Belleza y devoción
Más de veinte años le llevó al director alemán Wim Wenders encontrar la forma de concebir esta película. Fue en 1985 que conoció a la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, cuando acababa de ganar la palma de oro en Cannes por su película Paris, Texas. Wenders relata que cuando conoció la impronta de Pina sintió algo semejante a ser golpeado por un relámpago; desde entonces, ambos iniciaron una amistad, y la idea de llevar sus coreografías al cine se convirtió para él en una obsesión. En el año 2007 Wenders se iluminó. Ya había filmado varios videos para la banda U2, y cuando vio la película U23D supo que por fin había dado con la clave. Telefoneó a Pina para proponerle que se pusieran manos a la obra. Inesperadamente, Pina falleció en 2009, solo cinco días después de que le diagnosticaran cáncer, y una semana antes de que comenzara el rodaje. La película que supuestamente sería un homenaje en vida debió convertirse súbitamente en réquiem.
Pina está compuesta básicamente por cuatro grandes coreografías de Bausch. Le sacre du Printemps, de 1975, ballet clásico de Stravinsky, donde los bailarines se mueven en un espacio cubierto de tierra; Kontakthof, de 1978, con personajes de distintas edades en una sala de baile; Café Müller, de 1975, -del que muchos vimos un fragmento al principio de Hable con ella- con música de Henry Purcell y un escenario repleto de sillas, en donde los bailarines se desplazan con los ojos vendados. Y por último Vollmond, con personajes en un ambiente nocturno, lluvia permanente y junto a una gran roca. Además, pequeñas coreografías que van desde lo simpático a lo estrafalario, desde lo gracioso hasta lo feroz, siempre con un importante impacto y un inmenso poder de sugerencia. El mérito es sobre todo de la fallecida Pina, pero Wenders tuvo el acierto de confiar en el poder intrínseco de su material, en dejarlo ser y desarrollarse, en adaptar la puesta en escena, perfeccionarla para convertirla en soporte perfecto a sus necesidades. El uso del color, las locaciones amplias y aireadas, los planos largos y respetuosos que siguen, fieles, a los objetos de atención, aportan un notable contraste con las danzas sugestivas que parecen hablar de lo tortuoso en las relaciones de pareja, las imposiciones sociales, la pesadez existencial, la incontinencia, los torbellinos pasionales. Entre número y número, algunos de los bailarines de la troupe de Pina aportan verbalmente recuerdos, sensaciones específicas que ella les transmitía o les ayudaba a conseguir. Así Wenders, lejos de buscar una personalidad o una biografía, logra retazos emocionales, acercamientos parciales que llevan a pensar en su densidad y en su complejidad humana.
Y además logra, con inconmensurable amor por su amiga fallecida, algo que no es en absoluto sencillo. Que espectadores ajenos al universo de la danza contemporánea –entre los que se cuenta este cronista- se vean seducidos y conmocionados por el arte de Pina. Wenders tiende puentes entre fieles y escépticos, abre caminos, y nos bendice con 103 minutos de persistente belleza.