Todo al descubierto
Uno de los más grandes problemas que arrastra el cine contemporáneo es que muy pocas veces consigue interpelar a nuestra época de frente y -aún más importante- decir algo mínimamente valioso sobre estos días de una post globalización entre decadente y caótica. Todas las vertientes, todos los colores y todas las nacionalidades tienden a una nostalgia inconducente que busca de manera compulsiva una suerte de respuesta literal en el pasado y así se pierden en un cúmulo de lloriqueos o celebraciones que se limitan a “cortar y pegar” modelos que ya no se adaptan para nada bien a las necesidades de una contemporaneidad furiosa, que exige un trabajo metódico un poco más fino y apuntalado más en la capacidad de abstracción y análisis que en la sonsera/ inocentada de narrar nuevamente la misma historia de siempre esperando que alguna de sus esquirlas retóricas repique en el presente.
Perfectos Desconocidos (Perfetti Sconosciuti, 2016) tampoco llega a ser un bálsamo en este sentido pero por lo menos sobresale -vía convicción y firmeza- en el arte de construir un relato de cadencia retro que eventualmente nos termina regalando un par de diatribas de urgente actualidad, lo que por cierto es mucho más que lo que suele ofrecer el promedio del mainstream y el indie de nuestros días. Este opus de Paolo Genovese, un director que no había entregado nada demasiado memorable hasta hoy, toma como base un planteo de índole teatral/ naturalista para de a poco volcarlo hacia lo que podríamos definir como una serie de catarsis que a su vez pueden ser leídas en su conjunto como una versión light de aquellas que poblaban el cine del enorme John Cassavetes, no obstante ahora haciendo foco en la hipocresía amorosa y la posibilidad de amplificar el engaño a través de los celulares.
Cuatro amigos, tres con sus respectivas parejas y uno en soledad, se reúnen para una cena cordial que paulatinamente deriva en un infierno de mentiras, farsas y decepciones cuando en un momento -llevados por la espontaneidad morbosa de la charla- deciden poner sus celulares arriba de la mesa y compartir todo mensaje, mail y/ o llamada telefónica que reciban a lo largo de la velada. El título de la película deja más que claro que la supuesta afabilidad entre los comensales no es más que una máscara que oculta una doble vida condensada en esas pequeñas “cajas negras” rectangulares que gritan reclamando nuestra atención. La banalidad de la burguesía, su tendencia a autoengañarse y esa triste costumbre orientada a pagar el afecto con promesas que se las lleva el viento constituyen los ejes de una trama que examina asimismo el nexo entre la dependencia tecnológica y la privacidad.
Más allá de la maravillosa puesta en escena de Genovese, quien esquiva la claustrofobia y permite que los diálogos fluyan sin problemas, los verdaderos pivotes de la propuesta son el desempeño del elenco y el guión de Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini, Rolando Ravello y el propio realizador: mientras que el trabajo actoral es bastante parejo en su humildad y -algo extraño en esta clase de convites- nadie se destaca por sobre el resto, el guión adopta una dinámica in crescendo que comienza en la comedia coral a la Ettore Scola para luego desembocar en un drama de cuestionamientos morales muy profundos, al punto de que sorprende la naturalidad narrativa y cómo el relato evita los golpes de efecto baratos, las reacciones exageradas y los facilismos melosos símil Hollywood. La insatisfacción y los prejuicios quedan al descubierto en un film sincero y poderoso, de pulso inconformista…