Amigos son los amigos
Greg Mottola es un escultor. Pero esculpe en una superficie distinta a las tradicionales: su trabajo es sobre un material noble, amable, por eso sus películas tienen esa condición. El tipo esculpe sobre terciopelo. Construye paredes, pisos y techos llenos de calidez, dulzura y las limpia de cualquier forma parecida al cinismo. El resultado es rotundo: cada vez que vemos Supercool o Adventureland: Un verano memorable dan ganas de quedarse a vivir ahí. No porque esos mundos sean ideales ni porque sean maravillosos, sino porque, pese a todos los males que les puedan suceder a los personajes, siempre va a haber alguien que los cuide y nos cuide a nosotros, como espectadores. Bueno: a esa lista sumémosle a Paul.
Pero… ¿qué es Paul? Dos fanáticos ingleses de las convenciones de cómics y de ciencia ficción/fantástico se topan accidentalmente con el susodicho Paul (voz de Seth Rogen, que crea un imposible alienígena relajado, porrero y escatológico), ET encarcelado secretamente durante décadas. Tras la sorpresa inicial, el viaje es hacia un punto específico, donde Paul pueda ser rescatado y volver. En el medio, una creyente tuerta (la enorme Kristen Wiig) convertida en una racional boca sucia gracias a los poderes extraterrestres, un par de policías que se comportan como chicos de 8 años, un agente especial con intereses creados (Jason Bateman, impecable como casi siempre) y un cameo de Sigourney Weaver como la responsable suprema de la persecución.
Paul, a diferencia de las anteriores películas de Mottola, tiene un tono todavía más algodonado. Su desarrollo de falsa persecución se comporta como un notable exponente de ese genial subgénero que son las road movies, pero en una variante más relajada, como si no hubiera clímax. Pero, a diferencia de aquellas en donde el viaje es un aprendizaje que muestra cambios profundos, en Paul no se apela a esas disposiciones, a esos saltos en velocidad. Quizás por eso los personajes que construyen Nick Frost y Simon Pegg (aquí también guionistas) sean tan queribles. Su “cambio” es imperceptible: no es a los gritos, no es con lágrimas, sino en un tono íntimo, de camaradería. Por eso la película logra integrar “tripulantes” al viaje de los protagonistas: en el fondo el tema es crear un grupo, declararse ese amor tan propio de las “bromantic comedies” (subgénero al que Paul también pertenece) y gritar a los cielos que los amigos son esas cosas que justifican el paso por esta tierra.