El lenguaje corporal
Quizás duela reconocerlo pero claramente han quedado muy lejos aquellos años en los que Wim Wenders era una voz valiosa dentro del espectro cinematográfico internacional: desde fines de la década del ´90 hasta el presente el alemán se fue hundiendo en una triste mediocridad, mejor dicho en ese tipo de medianía que casi siempre promedia para abajo. Desastres mayúsculos como The Million Dollar Hotel (2000) o Palermo Shooting (2008) conviven con films apenas pasables como Land of Plenty (2004) o Don`t Come Knocking (2005) en una ensalada agridulce en la que sólo se salva Buena Vista Social Club (1999).
Precisamente poco subsiste de la frescura de aquel documental, hoy metamorfoseado en un retrato prolijo aunque estéril de Pina Bausch, otra de esas coreógrafas minimalistas y un tanto ridículas que pululan por los círculos snobs. A decir verdad estamos ante el típico caso en el que el arte del encargado del homenaje supera con creces a lo que puede llegar a ofrecer el homenajeado en sí: parece que la idea original era registrar a la mujer trabajando no obstante con su súbito fallecimiento en el 2009 la producción se detuvo, luego de la insistencia de sus colegas Wenders retomó el proyecto orientándolo hacia nuevos rumbos.
A través de una fotografía preciosista y una clásica escenificación teatral que aprovecha al máximo el formato 3D, el director prefirió simplemente montar cuatro de las piezas más conocidas de Bausch, condimentar como siempre la banda sonora y dejar que sus bailarines hablen de ella sin detalles históricos en off o la más mínima contextualización: tenemos un cuadro sobre tierra, otro con sillas y mesas como obstáculos, uno que incluye segmentos individuales y un último con agua y una gran roca de fondo. Los “movimientos” unifican juegos de manos, trastornos epilépticos, instantes símil yoga y algo de ballet tradicional.
La puesta sumamente artificial de Wenders no es fallida de por sí ya que resulta prodigiosa a nivel visual y coloca a la obra analizada al descubierto, el problema surge cuando la susodicha no se sostiene debido a su pobreza conceptual, la reiteración de elementos y la falta de imaginación. Como la apología no se traduce en encanto, Pina (2011) pronto se convierte en un paneo simpático por el lenguaje corporal que termina revelando mucho más por sus limitaciones que por sus aciertos: este collage de teatro, danza y mímica continúa la línea de vacuidad lustrosa a la que nos tiene acostumbrados el malogrado realizador…