Pina

Crítica de Fernando López - La Nación

Pina es al mismo tiempo una celebración del arte de Pina Bausch, una estimulante experiencia acerca de las posibilidades expresivas del 3D en un film dedicado a la danza y un documento que permite a iniciados y profanos acercarse la obra de la gran coreógrafa alemana, fallecida cuando estaba a punto de comenzar el film de ballet cuya dirección compartiría con su amigo Wim Wenders. La insistencia de los bailarines del Tanztheater Wuppertal logró que el realizador alemán retomara el proyecto, aunque ya no sería un film sobre Bausch sino "para ella".

Salvo en sus obras, en los dichos de sus bailarines (que no en todos los casos aportan pinceladas expresivas al retrato) y en los muy valiosos fragmentos de archivo, su ausencia se hace notar. No sólo porque falta su voz para exponer sus ideas sobre el espectáculo, sus experiencias o las búsquedas que la inquietaban sino porque también falta su sabia mirada para decidir en qué forma aprovechar las características del 3D sobre todo en obras concebidas para la escena. Las cuatro que los dos ya habían elegido para integrar al film son Le sacre du printemps, Café Mü ller, Kontakthof y Pleine lune (2006).

La tercera dimensión acentúa la impresión de realidad, hace más sensible la presencia física de los bailarines y permite apreciar más claramente el tratamiento del espacio, uno de los elementos fundamentales en la concepción de cualquier puesta en escena y, por supuesto, en los trabajos de Bausch. Sólo que al tratarse de un film íntegramente en 3D, el efecto de la profundidad de campo, una de sus grandes ventajas, se diluye bastante al convertirse en permanente.

Los aficionados a la danza, y en especial aquellos que admiraron las invenciones de esta gran innovadora y creadora del teatro danza -principales destinatarios de la película- podrán cuestionar algunas de las elecciones de Wenders, pero no hay duda de que la experiencia a la que se atrevió el cineasta extiende el campo de acción del 3D y abre nuevos caminos para su aplicación en el traslado de un lenguaje plástico a un medio expresivo que no siempre sabe interpretarlo o sacarle provecho.

Quizá porque la danza se expresa suficientemente por sí misma o para seguir el laconismo de la coreógrafa (cuyas instrucciones a los bailarines se reducían a un simple "Baila con amor" o "Continúa buscando"), las palabras no abundan y pesan relativamente poco en el film: son las memorias personales de los bailarines, que Wenders coloca en off sobre sus rostros casi inmóviles en la pantalla.

Todo lo demás es movimiento (y no puede menos que cautivar a quienes amen la danza), ya en los extractos de las cuatro obras de Bausch (especialmente Café Müller y Le sacre? , donde la cámara alterna todo tipo de planos, incluidos los pequeños detalles), ya en las piezas más breves que uno por uno bailan los miembros del grupo (solos o en dúos) en las calles y parques de Wuppertal. Es uno de los sectores más atractivos de un film al que puede faltarle emoción, aunque le sobra belleza.