Los olvidados:
Tierra del fuego es un lugar donde abundan múltiples historias interesantes, desde la llegada de los primeros exploradores que descubrieron al estrecho que conecta ambos océanos y los recurrentes naufragios en esas aguas desconocidas, pasando por el exterminio de los pueblos originarios que poblaron ese territorio, o más recientemente en el tiempo, las que pueden hallarse en torno a su Presidio. En el documental Perros del fin del mundo (2018), el realizador argentino Juan Dickinson aborda la problemática actual que constituye, tanto para estancieros como para la población en general, la proliferación de perros abandonados por sus dueños.
Es conocido el problema ecológico que significan los castores en Tierra del Fuego, los cuales, introducidos con fines de actividades comerciales de peletería, quedaron librados a su suerte al fracasar el emprendimiento. Sin hallar en ese ecosistema un depredador que regule su población, los castores causan estragos en los bosques. La problemática de los perros es menos conocida, pero es evidente cuando uno recorre esos lugares. Resulta por demás llamativo para el turista encontrar gran cantidad de perros callejeros en un lugar tan inhóspito. El origen del problema está en las urbes que fueron constituyéndose a partir de los estímulos impulsados por el gobierno argentino para el establecimiento de la actividad industrial ante la amenaza que representaban los pueblos más asentados en Chile. La crisis de los 90 dejó a mucha gente fuera del mercado, asentándose en el cordón de las ciudades. Es el abandono que realiza el propio hombre del perro como animal doméstico, poco atractivo cuando crece o un estorbo al momento de partir de vacaciones o de retornar a su provincia de origen ante la falta de trabajo, lo que crea las condiciones para su regreso al estado de salvajismo que tenía en sus comienzos y que lo emparienta con los lobos. Librado a su suerte, el animal busca maneras de sobrevivir a las inclemencias del clima atacando mansos animales como las ovejas, se reproduce de manera descontrolada y comienza a ser fuente de transmisión de enfermedades.
El documental de Juan Dickinson recoge diversos testimonios sobre esta problemática (estancieros, proteccionistas, veterinarios, biólogos) que reflejan distintas posiciones respecto de cómo abordar y resolverla. El film se mueve entonces en dos dimensiones: la medio-ambiental y la política. En esta segunda linea, el perro asilvestrado o cimarrón es un claro representante de lo otro, de lo bárbaro; que se vuelve contra el hombre civilizado tanto en las ciudades, atacándolo, como en las estancias ganaderas de cría y esquila de ovejas, donde atacan a las desprevenidas majadas. Las respuestas a esta situación dan cuenta entonces de las distintas posiciones respecto de lo diferente. No resulta llamativa la coincidencia entre los estancieros, quienes, jaqueados con la consecuente merma en sus holgadas economías, proponen como solución al problema el exterminio de los perros asilvestrados, sea mediante disparos de fusil, veneno, trampas o cercos electrificados. El perro salvaje queda situado como especie exótica invasora por la sociedad que se considera a sí misma civilizada. Estas posiciones coinciden con las que a comienzos del siglo XIX tuvieron los primeros hacendados para con el pueblo Selknam (Onas), llevándolos a su total exterminio (a quien le interese esta temática recomiendo la lectura de Menendez, rey de la Patagonia de José Luis Alonso Marchante). Los ganaderos encontraron la opción de criar perros ovejeros blancos que protejan a las ovejas de los ataques de los perros salvajes, pero consideran que no es un solución totalmente eficaz. En contraposición, los representantes vinculados a la ecología y la salud adoptan una posición más moderada, que apunta a resolver la causa más que el efecto, brindando programas de educación, de tenencia responsable, de castración gratuita y de implantación de microchips para identificar tanto al animal como a su dueño, como medidas para contener el desborde poblacional de los perros en la ciudades.
Un dato a destacar es la ausencia de testimonios de las autoridades locales, lo cual da cuenta de la falta de políticas del Estado respecto de esta problemática ambiental. Ese limbo es lo que lleva a actuaciones por cuenta propia por parte de los involucrados, que no siempre son idóneas al responder de manera temperamental y violenta, en lugar de buscar consensos en una mirada más integral.
En términos formales, el documental mantiene un estilo convencional con voz en off puntuando la narración e intercalando entrevistas en plano fijo e imágenes de los paisajes fueguinos, las llanuras con ovejas y los perros vagando en las ciudades, a la vera de las rutas, o tomados por cámaras de vigilancia en los montes. El entorno natural de enorme belleza es en sí mismo de gran ayuda para lograr momentos de calidad fotográfica, y acompaña adecuadamente la narración del documental. Perros del fin del mundo invita al espectador a reflexionar sobre su responsabilidad en el cuidado del medio ambiente y a extraer sus propias conclusiones en cuanto al incremento de prácticas violentas o segregatorias respecto de lo otro, cuando falta o renguea la intervención de las instituciones del Estado.