La claustrofobia social.
Una de las consecuencias más paradójicas del imperialismo cultural es la negación de la idiosincrasia autóctona de los países periféricos y su contracara más visible, la adopción acrítica del imaginario de la metrópoli y/ o los centros de poder socioeconómico del momento. Así las cosas, el hecho de que en América Latina prácticamente no se vea cine latinoamericano obedece a un patetismo extremo, circunstancia que se magnifica al considerar a cada nación en particular y su doctrina proteccionista orientada a mantener en forma artificial una seudo industria de por sí concentrada. Por suerte durante los últimos años se estuvo dando un proceso muy interesante de hibridación en términos de contenido.
Si bien hoy continúa este preocupante “cierre de fronteras” y desconocimiento mutuo en lo referido a la producción cinematográfica de pueblos vecinos, por lo menos la aparición de propuestas de género y de films artys más amigables para con el público masivo constituyen un aliciente más que importante que deja la puerta abierta a las excepciones esporádicas. Precisamente en este segundo grupo podemos ubicar a Pelo Malo (2013), toda una anomalía para la cartelera local no sólo por su origen venezolano sino también por la temática abordada, los prejuicios alrededor del fantasma de la homosexualidad en los estados del Tercer Mundo, en especial los concernientes al credo del lumpenproletariado.
La historia se centra en la tensa relación entre Junior (Samuel Lange Zambrano), un niño de 9 años poseedor de un carácter retraído, y su madre Marta (Samantha Castillo), una ex guardia de seguridad que debe afrontar sola los gastos de manutención del joven y su hermano, apenas un bebé, luego de la muerte de su esposo. Desde una vivienda comunal de los suburbios de Caracas, Junior sueña con convertirse en cantante, conseguir el dinero para la foto escolar y alisarse los rulos de su frondosa cabellera, intereses que su progenitora considera “raros” y por ello lo lleva al médico, lo ningunea a nivel cotidiano y hasta llega a maltratarlo en varias oportunidades, descargando sobre el nene la angustia por sus fiascos.
Indudablemente la apuesta más exitosa de la realizadora Mariana Rondón pasa por haber ajustado el tono naturalista, tan característico de proyectos de este tipo, a las sutilezas de la mirada de los protagonistas y una dirección de actores que cuida cada detalle expresivo. Quizás una relativa escasez de ideas que profundicen en la dinámica vincular, promediando el metraje, impide que la película se eleve aún más y la encierra un poco en un esquema reiterativo que nunca termina de “estallar”. Sin embargo la cineasta logra construir un estudio de personajes certero que esquiva el costumbrismo y hace foco en la claustrofobia social, la obcecación del entorno y la falta de perspectivas de crecimiento aquí en el sur…