La infancia puede ser espantosa.
Más allá de la estrategia de refritar ad infinitum marcas o productos ya establecidos en el imaginario atávico de los consumidores, el Hollywood que engendró Peter Pan (Pan, 2015) saca a relucir su obsesión con los CGI vidriosos por sobre cualquier tipo de apuntalamiento de personajes con carnadura, con un peso específico que permita de por sí el progreso de la historia sin el agradable -aunque sobreexplotado- recurso de la pompa visual a todo trapo. De este modo, una y otra vez nos topamos con mega aventuras a cargo de protagonistas que despiertan poco o nulo interés; circunstancia que en el presente film se ve magnificada por el acervo simbólico que arrastra el jovencito central y la multiplicidad de interpretaciones que se han acumulado a lo largo de las décadas en torno a su devenir (hoy reducidas al entretejido del “Mesías” que viene a salvar/ purificar una tierra de posibilidades mágicas).
Antes de avanzar con el análisis concreto, conviene explicitar que en Peter Pan confluyen dos trayectorias históricas, la del director Joe Wright y la del personaje en cuestión. El británico tuvo un comienzo de carrera maravilloso con el díptico Orgullo & Prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación, Deseo y Pecado (Atonement, 2007), dos opus de avanzada que rompieron el molde de los relatos de época, tanto en términos visuales como narrativos, pero lamentablemente El Solista (The Soloist, 2009), un trabajo más tradicional y anacrónico, bajó bastante el promedio. Si bien las correctas Hanna (2011) y Anna Karenina (2012) nos hicieron olvidar el mal paso, lo cierto es que ambas carecían de la coherencia procedimental de antaño y funcionaban más como ejercicios de estilo, en especial en lo referido al “collage pop” y la perspectiva irrespetuosa para con los géneros.
En lo que atañe al muchacho del título, y considerando lo realizado por la industria cultural hasta la fecha, no nos queda otra que reconocer que efectivamente la película de Disney de 1953, y la versión en live action de 2003, continúan imbatibles en el campo de la lectura cinematográfica de la clásica obra de teatro de 1904 de J.M. Barrie: propuestas parasitarias como la fallida Hook (1991) o la simpática aproximación metadiscursiva Descubriendo el País de Nunca Jamás (Finding Neverland, 2004) sólo sirvieron para convalidar el estatus del convite animado, al cual hoy por hoy podemos ubicar entre la mojigatería y el idealismo abstracto (muy pocos films para chicos envejecen con dignidad). Peter Pan unifica esta doble tradición maltrecha, generando al mismo tiempo el opus más impersonal de Wright y otro “dislate” fastuoso alrededor de la utopía de la niñez eterna, carente de responsabilidad.
Ahora bien, lo realmente curioso del guión de Jason Fuchs es que traslada a Barbanegra (Hugh Jackman) el rasgo principal de Pan, el anhelo de una juventud petrificada, vía la excusa de que la película es una precuela en la que el propio Peter es aún un infante. La trama se centra en la venta/ secuestro de un grupo de huérfanos por parte de unas monjas malvadas durante la Segunda Guerra Mundial, transacción en función de la cual resulta beneficiario Barbanegra, quien esclaviza a los pequeños para que trabajen en una suerte de “mina de polvo de hadas” en pos de poder disfrutar de unas peculiares inhalaciones que le garantizan más y más años de vida. Un Garfio (Garrett Hedlund) homologado a Indiana Jones aparece de la nada para asistir al protagonista, en esta ocasión interpretado por Levi Miller, un actor demasiado austero a nivel expresivo para los requerimientos del personaje.
La propuesta pretende balancear a los tumbos las tres dimensiones primordiales, léase el recuperar los orígenes (Peter), el ansia de libertad (Garfio) y el perpetuarse a toda costa (Barbanegra), no obstante el recorrido narrativo se siente lineal y las secuencias de acción poco imaginativas. Los toques de humor ayudan para que la epopeya resulte más digerible y menos mecánica, sumados a los interesantes detalles freak de Wright (las canciones de los piratas, el diseño caricaturesco de las aves, los polvos flúo que emanan los nativos al morir y la arremetida de las hadas). A Peter Pan le falta convicción y soberbia, esas que en el pasado se escondían como subtexto detrás de una moraleja que nos interpelaba desde la certeza de que la orfandad -en la infancia- puede ser en verdad espantosa si dejamos de lado los juegos y la amistad, y sobre todo considerando el canibalismo del mundo circundante…