El oficio solitario de los márgenes.
Las paradojas de la creación artística, y las herramientas de construcción/ supresión que llevan implícitas, constituyen el eje de la excelente Pasión por las Letras (Genius, 2016), ópera prima de Michael Grandage y sin duda una de las experiencias más gratificantes que nos haya regalado la confluencia entre cine y literatura hasta este momento. Utilizando como excusa la amistad entre Maxwell Perkins (Colin Firth), cabecilla de la Editorial Scribner, y el novelista semi olvidado Thomas Wolfe (Jude Law), la película examina con inusitado detallismo ambas actividades, abarcando tanto la dificultad del autor para encontrar una voz propia como el sustrato imaginativo que se esconde detrás de la labor del editor, una sociedad por lo general tácita que en esta ocasión adquiere ribetes un tanto pasionales. Lo que comienza como un vínculo profesional con el tiempo se transforma en un cariño símil padre e hijo.
El opus de Grandage, un afamado director teatral que está dando sus primeros pasos en el cine, ofrece por un lado un retrato de época maravilloso (las décadas del 20 y el 30 del siglo XX, con F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway -ambos apoyados en su momento por Perkins- ampliamente establecidos en el mercado norteamericano) y por el otro yuxtapone con sensatez las perspectivas involucradas en la maquinaría editorial (hoy ejemplificadas en la efervescencia creativa de Wolfe y la necesidad de Perkins de controlarla para hacerla digerible a los lectores, otorgándole una estructura coherente). A medida que el éxito en el submundo literario deja lugar a un reconocimiento inesperado y la presión laboral aumenta, las relaciones familiares comienzan a deteriorarse y así aparece con mayor fuerza ese típico concepto de “legado a futuro” que sobrevuela en torno a la producción de cualquier artista.
Aquí en verdad sorprende el trabajo de Grandage en lo que atañe a la dirección de actores, con un desempeño exquisito del dúo protagónico a la cabeza. Mientras que Firth sigue siendo la personificación misma de la destreza natural en su oficio, Law entrega una de las mejores composiciones de su carrera, transmitiendo la intensidad que requería tanto Wolfe como la propuesta en su conjunto. También merece ser destacada la intervención de un inspirado Guy Pearce como Fitzgerald, metáfora del costado menos luminoso del candelero público y la otra figura de autoridad/ sabiduría para Wolfe: más allá del aura de una vida tormentosa, el señor en Pasión por las Letras adquiere la forma del fantasma del bloqueo creativo por años de ostracismo y una adulación que se fue licuando con el transcurso del tiempo. La dinámica emotiva está permanentemente en primer plano y evita todo maniqueísmo vacuo.
Otro de los pilares que apuntalan la complejidad conceptual es el guión del errático John Logan, responsable de Gladiador (Gladiator, 2000) y El Aviador (The Aviator, 2004), entre otras: la historia en esta oportunidad combina una buena tanda de prosa recitada, el espíritu conciliador de las colaboraciones, el derrotero de los workaholics sin remedio y una serie de detalles cercanos al triángulo vincular, en especial si tenemos en cuenta el personaje de Aline Bernstein (gran performance de Nicole Kidman), la pareja del escritor, una mujer fascinante que se aferra demasiado al ciclotímico Wolfe. La propia esencia de Pasión por las Letras, la de una gloriosa carta de amor a la literatura, la coloca en una posición privilegiada en un mainstream adepto a las lágrimas o las risas fáciles, que suele desconocer el arte solitario de los márgenes y la integridad del porfiar por lo que uno cree hasta el final de nuestros días…