Es verdad que el director estadounidense David Fincher tuvo un par de traspiés a lo largo de su carrera ( La habitación del pánico y El curioso caso de Benjamin Button concretamente) pero son muchos más sus importantes aciertos: Seven, The Game, El club de la pelea, Zodíaco, Red Social. Incluso Alien 3 y La chica del dragón tatuado fueron sólidos y personales ejercicios de género, y hoy su nombre se ha vuelto ineludible a la hora de pasar lista de los más importantes creadores de Hollywood. En éste su décimo largometraje, Fincher vuelve al thriller y al policial negro, sus géneros predilectos. Perdida viene a ser la historia de un hombre (Ben Affleck) que llega a su casa para enterarse de que su esposa (Rosamund Spike) ha desaparecido, dando con algún mueble roto y manchas de sangre que dan la idea de un forcejeo y, casi seguramente, de un secuestro. A partir de entonces la película se centra en una búsqueda y una investigación, con el agravante de que la prensa y los medios de comunicación toman conocimiento del caso y lo siguen escrupulosamente, al punto de convertirse en auténticos hostigadores.
Curiosamente, la incapacidad expresiva de Affleck cuadra perfectamente aquí, ya que se trata de un personaje conciso del que se puede sospechar alternativamente de su inocencia o su culpabilidad. Pero quien realmente se impone es Spike, en un papel que recuerda esa afición que tenía Hitchcock por las rubias, y los personajes femeninos complejos y sorprendentes por los que se inclinaba. Spike compone una mujer multifacética, cuya niñez era relatada por sus padres y difundida en la serie de libros infantiles ("La increíble Amy"), en los que representaban una versión perfecta de ella, nunca fiel a la verdadera. Así, la película juega y expone, en un gran sarcasmo, la dimensión pueril, falsa, injusta y profundamente inconsciente (ya que causa perjuicios directos) mediante la cual los comunicadores y los medios masivos tergiversan la realidad alimentando prejuicios y preconceptos, definiendo y moldeando el sentir de la opinión pública. Pero lo más atractivo aquí es que son suscitadas en el espectador las mismas sospechas que esa opinión pública tiene, de modo que se lo hace partícipe de un sentir profundamente desagradable: aquel que lleva a clamar por la cabeza de alguien un día, para comprender luego el error propio y erigir, quizá al día siguiente, a ese alguien como un ejemplo a seguir. Como en varias de sus películas anteriores (principalmente Zodíaco), Fincher utiliza el thriller como excusa; si bien aquí el eje principal parece ser en un comienzo el enigma de la desaparición, esto cambia a la mitad del metraje, desplazando radicamente el foco de la narración para comenzar a contrabandear apuntes de otro tipo. Asimismo, se lleva al protagonista a una encrucijada existencial, con un notable vuelo metafórico referente a la "prisión" conyugal y ciertos vínculos de poder existentes en algunas parejas.
Todo esto, claro está, propiciado mediante una atmósfera acuosa, envolvente y desconcertante en cada momento (la música de Trent Reznor y Atticus Ross juega un papel fundamental), con la capacidad narrativa y técnica de uno de los mejores constructores de climas del cine norteamericano actual.