivs primordiales del “arte elevado”, hablamos del esquema “individuo desestabilizador viene a destruir la monotonía de una familia burguesa”, giro reaccionario de las parodias cristianas símil Teorema (1968). Hoy por hoy es Sophie (Felicity Jones) la bella señorita en cuestión, una estudiante inglesa de intercambio que aterriza en el clan de turno, en esta oportunidad encabezado por Keith (Guy Pearce), un docente de música melancólico, algo antisocial, desencantado con su profesión y en plena preparación/ ensayo para una importante audición en la que deposita todas sus esperanzas. Por supuesto que ni su mujer ni su hija comparten sus intereses y eventualmente la indiferencia hacia la visitante se transforma en atracción, en especial luego de una apabullante demostración al piano por parte de la jovencita. Así las cosas, la traumática adaptación escolar y las frustraciones del momento completan el combo central. El realizador Drake Doremus hace énfasis en un desarrollo narrativo meticuloso que no precipita las situaciones, esquiva los lugares comunes y hasta se permite algún que otro detalle interesante en lo referido al apuntalamiento del triángulo principal. Más allá de un guión pulcro que recurre a un puñado de atajos innecesarios llegando el desenlace, sin lugar a dudas la vedette de la película es la prodigiosa química entre Pearce y Jones, dos actores que obnubilan con un desempeño en verdad convincente, muy por encima de los que fueron sus últimos trabajos. Quizás Pasión Inocente no llegue a ser el súmmum de los “relatos rosas”, no obstante cumple dignamente desde su humildad retro de cadencia psicosexual…
Un padre de familia ve flaquear su estabilidad emocional con la llegada de una guapísima estudiante de intercambio quien pronto se ocupará de sumergirse en el centro más íntimo de las relaciones familiares. A través de la lente de Drake Doremus, Breathe in propone momentos de gran belleza fotográfica y delicadeza estética que le dan al filme pinceladas de originalidad ante la tan repetida temática del amor entre el veterano y la joven lolita. En la piel de un hastiado profesor de música Guy Pearce despliega un rol en el que se lo puede observar menos comprometido que en papeles anteriores; tal vez con el afán de no caer en cliches, supuso que abandonando casi el cien por ciento de la dramaturgia a su rostro iba a poder despegarse de la tan temida repetición. Lo que se repite sin tregua es su rutina y es eso justamente lo que lo deja sin aliento, sin exagerar, Sophie (Felicity Jones) fue a Keith Reynolds (Guy Pearce) lo que un oasis es a un caminante en el desierto. Y cómo tal, sólo se trató de un falso espejismo. Inmersos en el universo de las miradas y el deseo sexual contenido se activa la perversión de un espectador que nunca tendrá lo que espera, al menos no en las dosis que corresponderían a un resultado coherente luego de tanta histeria prefabricada. Apurando el desenlace con escenas tantas veces vistas, se quiebra la ilusión cinematográfica y regresamos abatidos a nuestra butaca desde la cual asistimos a una resolución previsible. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Entre lo simple y la falta de riesgos. Hay películas que pasan desapercibidas. Esto no significa que sean malas ya que generalmente resultan correctas, pero en su afán de no salir de la estructura básica de un género y de un típico relato en sí, esas pocas pretensiones llevan a que la obra carezca de interés en base a su falta de ingenio y al poco riesgo de su realizador para contar una historia que resalte sobre las demás o que al menos proponga algo diferente. Este es el caso de Pasión Inocente, de Drake Doremus. El film expone un convencional drama familiar en donde la familia -casi- perfecta de Keith (Guy Pearce), Megan (Amy Ryan) y su hija Lauren (Mackenzie Davis), reciben la visita de Sophie (Felicity Jones), una estudiante de intercambio. Todo lo que parecía agradable generará los típicos inconvenientes cuando empiece a surgir cierta atracción entre el padre y la encantadora joven oriunda de Inglaterra. A pesar de que Pasión Inocente tiene un ritmo más que aceptable y es llevadera en gran parte de su duración, nunca propone ningún tipo de sorpresa narrativa ni golpe de efecto en tanto al drama de la situación o a la naturaleza de sus personajes. Todo resulta tan intrascendente que desde el comienzo se puede percibir lo que irá sucediendo. Doremus vuelca ciertas situaciones de manera explícita, aunque sin abusar de la provocación, e intenta enmarcar los hechos más en un tinte intelectual que sexual, lo cual es una premisa interesante, sólo que nunca logra que el relato se torne atractivo. En conclusión, Doremus logra un film correcto, de esos que a pesar de ser -por momentos- agradables, no terminan aportando matices interesantes que hagan que la obra resalte, ya sea en el plano narrativo o visual. Es como algo transparente, que no molesta, pero tampoco llama la atención.
Pasión inocente es una excelente e intensa película para no perdérsela. La historia parece trillada, pero la forma en que está encarada la hace fresca y atrapante. Aquí no hay cachondeo barato, ni sexo ni nada vulgar, solamente (que no es poco) un muy buen relato romántico intimista que engancha más que si los protagonistas se estuvieran revolcando con pasión. La brillante ...
El paso equivocado Tal vez Pasión inocente hubiese llegado a otro lugar si transitaba por los andariveles del thriller y no descansara únicamente en la estructura del melodrama burgués tan afín a cierto cine de carácter independiente con pretensiones de seriedad que muchas veces corona las propuestas de los festivales de menor categoría. Y en ese sentido sin menospreciar esta película correcta del realizador Drake Doremus, se puede decir que el resultado final es menos provocador que lo que en un comienzo se vislumbraba al menos como un film interesante. Sencillamente la premisa de este melodrama se apoya en el elemento distorsionante dentro de una estructura familiar consolidada –o al menos eso parece- que trastoca toda la dinámica y pone en peligro el círculo de confort, especialmente el del miembro más vulnerable que es aquel que manifiesta sutilmente disconformidad con la vida que lleva. Ese es el caso de Keith (Guy Pearce), quien toca el violonchelo en una orquesta y espera la ansiada vacante para seguir progresando en su carrera mientras se gana la vida como profesor de música en el mismo colegio donde estudia su hija Lauren (Mackenzie Davis), nadadora de competición cuya afición por la música es nula. Casado con Megan (Amy Ryan), quien acepta recibir a Sophie (Felicity Jones) como estudiante de intercambio inglesa, Keith siente un atractivo por esa enigmática y callada joven que además ejecuta el piano prodigiosamente y representa esa pequeña cuota de libertad que él necesita para salir del agobio y de una rutina de vida cercana a la monotonía. Respirar nuevos aires y así romper los vicios y las inercias propias parece la única alternativa para el hombre, que comienza a cambiar sus conductas habituales para con su mujer y su hija de manera paulatina y sin poder cortar el vínculo invisible con la atractiva Sophie, quien también se ve seducida por el profesor y sus tribulaciones melancólicas. Sin embargo, la encrucijada entre comenzar desde cero junto a Sophie y perder todo bajo el hechizo de lo fugaz hace mella en el presente y condiciona el futuro de Keith para quien el riesgo no es directamente proporcional con el placer o el goce del cambio. Si bien el guión busca a veces con eficacia y otras no evitar lugares comunes en la definición tradicional de un triángulo amoroso o la historia de una obsesión elemental, los resortes del drama existencial se tensan principalmente en la piel de Keith, personaje al que el australiano Guy Pearce dota de espesura, densidad dramática, en plena consonancia y química con la fotogenia y misterio de Felicity Jones, quien no apela al recurso de la sensualidad o sexualidad velada sino que lo hace desde una sensibilidad y fragilidad particularmente perversa. Pasión inocente no obstante es un film bien construido, que pese a sus altibajos narrativos logra sostenerse gracias a las buenas actuaciones de sus protagonistas así como a la cuidada y prolija dirección que encuentra el ritmo ajustado para el desarrollo de un melodrama en apariencia distinto pero convencional al fin.
Drake Doremus no buscaba con su historia de este matrimonio aparentemente ideal comprobar, otra vez, cuántos fracasos, frustraciones imperfecciones y claudicaciones suelen ocultarse bajo la complaciente máscara de la felicidad -es un cuadro que Hollywood ha pintado hasta el hartazgo-, sino más bien acompañar el proceso por el cual una relación amorosa va sufriendo su desgaste sin que ninguno de los comprometidos en el problema se atreva a tomar conciencia de su dimensión y prefiera mantenerse al margen hasta que aparezca algún agente exterior que lo ponga de manifiesto, ya sea sin proponérselo o deliberadamente. No se trata de un estruendoso fracaso matrimonial. Todo lo contrario: Keith (Guy Pearce); su esposa, Megan (Amy Ryan), y su hija Lauren (Mackenzie David), una adolescente cuyas inseguridades irán revelándose a medida que se produzcan alteraciones en el grupo familiar, parecen conformar una familia modelo. Si bien él, músico, no está demasiado conforme con su desempeño como docente (aspira a integrarse como violonchelista a un conjunto sinfónico y así abandonar la universidad), hay entre ellos una atmósfera de armonía y cordialidad (y tal vez también bastante de serena rutina), lo que no impide que, gracias a algunos detalles que el realizador filtra con considerable sutileza, pueda ir percibiéndose de a poco que tienen en común cierto vago inconformismo. La callada frustración que tensa el clima se pone de manifiesto con la llegada a la casa de una extraña, una bella inglesita que forma parte de un plan de intercambio estudiantil. Al principio, esa presencia incomoda al hombre, en la medida en que altera su rutina: más tarde, sobre todo después de que hace una llamativa demostración de sus cualidades pianísticas, despierta su interés precisamente por lo contrario: porque con ella trae el aire renovador de la juventud y le devuelve el afán de los viejos sueños postergados. Allí, en la química y el contacto (primordialmente espiritual) que se establece entre el hombre y la recién llegada, reside probablemente esa pasión inocente de la que habla el equívoco título en español. A partir de entonces, el clima se hace más y más tenso y ya se percibe que un estallido será inevitable. Conviene no detenerse demasiado en este dramático desenlace, entre otros motivos porque no es precisamente el mejor acierto del realizador, quien en cambio muestra su inteligencia y su sensibilidad para elegir y conducir a sus intérpretes (en especial a los tres centrales) y su moderación para conducir el relato y disponer la puesta en escena.
El profesor y la alumna En el cine existen menos temas y más tratamientos temáticos. La anterior es una frase de manual, pero siempre resulta válida para describir una historia que presenta un cierto orden institucional y familiar que comienza a trastabillar cuando aparece un intruso. En el cine existen menos temas y más tratamientos temáticos. La anterior es una frase de manual, pero siempre resulta válida para describir una historia que presenta un cierto orden institucional y familiar que comienza a trastabillar cuando aparece un intruso. En este caso se trata de una intrusa, la estudiante británica de intercambio (Jones), ubicada en medio de un clan donde sobresale la figura del padre (Pearce), docente de música preocupado por una próxima audición y por algunos motivos personales que disimulan a un matrimonio en crisis. Dentro de esos tópicos, el director maneja con astucia la confrontación de personajes: el profesor, solitario y melancólico, frente a una joven cadenciosa en su instinto seductor hacia el especialista en música. Pasión inocente, en ese sentido, omite los lugares comunes en esta clase de historias que ya tuvieron su fecha de vencimiento cuando el cine industrial estadoudinense fagocitó hasta el cansancio la temática "familias disfuncionales" (American beauty, principal responsable). Pero tal vez Doremus, también azorado como el profesor de música frente a la estudiante, no se anima a ir más allá de una tibieza argumental que se fusiona con una puesta en escena gélida, establecida por los parámetros de una película concebida para la televisión, donde los riesgos son pocos o casi nulos. La pareja central salva algunas escenas frente a la monotonía de la historia, ya pergeñada por docenas de films donde se cuenta algo parecido. Ocurre que en Pasión inocente el punto de vista es el del profesor, cuando en esta clase de relatos se sugiere que la intrusa adquiera un rol protagónico por encima de una familia inestable.
Pasión inocente es la primera producción que se conoce en los cines argentinos del director Drake Doremus, quien realizó filmes independientes dentro de la comedia como Like Crazy y Douchebag. Peliculas que se emitieron por canales de cable, pero no consiguieron distribución internacional. Con este nuevo proyecto eligió trabajar una de las temáticas más trilladas que se pueden encontrar en el cine. Me refiero a la clásica historia del hombre maduro y casado que se enamora de una joven varios años menor que él. Ya la hicieron Stanley Cubrick en Lolita (1962) y Luis Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo (1977). Otra película recordada en este estilo, que solía ser un clásico del cable, fue Pasión sin límites (1993), con Cary Elwes y Alicia Silverstone en su máximo momento de fama. Se pueden mencionar muchísimas películas más con este tema hasta armar un top 20 que también podría incluir propuestas del cine asiático. La virtud de Pasión inocente es que el director Doremus logró evitar en su trabajo la gran mayoría de clichés que con el paso del tiempo fueron acumulando estos relatos. La única excepción es el viejo y querido pianito melancólico que no puede faltar en la música de estas producciones. Sería como ver una secuela de El vengador anónimo sin tiroteos. Inconcebible. Pese al enorme desgaste que acarrean este tipo de conflictos, la película logra ser bastante llevadera por la narración del director y la excelente dupla que formaron Guy Pearce y Felicty Jones, quien había trabajado previamente con este realizador en Like crazy. Pearce es quien se roba la película con su trabajo y logra hacer interesante una historia que no se destaca precisamente por su originalidad. Sin embargo, el director logró superar este obstáculo al crear la tensión necesaria entre los personajes principales y evitar el exceso de melodrama, con el objetivo de hacer un poco más atractivo el conflicto. No es la propuesta más interesante que se incorporó a la cartelera pero es una película que se deja ver especialmente por el trabajo que brindan los protagonistas.
Cuán frágiles que somos Una historia de infidelidades, con un final sorprendente, debida a un joven talento independiente. El desamor y el amor no son las dos caras de una misma moneda, pero se le parecen. Cómo el arribo de un factor externo implosiona en una relación familiar -esposo, esposa e hija de 17 años- es el eje sobre el que el independiente y joven (31 años) Drake Doremus hinca el diente, y si deja un sabor amargo es porque está en las antípodas del cine de Hollywood. Hay una historia de infidelidades, al inicio más latente que concreta, que involucra a cuatro personajes. Keith y Megan son una pareja en apariencia feliz, llevan 17 años juntos y tienen una hija, Lauren, por la que se desviven. Doremus abre la película mostrándolos en una sesión de fotos en los jardines de su casa, a una hora y media de Manhattan. Por entonces, Megan se preocupa porque no salga el reflejo del sol en los anteojos de su marido en las fotos. Todo es apacible, hay sonrisas y hasta cierta complicidad. Pero cuánto hay en un cruce de miradas. Y cuánto le dice Keith a Sophie, la inglesa de 18 años que llega a vivir con ellos en un intercambio cultural, y viceversa, cuando la atracción entre ellos es más que notoria. ¿O acaso importa quién le toma primero la mano a quien? Doremus tiene la habilidad de escaparle al dramón y de eludir enjuiciar a sus personajes. Como la cámara se entromete de a poco en la familia, el espectador irá descubriendo por qué viven donde viven, y que Keith, que enseña piano a adolescentes, lo que menos quiere en su vida es eso, y está impaciente por pasar una audición y ser chelista en una orquesta sinfónica. Historia de sueños (in)compartidos, de trenes que pasan por última vez y de la fragilidad de una adolescente (Lauren, porque Sophie no sólo es mayor de edad, sino que actúa como la más adulta del cuarteto), Pasión inocente tiene mucho de pasión y poco de inocencia. Lo que se dice y más lo que no se vuelca en palabras adquiere un tono en la estructura dramática que fortifica a la película, que admite distintas miradas, de acuerdo a los personajes. Como un Rashomon a la Belleza americana, pero menos sangrienta y mucho, mucho más contenida. Doremus tiene en Felicity Jones a su actriz fetiche. Ya habían trabajado juntos en Like Crazy (2011) -de las últimas películas con Jennifer Lawrence no estrenada entre nosotros-, galardonada en Sundance, y la joven tiene una presencia que no termina siendo arrolladora para el bien del relato y que sirve para sopesar, tantear las relaciones y el peso específico de cada personaje involucrado. Guy Pearce es toda una sorpresa, ya que el actor de Los Angeles: al desnudo y Memento tiene aquí oportunidad de mostrar otras facetas sin empuñar un arma ni sentirse en peligro de muerte. Aunque dependa de cómo se lo vea, Keith está igualmente acorralado. En fin, un filme con muchas capas para ir pelando hasta llegar a un final que sólo un cineasta independiente es capaz de graficar como Doremus lo hace.
Una historia chica, donde lo que más importa es cómo se cuenta, cómo se actúa, más que el argumento obvio. El lenguaje cinematográfico, la música, las pasiones y miedos que se palpan, la naturaleza, los gestos pequeños. Grandes actores, como el magnífico Guy Pierce y la exacta Felicity Jones. Una familia en una casa soñada, un matrimonio aparentemente perfecto, una hija y una estudiante que llega por un intercambio estudiantil. Entre esa joven y el dueño de casa crece una pasión que se parece a la libertad, a los sueños guardados.
Música, madurez y tentaciones Keith Reinolds (Guy Pearce) es un hombre de poco más de cuarenta años, casado, con una hija adolescente, una linda casa, y mucha estabilidad, tal vez demasiada. Keith es músico y los buenos tiempos parecen haber quedado atrás, la gloria no llegó, y ahora es profesor de música en una escuela secundaria, hace suplencias en una orquesta sinfónica, y espera con ansias una audición para un puesto como chelista, y así terminar con las suplencias y las clases. Por idea de su esposa, llega de Inglaterra una estudiante de intercambio, Sophie (Felicity Jones), a quedarse con ellos durante un semestre y asistirá a la escuela con su hija. Las jóvenes son muy diferentes, Lauren (Mackenzie Davis), la hija del matrimonio, es una típica adolescente norteamericana, practica natación y solo le interesa salir con sus amigos; en tanto Sophie parece tener otros intereses, toca el piano, sabe de arte y es bastante más madura y sofisticada que Lauren. Sophie, deambula por la casa observando a todos, y parece ser la única que puede notar que ese equilibrio de familia feliz está tambaleando. Sin buscarlo Keith y Sophie se atraen, hablan, se miran, y sin quererlo Sophie es quien despierta todo lo que en Keith estaba dormido, se enamoran, y comienzan una relación, que traerá complicadas consecuencias en la familia. No es la primera vez que se hace una película sobre este tema, acerca de una joven que llega a despertar a un hombre maduro y aburrido de su letargo, pero esta historia está lejos de lugares comunes y de escenas eróticas; es una historia de amor, con un contexto adverso, por lo que esta más cerca del drama familiar que del romance. Filmada de forma muy intimista, cercana, vemos cómo surge esta relación, cómo crece, cómo se buscan, se desean, se necesitan. Cómo un hombre maduro se encuentra de un día para el otro debatiéndose entre lo que quiere y lo que debe; cómo, literalmente, la tentación entró en su casa. La excelente fotografía y música crean un clima casi onírico, que acerca la historia de los protagonistas a un plano más emocional que físico. Las actuaciones no son deslumbrantes, pero están a la altura de un sólido guión y una narración densa, lenta, pero efectiva.
Una “Lolita” de más de 30 y con Chopin A grandes rasgos, se podria definir a esta "Pasion inocente" como una "Lolita" sin los diálogos y la ironía brillante de Vladimir Nabokov, y que en cambio llena de escenas relacionadas con la música clásica para tratar de darle un carácter más serio a una historia poco sostenible. Un punto a favor es la actuación de un contenido Guy Pearce, verosímil en el papel de un profesor de música e intérprete de cello en una orquesta sinfónica, cuya mujer lo convence de tener estudiantes de intercambio en su hermosa casona de las afueras de Nueva York. Felicity Jones es la adolescente inglesa que seduce a su anfitrión y también profesor en la escuela de música, obviamente no sólo con sus dotes como pianista. En efecto, el principal problema de todo este planteo es que Jones no aporta adolescencia sexy en absoluto al film, empezando por el detalle de que todo el tiempo luce como una mujer casi en sus 30, edad que de hecho es la que tiene, por lo que el espectador debe hacer un enorme esfuerzo para creer en lo que está ocurriendo. Por otro lado, el director Drake Doremus intenta darle el estilo de cine "indie" a un historia romántica bastante obvia y esquemática, con el énfasis en los pasajes musicales, como si Chopin pudiera convertir un folletín en un drama serio o un film de arte. Durante un par de escenas hay cierta tensión romántica que genera interés, cosa que se va disipando a medida que en la película sucede poco y nada en cualquier sentido, teniendo en cuenta que, para que haya algún atisbo de consumación de romance prohibido, pasan 50 minutos, es decir más de la mitad del metraje de esta mediana película que no ofrece auténtico erotismo, pero sí muchas escenas de celos con montaje sincopado con música clásica.
La inglesita me vuelve loco... Sophie (Felicity Jones) es una estudiante inglesa que llega por seis meses a partir de un programa de intercambio a la casona de una familia ubicada en los suburbios acomodados de Nueva York. Allí se encontrará con el patriarca Keith (Guy Pearce), un músico frustrado devenido maestro, su esposa Megan (Amy Ryan) y su hija adolescente Lauren (Mackenzie Davis). Desde los primeras miradas cruzadas podemos adivinar que entre Sophie y Keith pasa algo, una atracción mutua, una tensión creciente, una seducción inevitable. Hemos visto (y seguramente veremos) decenas, miles de películas sobre adulterios, sobre la relación entre un hombre adulto con su vida "hecha" y una muchacha atractiva que le mueve el piso, que lo lleva a replantearse todo, que le despierta fantasías de escaparse y reiniciar otra vida. En ese sentido, este film de Drake Doremus (el mismo de Like Crazy, también con la hoy tan de moda Felicity Jones) no propone nada demasiado novedoso. Sin embargo, Pasión inocente resulta una película medianamente valiosa no tanto por lo que es sino por lo que no es. Es un film cuidado, riguroso, austero, recatado, de esos que no caen en todas las trampas que aparecen tan a la vista. El largometraje (más allá de ese pianito que se escucha siempre de fondo) no es grasa, no cae en la perversión barata y expone el punto de vista de cada uno de los personajes con dignidad, sin caer en los estereotipos. Las viñetas de la vida escolar (Keith es docente de música en la misma institución donde Sophie y Lauren estudian) y la comunidad pueblerina ayudan a moldear un universo que resulta creíble y, por momentos, atrapante (hay algo de thriller en la construcción narrativa). Se trata de una película pequeña en ambiciones y alcances, pero hecha con nobleza. Es más de los que muchos "grandes" films nos regalan por estos tiempos.
No recuerdo con buenos ojos la anterior película de Drake Doremus. Sí, tocaba un tema tan sencillo como una relación de dos jóvenes desde una óptica realista, pero algo en su trama no me dejaba compartir plenamente la historia de amor trunco. Lo sorprendente de Breathe In es que Doremus sigue en la misma senda realista, pero esta vez con una historia tan trillada y mañida que cuesta horrores terminar sus escasos 97 minutos de duración. La historia de amor prohibida de un hombre mayor y con familia con una adolescente no es, en estos tiempos, para saltar de alegría cada vez que se adapta a la pantalla grande o a la pequeña. Podemos decir que con elementos que le aporten frescura a la trama, un director puede enfocar sus artimañas y realizar un film a menor escala pero con muchos rasgos intimistas. El problema principal de Doremus y su amigo guionista Ben York Jones es que dentro de su análisis intimista de una familia que recibe a una estudiante de intercambio durante un semestre escolar, toda la construcción de personajes se cae abajo con una veta constante de subrayado. Todo es obvio, desde el patriarca cuyo pasado musical no le permite comprometerse con sus tareas cotidianas y se siente como un pájaro enjaulado, con una esposa que no lo comprende y todo lo que hace dentro del ámbito hogareño le molesta sobremanera, y una hija adolescente que, dentro del cuarteto principal, es la que más sobresale por la naturalidad de sus acciones. La extranjera, Sophie, es un personaje inacabado que llega a generar tensión tanto en el grupo como en los alrededores. Ella ,tal parece, es una incomprendida, pero el registro actoral de Felicity Jones y el mismo guión la dejan como una típica mosca muerta, incapaz de generar empatía para con la audiencia. El cúmulo de clichés es impensado, y si al menos sirviese al elenco como lineamientos para trabajar desde la improvisación, vaya y pase, pero la química entre Guy Pearce y Jones es inexistente, no se les cree en absoluto ese romance prohibido. El seno familiar Reynolds al menos resulta entretenido y natural de ver, y hasta en ciertos momentos la angustia de Pearce es notable en el papel de un alma bohemia atrapada en una vida suburbana. Un par de revelaciones, un accidente muy evidente, un recital clásico y un par de notas furiosas en el piano son lo que nos deja Breathe In, una película tan sosa que quiere hacerse pasar por naturalista y no puede. Pasión Inocua hubiese sido un título más apropiado
Tan rutinaria como un mal partido La fiebre mundialista se expande por las salas, avalando la comparación entre la oferta cinematográfica y los vaivenes de la redonda. Así, es posible encontrarse con Al filo del mañana y una apuesta vibrante, explosiva, gozosa y cinética similar a la de Holanda ante España. También están las películas que imitan el modelo del seleccionado local, logrando resultados apenas aceptables asentados en sus individualidades antes que en la armonía grupal: el estoicismo cómico de Adam Sandler y Drew Barrymore en Luna de miel en familia. Incluso A Million Ways to Die in the West entra en la movida, equiparándose con los once de Sabella: tanto los pergaminos y antecedentes de Seth MacFarlane como de Messi y compañía invitaban a pensar en una performance mucho más favorable. A este grupo se le suma Pasión inocente, lo más parecido a Francia-Honduras que pueda verse en pantalla grande. El único interés en ambos casos pasa por saber en qué momento ocurrirá lo i-nevitable (el primer gol galo en un caso, el derrape del protagonista en el otro) y hasta dónde llegarán las consecuencias (por cuánto diferencia ganaría uno; qué tan bajo caerá el segundo). ¿El resto? Puro cumplimiento normativo, puro relleno. Como ocurre con los partidos, el espectador está limitado a un rol pasivo. Así verá la irrupción de una bonita estudiante inglesa en la rutina de un músico frustrado devenido profesor, un Guy Pierce sacado de una clase de Filo de Puan: pulóver sobrio, tono monocorde, barbita de una semana, peinado cuidadamente desprolijo, anteojos. A los diez minutos, se hacen ojitos y flirtean. A los veinte, en plena reunión social, la esposa de él, cuyo hobby es coleccionar frascos de galletitas (¿?), habla con una amiga acerca de una ola de divorcios y de cómo ellos mantienen inquebrantable su vínculo, al tiempo que el profe asiente a los elogios del asador de la visita. Porque Pasión... no se conforma con su carácter predecible, sino que le adosa el preanuncio de sus movimientos narrativos, limitando a sus personajes a seguir una hoja de ruta. Construido con un montaje paralelo bochornosamente obvio, actuado con esa gravedad trágica que el mal cine indie yanqui les dispensa a los “temas importantes”, con pianos y violines, ni siquiera propone una pizca de arrebato, deseo y culpa en el affaire del protagonista, desplazando ese foco a los celos de la hija del matrimonio ante la inglesita interpretada por Felicity Jones con una carga de ingenuidad, sensualidad y misterio, cualidades que Pasión inocente olvidó vaya a saberse dónde.
Mensaje Es difícil entender qué nos quiere decir Drake Doremus con Pasión inocente. O mejor, uno preferiría pensar que intentó algo que no salió y se perdió en la monotonía, el acartonamiento y el lugar común. Se nos cuenta un drama de tema típico: una familia más o menos funcional recibe a una estudiante de intercambio de enigmática mirada, que con su sola presencia empieza a desnudar todas las contradicciones, haciendo salir a la luz viejos remordimientos. Los personajes se acomodan rápidamente en sus roles unidimensionales: Keith Reynolds (Guy Pearce) es un profesor de música que no está contento con su vida; Megan Reynolds (Amy Ryan), la esposa, es una ama de casa controladora y absurdamente coleccionista; Lauren Reynolds (Mackenzie Davis), la hija adolescente con… problemas de adolescente; y Sophie (Felicity Jones), la estudiante de intercambio que viene a inmiscuir su mirada incómoda en la familia. Obvio, luego de unos minutos, nos damos cuenta de que la mirada incómoda de Sophie no es un extrañamiento constante y bastante impostado hacia el nuevo entorno, sino que es, lisa y llanamente, su forma de expresar que le gusta Keith, como si a Bella de Crepúsculo la hubieran trasplantado a esta película, y todos los que hayan visto esa pavada de vampiros giles sabrán lo que eso significa: amor virginal y frases berretas disfrazadas de filosofía. Pero no nos detengamos tanto en Sophie, que es una adolescente pretenciosa más que esbozará Hollywood, sino que vayamos con Keith, que es un ser despreciable, un cobarde incapaz de enfrentar un solo conflicto, y cuyo claro problema es su incapacidad para enfrentarlos, cosa que la película de Doremus omite, aunque sí se encarga de su vida un tanto aburrida pero no tan opresiva como para justificar sus ansias de irse. Keith jamás muestra afecto por su mujer y su hija y se enamora del talento y la pose snob de Sophie al instante, aunque nunca se resuelve la tensión sexual de la relación. De hecho, Doremus trata el sexo con una distancia extraña, con incomodidad, sus personajes a penas lo mencionan y no lo llevan a cabo. Digamos que Pasión inocente tarda mucho en avanzar, y luego hace aparecer la concreción de la relación que pretende contar y sus consecuencias en los últimos 40 minutos. Es decir, los primeros 55 estuvo desarrollando personajes de cartón en situaciones de papel maché con una fotografía perfecta. Este tedio generado en la primera parte hace que a lo último las reacciones exageradas de los personajes nos parezcan un tanto absurdas. Encima todavía nos queda el final, que es conservador y barato, pero justo: Keith queda donde se merece, donde no quiere estar. Pasión inocente es una película de mensaje, pero todavía no sabemos cuál es el mensaje: por un lado se intenta justificar las acciones del deplorable Keith, y además Sophie se la pasa construyendo un discurso enredado acerca de las elecciones y la libertad que se pierde en el absurdo. Entonces podríamos concluir la siguiente moraleja: intenta dejar a tu familia por la primera pendeja con aires de artista que te cruces y tras las consecuencias arrepiéntete y vuelve a tu casa a sentir remordimiento e indiferencia. En fin.
Casi una tragedia familiar Pasión inocente es una historia de amor entre un hombre adulto y una jovencita enigmática. Con buenas actuaciones, pero con un guion que se queda en lo obvio. La paz sin cuestionamientos que viven los Reynolds se quiebra cuando llega la estudiante inglesa de intercambio. Además del contexto que funciona como un caldo de cultivo, hay en la chica algo misterioso y triste que cambia la atmósfera del lugar. Pasión inocente está planteada desde el comienzo como una amenaza al hogar integrado por el padre músico (Guy Pearce), la madre ama de casa y ceramista (Amy Ryan); y la hija, estudiante de secundaria (Mackenzie Davis). Viven lejos de Nueva York en medio de un paisaje bucólico, de manera que la acción transcurre en esa periferia. La película de Drake Doremus suministra los elementos de la clásica relación sugerida entre un hombre adulto y la jovencita madura y enigmática. La cámara constantemente va de un rostro al otro, recurso que pone la tensión necesaria al comienzo pero que más tarde se vuelve redundante. El viaje sentimental de Sophie se circunscribe a la tempestad que desencadena en el interior de la casa. Felicity Jones realiza un trabajo delicioso y exasperante, a la vez, por el modo de expresar el desconcierto, el deseo y la ilusión en torno a ese hombre que podría ser su padre. Guy Pearce, actor sensible y multifacético, logra el personaje del músico frustrado, violonchelista sustituto de la Sinfónica de Manhattan. Pearce le saca matices a un personaje en evolución que, no obstante, no cuenta con la ayuda del guión que se queda en lo obvio. La película, además, abusa de la sugerencia, con buena fotografía sobre escenas cliché, y con la música como una buena ayuda a falta de ideas. Con dinámica de videoclip, el director resuelve pasajes enteros editando escenas simultáneas que cobran sentido gracias a la fuerza demoledora de las composiciones sinfónicas, o, sencilla y bellamente, Chopin, con la cuota de sensualidad y melancolía necesarias.El señor Reynolds y Sophie comparten la insatisfacción, cada uno de un lado del abismo que trazan los años.Está delineado el entorno escolar, desaprovechado y metido en la lógica del melodrama adolescente que envuelve a Lauren, la hija del matrimonio que carga con el estigma de los jovencitos que alardean de sus conquistas sexuales, antes que sentimentales. Mackenzie Davis sintetiza con frescura las consecuencias de las acciones ajenas.Pasión inocente pone en boca de Sophie las reflexiones, los consejos y el equilibrio. Es ella quien maneja las situaciones y encara los diálogos. La cámara, de alguna manera, la condena de antemano. Al final, el guión tampoco se juega, en profundidad, con la solución más conservadora. Sugerir es una salida conceptual rápida, presentada como ausencia de juicio moral. En el rubro de las películas de amores inquietantes, con la marca de Lolita, este drama sin vuelo no puede competir con la memoria de títulos como Belleza americana o la otra película de Jeremy Irons, Una vez en la vida, por citar sólo dos en que la tragedia deja al espectador sin aliento.
Esta bella familia suburbana compuesta por Keith (Guy Pearce), Megan (Amy Ryan aka la doble de Inés Estévez yanki) y Loren Reynolds (Mackenzie Davies) una nena rubia muy candidata a America’s Next Top Model, dista de ser perfecta como el retrato familiar que envían a sus conocidos cada año. Keith es un músico que devino en profesor de colegio secundario para poder bancar a su familia. Él no es feliz con su profesión y tampoco es muy fan de vivir en los suburbios, no tiene ningún problema en dejar su super casa de campo para ir a un departamentito en la Big Apple; sobre todo ahora que se le presenta la oportunidad de audicionar para la filarmónica de Nueva York. Pero la verdad, a su mujer esto no le entusiasma mucho. Ella está contenta coleccionando jarrones de galletitas en su bella casita bucólica y llevando a todos de acá para allá con el jeep familiar. Igualmente, aunque el resto de las familias a su alrededor se divorcian, esta familia se mantiene junta. Pasion_Inocente_EntradaPero todo tiembla cuando los Reynolds le abren las puertas de su casa a una estudiante de intercambio británica llamada Sophie (Felicity Jones). Sophie es una potra y además es un crack. Tiene un acentito inglés, una sonrisa de labios carnosos y paletas enormes, la rompe tocando el piano y es como super madura para su edad. Sophie viene como medio escapándose de algo y si bien es alta concertista, ella piensa que no hay que hacer nada en la vida porque sí, porque uno puede, sino que hay que elegirlo. Cuestión que en algún punto Keith y Sophie se encuentran admirando cosas el uno del otro y se enamoran. A mí, personalmente, me da un poco de fiaca el drama de cuarentón frustrado que quiere rehacer su vida con una nena de apenas 18. El personaje de Pearce es bastante poco hombre, en vez de ponerle huevo al matrimonio y tratar de enfrentarse a su mujer (que medio lo hace, pero no le pone mucha onda), el tipo se engancha con una pendejita que tiene la edad de su hija y encima pretende que ésta “se lo robe y se lo lleve” (“I want you to steal me away”), como le dice a Sophie en un momento íntimo junto a un lago. Como película de “mid life crisis”, Pasión Inocente tiene poca cosa para aportar. Como película de “mid life crisis” o de “adulto se enamora de pendeja” me parece que tiene poca cosa para aportar. Y no es que quiera quitarle mérito a su director, Drake Doremus, quien encuentra una forma muy sutil y agraciada de contarnos esta historia; la austeridad de los diálogos, actuaciones meritorias, los paisajes, la iluminación tenue y paleta de colores pálidos que ayudan a construir este sensación de opresión, el soundtrack que es emotivo pero nunca empalagoso, un bello ritmo de montaje hacen de Pasión Inocente (Breathe In) una película dentro del todo disfrutable. Hasta me pude bancar el uso forzado de la cámara en mano durante toda la película que atenta contra el tono realista del filme. Hubiera agradecido mucho que Doremus no nos subestimara como espectadores y que hubiera cortado algunas escenas donde se explicita de que va la cosa, como el diálogo entre el personaje de Kyle MacLachlan y el de Guy Pearce: no necesitamos que alguien nos diga exactamente lo que ya sabemos que está pasando. Pasión Inocente es una película olvidable, poco memorable, pero no es rotundamente mala. Es una película tibia. Por momentos hubiera querido llamar a Lester Burnham (el personaje de Kevin Spacey en Belleza Americana) y que le de unas lecciones de testosterona a Keith. Al filme le falta un toque de pasión, fuego (y no hablo sólo del romance sino en líneas generales) y termina de ser aplastado por un climax flojo y un desenlace predecible. Es un gran NI.
Buenas perspectivas para un gran melodrama, disueltas por la corrección. Jovencita extraña llega a pueblo como estudiante de intercambio y se interpone en la vida de un matrimonio. Drake Doremus, el director, apuesa por jugar con los pequeños gestos y logra retratar las emociones de los personajes. El problema es que a veces el desborde se vuelve necesario. Por si hace falta, de paso, demostración de que Guy Pearce es una gran figura del cine, muy poco aprocechada.
Intercambios inquietantes Sophie (Felicity Jones) es una estudiante inglesa que, por un programa de intercambio, llega por seis meses a la casona de una familia ubicada en los suburbios acomodados de Nueva York. Allí se encontrará con Keith, el jefe de familia (Guy Pearce), un músico frustrado al que no le queda otro que ser docente; su esposa Megan (Amy Ryan), que se dedica a pequeñas artesanías y su hija adolescente Lauren (Mackenzie Davis), alumna en el secundario donde enseña Keith. Y la recién llegada terminará con la dulce y sospechosa paz de este hogar que en la superficie vende confort y calma y por adentro está amenazado por el desgano y la rutina. Será Sophie la que obligará a todos a jugar a fondo sus roles: atractiva y manipuladora, dejará ver el costado ingrato de la desplazada Lauren, la abulia matrimonial de los dueños de casa, los proyectos titubeantes del docente que sueña con ser músico de orquesta. Y de a poco la visitante irá ganando protagonismo hasta transformarse en un huésped inquietante que dejará al descubierto los costados más reveladores de cada uno. La escena clave se juega en la escuela: la recién llegada es invitada al piano y la estudiante, que histeriquea con medio mundo, ejecuta de manera arrolladora un tema que dejara al profesor cautivado. Su música, tan fogosa y tan distinta a la gastada melodía de su casa, le advertirá a Keith que su vida amorosa desafina y que no sólo su vida docente anda buscando aires nuevos. Allí el melodrama se insinúa como thriller, aparece el suspenso, las revelaciones y la verdad salen del placard. Pero cuando t odo promete, el filme se queda. Adopta algunas resoluciones argumentales muy forzadas (la casualidad decide todo), juega demasiado con el montaje paralelo (el accidente , la escapada, la revelación) y gasta un aparente tono de gravedad, pero al menos hay que agradecer que la realización es cuidada y discreta, que sus personajes suenan creíbles, que el clima de melodrama romántico se mantiene y que al comienzo apela a buenos detalles para pintar las rajaduras de un hogar que, como tantos otros, aparece sonriente y dichoso sólo en las fotos. El filme no dice mucho, pero en días con tantas explosiones, cualquier título que luzca intimista, pausado y natural, es como un premio.
Simplemente Guy Nuevo filme del norteamericano Drake Doremus, uno de los directores emergentes en el actual panorama de cine independiente, que ganó el premio especial del jurado en el Festival de Sundance en 2011 con Como locos (Like Crazy) y puso en primer plano a su actriz protagonista Felicity Jones con el premio como mejor actriz. Con aquel film, Doremus indagaba las relaciones entre estudiantes de intercambio que son capturados por inmigración e intentaba retratar el lado más doloroso del amor. En Pasión inocente, Doremus vuelve a trabajar con Felicity Jones y elije una trama sencilla y poco original vista muchas veces, donde el amor imposible entre un adulto y una adolecente conlleva terribles consecuencias para sus personajes. Relata como una familia aparentemente ejemplar que tras su aparente felicidad esconde a un padre músico frustrado, que trabaja impartiendo clases de piano a jóvenes cuando lo que realmente quisiera es tocar el chelo en una orquesta sinfónica, La llegada de una estudiante de intercambio de 18 años desestabilizara las relaciones familiares. La relación prohibida y el tema de la infidelidad como telón de fondo dan lugar a un relato donde sobresalen las excelentes actuaciones y su parte inicial, donde la tensión sexual flota en el ambiente y no sabremos hasta qué punto lo suyo es amor u obsesión. Doremus es un magnífico director de actores y sabe crear, a través de planos cerrados casi siempre detallando sus mínimos gestos, miradas y movimientos, un clima de sensualidad y sutileza a la hora de mostrar la intimidad entre los amantes. Con una magistral actuación de Guy Pearce (quien ya demostro sus grandes dotes actorales en Memento), sobre quien recae todo el peso del relato, y una química entre los dos protagonistas clave para la tensión y seducción que recorre todo el film. Guy Pearce y Felicity Jones logran a través de sus miradas y gestos componer a la perfección tanto al cansado e insatisfecho profesor de música que encuentra en la estudiante el valor y fuerza suficientes para encauzar su vida, como a la joven enigmática pero segura de sí misma que cautivara al profesor. Su delicadeza estética, su fotografía, personajes frágiles y misteriosos y su comienzo con aires de thriller le dan al filme pinceladas de originalidad ante una historia ya conocida, que tuvo geniales producciones como Lolita, Belleza Americana y muchas más, pero que nos mantiene igualmente cautivados al principio. Los problemas del film comienzan hacia la segunda mitad, con algunos momentos demasiado forzados (el casual descubrimiento de la hija en el campo), acontecimientos previsibles y clichés demasiado trillados como los que invaden el tramo final. La excelente banda sonora, a cargo de Dustin O´Halloran, y sus deleitables composiciones de piano, suma puntos a un film que se disfruta en su primera parte y sobrelleva el resto. Tal vez, poco arriesgado para los tiempos que corren, y un público que probablemente solo guarde legado de la actuación de Guy Pearce.
El juego de la insinuación El joven realizador Drake Doremus aquí escribe y dirige Pasión inocente, un melodrama que retrata de muy buena forma la fragilidad humana ante situaciones distintas que conllevan cambios y ponen en jaque, hasta hacer temblequear, la entereza de las personas. Se apoya en la solvente interpretación de Guy Pearce, en esta oportunidad desde un flanco que requiere se posicione más en la expresividad, algo que el protagonista de Memento exterioriza con firmeza. También es sumamente importante la elección de la sensual y sugerente Felicity Jones, quien encabezó Like Crazy, del propio Doremus unos años atrás. Todo parece armónico en la vida de este profesor de música ensimismado en salir de la docencia y dar en la tecla en una audición que viene preparando hace tiempo. Casado y con una hija adolescente, se percibe en su apariencia un dejo de pesadez debido a la monotonía de sus días. Una estudiante inglesa de intercambio irrumpe en su casa y, desde el primer contacto, algo especial se siente entre ellos. A partir de allí las cosas comienzan a tornarse más tensas y comprometedoras para la cotidianidad de este buen hombre y sus alrededores. Pasión inocente expone y narra una historia de adulterio. El director se vale de un ritmo pausado pero no por ello aburrido para incurrir y ahondar en los gestos y estados de ánimo de sus personajes. A través de primeros planos enfocados sobre los rostros de los intérpretes intenta enseñarnos lo que desde su interior está por emanar cada uno de ellos. El cruce de miradas entre Pearce y Jones habla por sí solo; el deseo, la seducción y el gusto por lo prohibido. Doremus no necesita recaer en un dramón para conectarnos en lo que acontece. Tampoco precisa exhibir los sucesos de modo retorcido y literal, siendo este uno de los aspectos más interesantes. Simplemente recurre a un juego de insinuación en el que la tensión crece conforme al avance del relato. Así como en American Beauty pero con formas y estilos narrativos diferentes, la entrada de una jovencita cautivadora representa una bocanada de aire fresca en la existencia de un padre de familia encerrado en costumbres repetitivas. ¿Qué tan endeble puede ser un sujeto frente a la atractiva aparición de una figura del sexo opuesto que pueda ocasionar estragos en su entorno? Interesante, de tranco agradable, con ciertos aires de thriller y de fácil visión, Pasión inocente es una buena propuesta que no pasa a mayores tal vez por lo trillada que suene su trama. LO MEJOR: el trabajo de interpretación de Felicity Jones y Guy Pearce. El grado de interés creciente. Un drama que se percibe mayormente convincente. LO PEOR: el aceleramiento en el tramo final. PUNTAJE: 7
Después de Like Crazy, todo un plantel femenino estaba esperando esta película que une nuevamente al director Drake Doremus con la actriz Felicity Jones. Fiel a su estilo anterior, es una película de clima, que crea tensiones y trabaja sobre la dinámica de los personajes por sobre un ritmo narrativo. Esto ayuda mucho porque ha elegido como contra parte de la unigesto (y muy bonita) actriz principal al enorme y formidable Guy Pearce interpretando algo que no hace, desde hace mucho tiempo: de tipo normal. La película empieza cuando una estudiante de intercambio inglesa va a parar a una casa de una familia en las afueras de New York. Mientras todos los miembros menos la madre están poco entusiasmados con la irrupción de una extraña, Sophie tiene que lidiar con su propia decepción al darse cuenta de que Manhatthan no queda precisamente en la esquina. A partir de su llegada, suceden cosas bastante lógicas como el hecho de que todo el colegio esté movilizado por la llegada de la chica nueva y que su hermana no esté del todo encantada con la perspectiva. El único problema es que el más encantado parece ser el padre. Y digo esto con una ironía que la película no merece: Keith no es un galán o un abusador de menores, sino que es un hombre que se encuentra atrapado en una vida que no buscó y siente que nadie más en su entorno va a ayudarlo a lograrla. De repente esta adolescente hermosa está ahí para una conexión que no puede encontrar en otro lado. Y tampoco es que ella es agresiva en manifestar su interés, sino que simplemente que los espacios se dan por la cercanía en terrenos en común y en ansias. La película mantiene una tensión constante que hacen que el espectador se divida entre querer que concreten y lo incorrecto que suena. Las situaciones se dan casi por casualidad y uno transpira cuando ve a Keith intentando no sucumbir, a una adolescente mucho más disponible (tiene lógica por su edad) y a esos momentos tan sencillos de quebrar toda la estructura previa. Con la moralina típica con la que tienen que presentarte estos temas, a lo mejor a mitad de camino uno siente que la idea de inhalar (Breathe in) es para acudir a un espacio de paciencia más que a animarse. Pero el rol que le dan a esta chica extraña es la de sentarse con los propios fantasmas, sobre todo. El resultado, es una buena película, que tira más al drama que al romance, que juega más con las miradas que con la acción. Disfrutable.
Más allá del título en español, que aunque no respete la traducción literal anuncia con sinceridad el género, la película es un confuso puzzle de piezas melodramáticas. Y esto no sonaría peyorativo si su referencia fuese cualquier obra del prestigioso narrador de melodramas Douglas Sirk. Pero como no es el caso, “Pasión inocente” se asemeja más a un telefilme. La construcción de personajes parece haberse quedado en la primera fase, tanto es así que más que personajes -tridimensionales, con contradicciones- lo que transita la historia son estereotipos: un hombre maduro aburrido de la vida, su mujer ociosa e histérica, su hija adolescente, cuanto más consentida, más caprichosa. El trasfondo, la profundidad, la dialéctica moral que hace interesante a un personaje, no existe; prueba de ello es el sorprendente final que anula cualquier posible arco de transformación que modifica a un buen personaje tras haber sufrido una buena trama. De la misma forma, la trama se queda a medio camino. Lo que podría llegar a ser verosímil -una adolescente atraída por un adulto y viceversa- resulta casi ridículo debido a los pasos gradualmente mal construidos de la atracción. Quizás por querer narrarlo con sutileza y evitar así lo telenovelesco, el proceso de acercamiento y enamoramiento entre ambos protagonistas se revela imposible de creer, acartonado y forzado. Durante una buena parte del relato, el personaje de Felicity Jones (una chica de 18 años que vive de intercambio en una familia yanqui) parece buscar al de Guy Pearce (padre de la familia yanqui) por afinidad con él, por necesidad de compañía agradable que no encuentra ni en la hija infantil ni en la madre aburrida. Y es por eso que el roce de manos, el beso que detona la pasión -no tan inocente- resulta brusco, porque no tiene base previa. También hay soluciones narrativas poco trabajadas a nivel de guión, fáciles o manidas, y cuestiones de credibilidad que no se sostienen y a las que se podría prescindir porque no son necesarias para la trama. Y desde luego el final, que si bien se puede entender como una crítica a un estilo de vida de apariencias y fingimientos, de comodidades por encima de pasiones, resulta confuso e inconcluso.
Con la comisura de labios no alcanza Lejos de provocar al espectador, Pasión inocente hace foco en la relación entre un padre de familia y una adolescente. Sin embargo, la película recupera una temática que lejos está de agotarse. Hay grandes ejemplos. Y pequeñas actrices. Tema espinoso, irresistible, el de las lolitas del cine. Expresión -"lolita"- por todos dicha, aún sin el correlato presto que significan la literatura de Nabokov y el cine de Kubrick. Es que en ello radica el tacto justo que los dos supieron tener, al haber calado hondo en eso que dicen es el imaginario colectivo. Cada uno desde su lugar, literario y cinematográfico, construyeron un personaje que es muchos, pero a la vez, único. Sue Lyon fue el rostro elegido por Kubrick para el devaneo del profesor Humbert Humbert (James Mason). Luego habría remake en 1997 (a cargo de Adrian Lyne) y si bien a nadie en su sano juicio se le ocurriría compararla con el film de 1962, lo cierto es que nada mal estuvo Dominique Swain, mientras Jeremy Irons era ahora quien tramaba las excusas (casi) perfectas para conseguir para sí, y sólo para sí, al motivo de sus desvelos; uno de sus momentos es perfecto, allí cuando Irons necesita sumergir su cabeza dentro del congelador de la heladera; también otro: cuando Irons mira estólido caer la espuma que limpia el parabrisas de su automóvil. Lo también cierto es que la Swain y su chicle globo estaban pensados para Natalie Portman; pero no hubo caso, la irresistible Mathilda de El perfecto asesino (1994, Luc Besson) no dio brazo a torcer, aún cuando ahora ya se la vea más desprejuiciada. Los padres, parece, tuvieron que ver. Pero si de chicle se trata, nadie olvidará aquél que masticara, piano de por medio, una púber Winona Ryder ante la incontinencia gestual de Jerry Lee Lewis (Dennis Quaid) en Bolas de fuego (1989). O la sensualidad que desprendiera Juliette Lewis en Cabo de miedo, de Scorsese. Más ese rol de adultez prematura que cumple Jodie Foster en Taxi Driver. Junto a la candidez que destilara Mariel Hemingway en Manhattan, de Woody Allen. ¿Más? Tantas más: Brooke Shields (Niña bonita), Carroll Baker (Baby Doll) Marine Vacth (Jeune & Jolie), Anna Paquin (Historias de familia), Mena Suvary (Belleza americana), así como la incorrectísima niña-vampiro interpretada por Kirsten Dunst en Entrevista con el vampiro. También, con sus curvas animadas, la caperucita roja despampanante que baila en el night-club de Red Hot Riding Hood (1943), el corto de Tex Avery donde el lobo chifla desesperado, se golpea la cabeza con martillos, y se dispara en la sien. Y por qué no, dada la selección, esa alma resplandeciente de vida que significa Clarisse McClellan, el contrapunto que Ray Bradbury introduce en la apocada vida del bombero Montag, en la novela Fahrenheit 451. Tanto preámbulo para introducir a Felicity Jones y el film del que todavía no se habló. En verdad -el lector lo habrá sospechado-, se volvía mucho más seductor dar pie al recuerdo antes que toda la atención a Pasión inocente. Aquí es donde se inscribe esta nueva lolita y la sonrisa siempre a punto (la comisura de los labios de la Jones dicen lo que toda la película no puede), lejos están de causar indiferencia; pero de lo que se habla es de cine y sí, lamentablemente, la gracia oscura de la Jones poco agrega. Para ser preciso, Pasión inocente recuerda las películas televisivas de Hallmark Channel. El argumento presenta a un padre de familia (Guy Pearce), profesor y músico, que lidia con la angustia que le acompaña. Una esposa conformista y una hija adolescente le completan el cuadro. Pero, lo que primero le parece una molestia, termina en verdad por seducirlo: una niña inglesa, de intercambio, viene a hospedarse en su casa. Y se arma. Bueno, no se arma demasiado. Porque para que algo semejante suceda una película tiene que ser cine. Como acá no hay nada de esto, lo que se ofrece es una concatenación de situaciones insípidas. Tanto es así que la "seducción" referida no tiene eco alguno en la totalidad del film, tan banal que hasta indigna. Porque para que dos personajes fílmicos se seduzcan es necesaria una artesanía fílmica, preocupada por involucrar a ese tercero ansioso que es el espectador (así de turbias son las relaciones en el cine). Como nada de esto pasa, lo que queda es una exposición de estampitas explicativas, que no sólo enuncian lo evidente, sino que son subrayadas por un montaje previsible. Por ejemplo: Sophie (Felicity Jones) esconde sus virtudes de pianista hasta que se ve obligada a tocar en la clase de Keith (Guy Pearce), y se despacha con un ejercicio de Chopin que no sólo es inverosímil, sino que sabe hacerse acompañar por el vértigo de las imágenes (como el de los videos aficionados en fiestas de quinceañeras). Otra: la hija sale de su desengaño amoroso para ??acto seguido!? encontrar que su padre (ese otro hombre suyo) está con otra. Y también: allí cuando, al fin, podrá suceder lo que tuerza las barreras (auto)impuestas, siempre aparece el llamado al orden. Y nunca, nunca, la película transgrede nada. Lo que queda es mera cobertura, satisfecha de sí misma por no tener la menor idea o atención hacia lo que el cine posibilita. Para el caso, y porque algo vale rescatar luego de casi dos horas de suplicio, bien viene devolver el rostro de Kyle MacLachlan a la gran pantalla. Si bien acá cumple el papel de esposo de un matrimonio de imbéciles, amigos de la pareja, su breve momento hace que aparezcan esperanzas de revuelo. Pero sólo desde la imaginación, ya que lo sucedido fue lo que sigue: la cabeza de este cronista otra vez prefirió divagar, tomar como excusa al gran actor, volver sobre la serie Twin Peaks y alcanzar otra de sus relaciones turbias, como la que virtualmente sostenían el agente Cooper (MacLachlan) con la precoz Audrey (Sherilyn Fenn). Mmmm, Sherilyn Fenn...
El nuevo trabajo de Drake Doremus (Like Crazy) cumple, pero lejos está de impresionar. Shopie es una estudiante británica que llega de intercambio a la casa de los Reynolds, en una pequeña ciudad a las afueras de Nueva York. Keith, Megan y Lauren componen la familia que acogerá a la joven. Pero lo que no saben es que la convivencia con su nueva inquilina alterará la rutina y sus vida para siempre cuando Shopie y Keith comienzan a enamorarse perdidamente. Relato inocente Hace unos pocos años Drake Doremus sorprendió con lo que es, a mi parecer, uno de los mejores dramas románticos adolescentes que se pueden encontrar hoy en día. Claro que estoy hablando de Like Crazy, cinta que ni siquiera se asomó por los cines de nuestro país a pesar de cosechar grandes críticas por todo el mundo y tener en su elenco a jóvenes actores consagrados como Anton Yelchin, Felicity Jones y Jennifer Lawrence. Aquí Doremus vuelve a reunirse con Jones para contar una historia de amor un tanto diferente, la de un padre de familia enamorándose perdidamente de una joven estudiante de intercambio. A pesar de sus buenas intenciones, Pasión Inocente nunca termina de convencer por completo y esto se debe en gran medida al tratamiento que Doremus le da al material. El director decide dejar de lado todo lo que uno puede esperar de una película en la que se retrata un amor prohibido centrándose únicamente en como estos personajes inevitablemente comienzan a enamorarse a pesar del esfuerzo que ponen en no hacerlo. Si bien esta historia de amor funciona de lo mas bien durante la primera media hora del film, poco a poco comienza a desinflase cuando nos damos cuenta que, en realidad, no tiene mucha mas para ofrecer. Aunque Doremus de manera consciente decide escaparle a todo tipo de situaciones fuertes o escandalosas, uno debe reconocer que hace un gran trabajo retratando el surgimiento de este amor entre los personajes, algo que no siempre resulta creíble en películas sobre amores prohibidos. A primera vista, el matrimonio de Kieth (Guy Pearce) y Megan (Amy Ryan) parece de lo mas feliz, pero sabiamente el director nos va dando pequeñas pistas (algunas explicitas y otras a través de simbolismos) de que no es tan así. Kieth es un hombre insatisfecho en casi todos los aspectos de su vida que se ve flechado inmediatamente por Sophie (Felicity Jones), la estudiante de intercambio que llega a la casa que comparten con Lauren (Mackenzie Davis), la hija de ambos. Pero eh aquí el gran problema de Pasión Inocente. Esta historia de amor, con sus idas y vueltas, se extiende durante casi todo el metraje, y cuando por fin surge un conflicto, Doremus pareciera restarle importancia, reservándolo para los últimos minutos y con una resolución por demás de abrupta e insatisfactoria. El gran atractivo de Pasión Inocente está en sus interpretes, principalmente en Guy Pearce y Felicity Jones. Ambos llevan adelante la película con la suficiente credibilidad y sensibilidad que requiere una historia como esta y manteniendo siempre un interesante tono emocional . Pearce demuestra, una vez mas, que es uno de los actores mas subestimados de nuestros tiempos y Jones confirmar que es una joven promesa para tener en cuenta. De esta manera Doremus ratifica que su gran fuerte está en la dirección de actores. Conclusión Pasión Inocente es una película que si bien no reinventa un género, busca darle una interesante vuelta de tuercas a una historia que no termina de convencer. Quizás esto se deba mayormente a que los amores prohibidos necesitan un chispa para ser realmente prohibidos, algo que aquí no encontrarán por ningún lado. Mas allá de eso, las buenas interpretaciones de Guy Pearce y Felicity Jones ayudan a llevar a buen puerto este relato que, aun con sus carencias, resulta un mas que digno esfuerzo.
Drake Doremus rodaba una hermosa, dura y realista historia de amor como Like crazy, cuando parece que encontró a su musa, Felicity Jones. Y fue entonces que la eligió, aunque ella tuviera prácticamente diez años más que su personaje, para llevar adelante a Sophie, una estudiante inglesa que viene a quedarse un semestre en la casa de los Reynolds. Como lo indica el primer plano del film, los Reynolds son, ante las apariencias, la familia perfecta. Lindos, con una hermosa y grande casa, con un auto cada uno, y una hija adolescente llena de promesas. Pero en realidad esconden algo más. Megan es un ama de casa entregada a su familia, pero incapaz de ver lo que sucede más allá de sus ojos. Lauren hace natación y logra destacarse en el rubro a la vez que anda con un muchacho que no le pone título a la relación y quien sólo termina humillándola constantemente. Keith es un músico frustrado devenido a profesor, que cada tanto se pone a rememorar épocas pasadas en las que tenía un peor porvenir económico pero interpretaba la música con pasión. Con esa pasión con la que Sophie se presenta de manera casi obligatoria ante la clase que él enseña, cuando interpreta una pieza de estudio de Chopin. Lo que Keith ve en Sophie es algo que él siente que perdió, que dejó atrás. Ella busca la libertad, hacer cosas porque quiere, no porque tiene que hacerlas. El film se toma sus largos minutos para representar estas dos personalidades distintas y para hacerlas interactuar con algo más que miradas. La familia Reynolds comienza a desmoronarse mientras Sophie está ahí en el centro, a veces sin saber qué hacer, sin entender por qué de repente los ojos se posan todos sobre ella. Breathe In habla más que de un amor prohibido. Keith ve más que una chica joven siendo seducida por él en Sophie, ve su pasión y es eso lo que lo atrae. En Sophie se ve a una persona que no tuvo una figura paterna en su vida y quizás eso la lleva a observarlo a Keith antes que al resto de la familia. Pero no es eso lo que los une, sino una intimidad que no se basa en sexo, lo que lo hace más fuerte. Ante una primera mirada se podría ver a un hombre con crisis de edad y a una joven que no puede evitar ir por la vida seduciendo a los hombres, pero eso sería quedarse en la superficie de una historia llena de aristas. En "Breathe In" llueve todo casi todo el tiempo. Y la música además juega un papel importante en la historia de los dos protagonistas pero además ayuda a crear esos climas densos propios de una familia que ya no puede sostener más esa falsa realidad. La actuación de Felicity Jones es realmente magnética, con sólo miradas y una boca apenas entreabierta logra expresar su deseo. A Guy Pearce se lo ve cansado y eso ayuda con el hastío que su personaje siente. Breathe In es más que un drama romántico. Son pocas las escenas que ponen el amor en el centro pero están ellos dos, que tardan en hacer contacto entre sí, lo que hace que la primera mitad de la película sea bastante inferior a la intensidad que tiene la última parte. Y con un final que sacude la mente del espectador, que ve algo que ya vio, pero de un modo tan diferente que duele.
Una familia aparentemente bien constituida y la llegada de una estudiante de 18 años que puede llegar a desestabilizara las relaciones familiares. En la primer secuencia del film el director se detiene unos minutos para mostrar los personajes de una familia norteamericana modelo que lucen sonrientes, habitan una bella casa y pretenden afirmar esa felicidad realizando una serie de fotos para un álbum en el jardín de su casa. Keith Reynolds (Guy Pearce, “Prometeo”) el padre de familia, es músico y lo único que puede hacer es dictar clases de piano en una escuela pública mientras continúa participando en distintas audiciones para formar parte de la orquesta sinfónica de Nueva York como violonchelista, ese es su mayor anhelo; su esposa, Megan Reynolds (Amy Ryan, “Desapareció una noche”), es simpática y se relaciona bien con los demás y su hija Lauren Reynolds (Mackenzie David, “Las novias de mis amigos”), deportista se dedica a la natación y tiene los problemas de cualquier adolescente. Vamos descubriendo que Keith es callado, cariñoso, se encuentra inquieto y preocupado porque en breve tiene una audición que significa mucho para él y no logra la concentración en su casa. Su esposa participa en un programa de intercambio estudiantil donde recibe muy feliz a una joven, Sophie (Felicity Jones, "El Sorprendente Hombre Araña 2: La venganza de Electro") que viene desde Londres, es una talentosa pianista, y ellos la acogerán como un integrante más de la familia recibiéndola cordialmente. Pero la llegada de esta nueva integrante a la casa traerá cierta inestabilidad, Sophie tiene dieciocho años, ojos grandes verdes, es bella e inteligente, atractiva y sensual, y hasta es el comentario de un amigo que se lo hace notar a Keith en un encuentro. Todo esto llega a despertar la inquietud en cualquier hombre que se encuentre en crisis como Keith quien no se encuentra pasando un buen momento sentimental, vive inmerso en la rutina y Sophie lo hace sentirse joven, le despierta el deseo sexual, ellos solo se miran intensamente y comparten los mismos gustos. Y sin pensarlo llegan a soltarse y se animan a destrabar todo lo que venían reprimiendo, se tocan, se miran, se respiran, él siente reencontrarse con su juventud y ella con la madurez del maestro. Poseen una pasión tan desbordante que no miden las consecuencias aunque esto los lleve a la tragedia. Todo se va transformando en una especie del thriller pasional y a través de la maravillosa fotografía de John Guleserian (“Cuestión de tiempo”), se van creando atmósferas y climas, envueltas en tonalidades, ambientes nostálgicos y cautivantes; todo se enfatiza con bellas melodías. Las interpretaciones de los distintos personajes son muy buenas y transmiten al espectador cada una de sus sensaciones, llegando a inquietar, cautivar, emocionar y hacerte vibrar
El joven director Drake Doremus (31 años) en “Pasión inocente” retoma un tema que ya había esbozado en filmes anteriores: “Like Crazy” (“Como locos”-2011), “Douchebag” (2010), “Spooner” (2009), “Moonpie” (2006), el desplome de los afectos. Es evidente que su preocupación es la temática sobre las inestables relaciones de parejas y lo desarrolla a través del humor y pinceladas un tanto ácidas de esa realidad, que cosecha fracasos afectivos y matrimoniales cotidianamente. Las distintas cinematográficas a nivel mundial han mantenido ese tema dentro de los parámetros de su filmografía, y lo han mostrado de acuerdo a su cultura, “Viaggio in Italia” (1954), de Roberto Rosellini, “El sabor del té verde con arroz” (1952), de Yasujiro Ozu, “Madame de...” (1953), de Max Ophüls, “Breve Encuentro” (1945), de David Lean, “Una mujer en la playa” (1947), Jean Renoir, “Las mejores intenciones” (1992), de Bille August, “American Beauty” (1999), Sam Mendes, “Lugares comunes” (2002), de Adolfo Aristarain, y un extenso etcétera., porque era evidente que la realidad social así lo exigía. “Pasión inocente” muestra la crisis de la mediana edad y el deterioro de una pareja que lleva una vida mediocre y rutinaria. El grupo familiar está compuesto por: Keith (Guy Pearce) violonchelista, profesor de música de secundaria, que aspira a ocupar una vacante en la orquesta sinfónica, Megan (Amy Ryan) un ama de casa cuyo hobby es juntar latas de galletas, y su hija Lauren (Mackenzie David), una típica adolescente insegura, que busca en una superficial sobreactuación esconder sus falencias. Este grupo familiar, en principio, parece conformar una típica familia modelo. La llegada de Sophie (Felicity Jones), hermosa y serena estudiante de intercambio de 18 años de edad, prodigio del piano de Inglaterra, que permanecerá con ellos durante un semestre, alterará la serenidad del hogar. La película ofrece poca información sobre el pasado de Sophie, y de su partida, los mantiene en el misterio. En realidad es un elemento para señalar como la llegada de una intrusa glamorosa puede desestabilizar la precaria paz de la familia y agitar los anhelos más profundos de un hombre cuando se da cuenta de su vacío existencial, en donde la comunicación con su hija no existe, perdió todo interés por su esposa y no disfruta de su trabajo. En una sociedad enferma de incomunicación, en la cual la gente se comunica por internet cualquier atisbo de humanidad profundiza esa grieta de soledad que produce la insatisfacción, el drama de Keith es el de un hombre con una imperiosa necesidad de volver a respirar el aire de la juventud. En definitiva es el drama de una gran parte de hombres y mujeres que sienten, como dice el poema de Rubén Darío en “Canción de otoño en primavera”: “Juventud divino tesoro/ te vas para no volver…” “Pasión inocente” no inspira al espectador mucha emoción, sino que permite una mirada serena sobre el conflicto, porque Doremus eludió con éxito todos los tópicos maniqueos y básicos del drama de la infidelidad, y creó una película extrañamente delicada, tensa, poética, en la cual las escenas de sexo salvaje y besos voraces fueron excluidas, en la cual los personajes se conectan mediante miradas fugaces, pasiones compartidas, y deseos mutuos de liberarse de sus propias cadenas. Es un filme en el cual prima la conexión íntima que es sensual y no la física. No cae en el melodrama y hay muy poco diálogo. La mayor parte del film se apoya en un subtexto de pequeños detalles (cuando se rompe el tarro, un piano cerrado, un bolso y perchas vacías). El título que se pensó para el público de habla española, “Pasión inocente”, no es el más acertado, primero porque ninguna pasión de un hombre de mediana edad por una jovencita de la edad de su hija es naïve, y segundo por su título original “Breathe in” (“Respiro en”” define mucho más la idea del realizador en centrarse en la pesada respiración del adulterio y sus consecuencias, y la fresca respiración de la juventud cargada de miradas anhelantes. “Pasión inocente” es una película muy sutil que apunta al drama de la soledad y como señalara Jean Renoir: "la soledad es un tema rico, porque no existe. El vacío que produce está lleno de fantasmas, los fantasmas de nuestro pasado. Son muy poderosos, lo suficiente para modelar el presente a su imagen."
Empate entre Inglaterra y Estados Unidos. Una estudiante extranjera, le mueve el piso a un padre de familia en este nuevo drama sutil, pero sugerente. Cuando Sophie (Felicity Jones) llega desde Inglaterra a una casa lo suficientemente alejada de la ruidosa New York, sus tres fríos integrantes la reciben bastante bien. Sin embargo, enseguida comenzará a generar ruido entre sus padres “adoptivos” y su hermana postiza. Y es que, al contrario de Lauren (Mackenzie Davis), la primogénita americana, Sophie es un prodigio de la música que además posee una mentalidad tan madura, que a simple vista supera su edad biológica. Rápidamente quedan marcadas las posibles diferencias entre la juventud estadounidense y la europea, ya que mientras Lauren se preocupa por ser popular en su colegio, tener al novio más lindo y salir campeona en las competencias de natación; la estudiante de intercambio sostiene largas conversaciones en el hogar junto a su padre local, quien es interpretado por Guy Pearce. texto Va a surgir un romance entre Sophie y Keith, el padre, pero de una manera tan cuidada que ante la primera distracción, no podrías saber cómo es que se llegó a ese punto. El hombre de la casa se siente muy identificado con el modo de ser de la adolescente, y también atraído por su frescura y belleza. Enseguida florecen en él varias dudas, aunque sabe que sus pensamientos son incorrectos. Para colmo, ella es una de las alumnas en su clase de música y eso hace que se vean permanentemente… Los días corren y la cosa empieza a complicarse, ya que ciertas actitudes de ambos generan incomodidad en el resto de la familia. Rápidamente la inquilina se siente deseosa de regresar a sus pagos, cuando se da cuenta de que poco a poco está acabando con la armonía de ese hogar tan ajeno. Pasión Inocente (Breathe In, 2013) es, como dije, un drama que presenta un romance ‘prohibido’ entre un hombre ya maduro y una menor. Sin embargo, las cosas se dan muy inocentemente y hacen que el espectador no sienta la misma culpa que los protagonistas, pese a que podría derrumbarse una familia completa. Es una historia tranquila, sin sobresaltos o escenas arriesgadas, y que fue filmada dándole predominio a los colores fríos. De hecho la escena más apasionada es la que dio nombre al título original. Las actuaciones están repartidas en partes iguales, y son todas correctas; resaltando en especial lo distinta que es Lauren a su padre y a su nueva hermana. Una chica de comportamientos más acordes a su edad, pero que lamentablemente no piensa antes de actuar. Por ende, si hubiese sido al revés, la parejita ‘mal vista’ de la película, sin dudas hubiese acabado en la cama. Piénsenlo guionistas… Me gustaría concluir con una frase que sale del film y que tiene mucho peso en la trama: “Don’t let fear become your profession”.