Pina

Crítica de Andrea Migliani - Puesta en escena

Pina, el encanto eterno

El film de Wim Wenders es un tributo delicado y bello para Pina Bausch que la entroniza y rememora cuando debió haberla contado como su portagonista si la muerte no la hubiera arrebatado tempranamente.

Pina Bausch, nombre artístico de Philippine Bausch, nacida en 1940, durante la Segunda Guerra en Solingen, localidad famosa por su industria del acero, tuvo de ese metal la voluntad, la eternidad de su arte y la vocación que entre nos, llamaríamos de fierro.

Cuando la guerra finalizó, Pina se introdujo en el mundo de la danza para no irse jamás, aunque físicamente nos haya dejado tempranamente en el 2009. Para ese momento, varios eran los estudios que la danza teatro que supo impulsar, la tenían como protagonista, pionera y experimentadora.

Cuando Pina partió, Wim Wenders llevaba casi dos años tratando de hacer un film sobre y con su amiga, después de años de conversaciones y visiones sobre él mismo. Y sólo dos años después de perderla se estrena Pina, que no es ni más ni menos que un documental distinto sobre esa mujer increíblemente talentosa. Luego de acariciar la idea de la película durante más de veinte años Wenders no sabía si continuar sin su musa inspiradora pero el elenco de su musa lo convenció y gracias a eso es que hoy podemos gozar de esta maravilla en la que todo danza.

Con el elenco del Tanztheater Wuppertal, en el que Pina era el genio y figura, el film se convirtió en un tributo que no tiene desperdicios visuales, musicales ni de destreza ya que ese grupo supo ser formado por la pionera de la danza contemporánea. De bailarina a coreógrafa, Pina dirigió esa compañía desde 1973 y el teatro danza conoció la excelencia y la experimentación creando muchísimas coreografías que son el pilar y el merecido tributo a su maestra.

El film creado con las mismas técnicas 3D con las que se hicieron verdaderos éxitos de taquilla como Avatar, exhibe a la danza como un núcleo desde el cual se expanden distintos significantes que el cuerpo de los bailarines tiene impreso y deja como huella en la retina del espectador.

Las creaciones de Bausch como Le Sacre du printemp, Vollmond, Kontakthof varias veces versionada y Café Müller, se hallan montadas en escenas de una delicadeza notable en la que todo baila porque Wim Wenders hace danzar a la cámara que sigue cada excelso movimiento. Los escenarios alternan lo urbano y lo rural, en los que ciudad, montaña, llano o valle son el marco sublime del movimiento sublime. Los bellos recuerdos de sus bailarines otorgando voz a una experiencia, la de formarse con Pina, son otro toque que no se convierte en golpe bajo ya que siempre sus voces están en off, y lo que se muestra es Pina en su obra, legado y en la maravillosa y precaria diferencia que esa creadora transitó cuando decidió que ternura y fuerza, éxito y fracaso, disfrute y dolor son huellas que un cuerpo con memoria materializa danzando al compás de la música que es otro corazón. Danza, talento, bellos escenarios y algo más sobre Pina Bausch que no debió haberse ido tan precozmente.