¿Los fantasmas no existen?
Hay muchos cineastas que construyen su carrera a partir de lo que podríamos definir como una celebración de la heterogeneidad, una actitud de por sí valiosa porque permite variedad en un período en el que se suele apostar de manera fundamentalista -en todos los estratos del capitalismo, no sólo en la industria cultural- a la repetición de las fórmulas de siempre. Ahora bien, este tipo de abordajes múltiples dejan muy al descubierto si el susodicho soporta la calesita de la diversidad con todos los géneros y estilos involucrados, ya que en estos casos la ausencia de un verdadero talento poliforme puede ser mortal para los opus individuales. Esta es precisamente la situación de Olivier Assayas, un realizador que se la ha pasado mutando a lo largo de su derrotero en el séptimo arte pero sin jamás encontrar del todo uno o varios nichos en los que haya demostrado ser realmente agraciado o eficaz.
Como si se tratase de un primo un tanto simplón de François Ozon, un señor que sí ha conseguido hacer de la pluralidad artística su bandera y que sí ha entregado una gama de propuestas relativamente exitosas, Assayas siempre se queda en algún punto intermedio del camino a la gloria y termina ofreciéndonos obras mediocres o que “aprueban” a último minuto como la presente. En Personal Shopper (2016) el parisino retoma el retrato agridulce del mundo del espectáculo que viene reproduciendo desde Irma Vep (1996), utiliza ese modelo de thriller freak a la Abel Ferrara que patentó en Demonlover (2002) y hasta reincide con una Kristen Stewart fascinante en su cándida sencillez vía un personaje que prácticamente es el mismo de su film anterior, El Otro Lado del Éxito (Clouds of Sils Maria, 2014), una película con muchos puntos en común con el trabajo que hoy nos ocupa.
Mientras que antes Stewart interpretaba a Valentine, la asistente de una afamada actriz en la piel de Juliette Binoche, ahora encarna a Maureen Cartwright, una “compradora personal” de una celebridad muy insípida, una tal Kyra (Nora von Waldstätten) de la cual no sabemos mucho y que se la pasa encargándole vestimenta y determinados accesorios que la joven debe adquirir en diferentes ciudades de Europa. El guión del propio Assayas combina la historia de fantasmas (Maureen es además una médium que trata de contactarse con Lewis, su hermano mellizo muerto), el suspenso de acoso escalonado (ella comienza a recibir mensajes de texto misteriosos que derivan en un asesinato) y el drama de vacío existencial (la chica se siente angustiada porque detesta su rol de personal shopper y no puede terminar de confirmar la identidad de un espectro que la acompaña dándole señales de su presencia).
¿Para qué negarlo? Si la propuesta sobrevive a este mejunje de géneros y tonos narrativos que el director nunca sabe cómo balancear, es responsabilidad absoluta de Stewart, la figura que está en pantalla en todo momento. A esta altura ya podemos corroborar que la actriz hace más o menos siempre el mismo papel y esto implica que hay realizadores que pueden aprovecharla y otros que no: los desajustes dramáticos vistos en Café Society (2016) rápidamente fueron compensados por su desempeño en Certain Women (2016), Billy Lynn’s Long Halftime Walk (2016) y en especial la presente. Es gracias a la mirada sutilmente trágica y el andar obnubilado por la duda de Stewart que Personal Shopper funciona a pesar de sus inconsistencias y letargos, logrando que nos dejemos atrapar por este paseo vacilante por la frontera entre el “más allá” y una realidad que suele negar su existencia…