Pinocho

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Las marionetas nunca crecen

Matteo Garrone es sin duda uno de los directores más interesantes y al mismo tiempo más desparejos del cine actual, basta con pensar que el italiano es capaz de ofrecer trabajos bastante flojos y/ o fallidos como Verano Romano (Estate Romana, 2000), Reality (2012) y El Cuento de los Cuentos (Il Racconto dei Racconti, 2015) y realizaciones apasionantes como El Embalsamador (L’Imbalsamatore, 2002), Primer Amor (Primo Amore, 2004), Gomorra (2008) y Dogman (2018), lo que nos deja ante un panorama general en el que no cuesta mucho deducir que su mejor faceta es la dramática criminal exacerbada y que su interés por la comedia no tiende a rendir sus frutos por cierta torpeza y lagunas retóricas de base. Si bien El Cuento de los Cuentos no era precisamente un gran preámbulo en materia de lo que podría llegar a ofrecer en términos fantásticos, cuando se anunció que el director y guionista encararía una nueva versión en live action de Las Aventuras de Pinocho (Le Avventure di Pinocchio), de Carlo Collodi, inicialmente publicada en forma serializada entre 1881 y 1882 en la revista infantil Periódico para Niños (Giornale per i Bambini) y luego en libro en 1883, el entusiasmo creció porque el carácter tétrico del relato original a priori calzaba perfecto con el gustito de siempre de Garrone por las fábulas macabras para adultos, eje tácito de prácticamente todos sus opus serios, y el resultado efectivamente es muy gratificante porque en vez de las versiones previas infantilizadas, demasiado moralizadoras o idealizadas hacia lo mágico escapista nos topamos con una obra de tono naturalista que no obvia la crueldad del papel y hasta se consagra a analizar la pobreza, el hambre, el desamparo y la miseria de la Italia rural sin romantizaciones a la vista ni gran pompa en materia de las secuencias más agitadas o el diseño de los personajes, evitando en gran medida los CGIs y recuperando el antiguo y querido arte del maquillaje y las prótesis.

De hecho, el opus del italiano se diferencia de prácticamente todas las versiones anteriores del cuento de hadas de Collodi, hablamos de la clásica de Disney, Pinocho (Pinocchio, 1940), la infaltable versión erótica, Pinocho (Pinocchio, 1971), de Corey Allen, la exégesis hiper ochentosa de Filmation, Pinocho y el Emperador de la Noche (Pinocchio and the Emperor of the Night, 1987), de Hal Sutherland, la noventosa berreta de Las Aventuras de Pinocho (The Adventures of Pinocchio, 1996), de Steve Barron, y su secuela Las Nuevas Aventuras de Pinocho (The New Adventures of Pinocchio, 1999), de Michael Anderson, y la interpretación deficitaria a cargo de un Roberto Benigni que venía de La Vida es Bella (La Vita è Bella, 1997), Pinocho (Pinocchio, 2002), señor que luego se redimiría con la muy digna El Tigre y la Nieve (La Tigre e la Neve, 2005), amén de futuras traslaciones como la también oscura y realista de Guillermo del Toro y la amigable de Robert Zemeckis, remake en live action del opus de 1940. El guión de Garrone y Massimo Ceccherini, en esencia un actor que aquí incluso compone al Zorro, es una respuesta hacia las versiones de Disney y de Benigni en tanto algo mucho acartonadas y melosas, por ello llama la atención que el realizador haya elegido al colega en cuestión, quien para colmo supo interpretar a Pinocho en el film de 2002, como Geppetto, decisión curiosa que sin embargo también repercute hacia lo positivo porque el ya veterano Roberto, hoy muy contenido y lejos de su personalidad escénica estrambótica pasada, aporta la sabiduría y el cansancio necesarios para el personaje del creador de la marioneta sin hilos que cobra vida de repente, hoy en la piel de Federico Ielapi y muchísimo menos quejosa símil niño malcriado y antojadizo que sus insoportables encarnaciones de antaño, otra jugada elogiable que pinta de pies a cabeza la intención de fondo de sacarse de encima el sustrato pueril baladí de las otras versiones.

Garrone se mantiene fiel a la estructura general del relato de Collodi y empieza Pinocho (Pinocchio, 2019) con el carpintero Geppetto tallando el títere de un tronco vivificado que le regala el Maestro Cereza (Paolo Graziosi), no obstante el joven de madera resultante es desobediente y egoísta y termina con sus pies quemados cuando los acerca al fuego y se queda dormido. El Grillo Parlante (Davide Marotta) le advierte acerca de las consecuencias de hacer siempre lo que uno quiere sin pensar en los demás y sobre todo en su progenitor simbólico, Geppetto, pero el protagonista esquiva concurrir a la escuela para asistir al teatro de marionetas de Mangiafuoco (Gigi Proietti), el cual primero lo secuestra y luego le regala cinco monedas de oro cuando le ablanda el corazón con su ternura. En el camino de regreso a su hogar Pinocho se topa con el Gato (Rocco Papaleo) y el Zorro (Ceccherini), un dúo de maleantes que lo engañan, diciéndole que si planta el dinero en el Campo de los Milagros crecerá un árbol de monedas que multiplicará su riqueza, y una vez más termina sufriendo las consecuencias, ahora ahorcado por los susodichos. Es Medoro (Gianfranco Gallo), un sirviente felino del Hada (Alida Baldari Calabria), quien lo baja y lo lleva a la mansión de la niña mágica, cuidada a su vez por una Caracol (María Pía Timo), a quien le miente cuando le narra sus aventuras y así le crece la nariz, la cual es recortada luego por unos pájaros carpinteros. El joven de madera retoma a posteriori su camino pero se reencuentra con el Gato y el Zorro, a quienes no reconoce como sus pretendidos asesinos porque usaban máscaras, y vuelve a caer en una trampa al enterrar sus monedas, esas que pierde cuando se las roban los malhechores mientras lo mandan a buscar agua. Enfurecido por el engaño, se presenta en el Palacio de Justicia pero el Juez Gorila (Teco Celio) lo quiere meter preso por crédulo e inocentón, percance que logra evitar afirmando que es un ladrón crónico y que lo lleva a su hogar, donde un vecino muy entrado en años (Barbara Enrichi) le informa que Geppetto partió a buscarlo a vaya uno a saber dónde, quizás Norteamérica. Pinocho quiere atravesar el océano nadando aunque termina desvanecido en una playa, donde es rescatado por la versión adulta del Hada (Marine Vacth), la cual lo adopta implícitamente como hijo y lo manda a la escuela, lugar controlado por un maestro muy hilarante adepto al castigo físico (Enzo Vetrano). Amigo de Lucignolo (Alessio Di Domenicantonio), un purrete pobre que roba regularmente comida en la calle, se suma a un contingente infantil que va al País de los Juguetes, convertido luego en burro a instancias de un hombre misterioso (Nino Scardina) y vendido a un circo, donde se tropieza en una prueba y es arrojado al mar para que se ahogue, donde el Hada convoca a un cardumen que come su piel y carne de burro y lo devuelve a la normalidad. Es en el estómago de un enorme monstruo marino donde se reencuentra con su padre luego de charlar con un Atún (Maurizio Lombardi), el cual los ayuda a llegar a la costa cuando escapan por la boca entreabierta de la criatura dormida. Ambos descubren una casa abandonada y Pinocho comienza a ir al colegio y a trabajar para un pastor de ovejas, Giangio (Domenico Centamore), topándose de nuevo con el Zorro, hoy sin una pierna y andando con muletas, y el Gato, ahora ciego, a los que ya no les presta atención alguna. El Hada de golpe regresa para perdonarle sus travesuras pasadas, celebrar su comportamiento juicioso y convertirlo en niño, un viejo deseo de la marioneta que sabe que esa es su única posibilidad de crecer y así marcha raudo a enseñarle su metamorfosis a Geppetto. Repensando la orfandad más cruda en tiempos como los nuestros de aumento gigantesco de la pobreza, la ignorancia, la especulación capitalista y el abandono estatal en todo el planeta, la realización se caracteriza por un excelente desempeño por parte de todo el elenco con Ielapi, Benigni, Papaleo, Calabria, Ceccherini, Vetrano y Vacth a la cabeza.

Garrone aprovecha de manera despojada y sumamente ascética/ semi neorrealista rubros maravillosos como la fotografía de Nicolai Brüel, el diseño de producción de Dimitri Capuani, la música de Dario Marianelli y la dirección de arte de Francesco Sereni, y por cierto es muy preciso en lo que respecta a dejar en claro qué es exactamente lo que le interesa del clásico de Collodi, hablamos de su condición de alegoría sobre la necesidad de los sujetos de mantener una suerte de negociación permanente a lo largo de toda la vida entre la felicidad que genera hacer lo que uno desee, por un lado, obviando las normas sociales, los esquemas de autoridad, los organismos de control cultural como el colegio y la voluntad de los semejantes, y el afán conservador de replegarse hacia lo conocido en pos de recuperar algo de estabilidad existencial, por el otro lado, movimiento hacia el hogar y en pos de dejar de vagar por el mundo que tiene que ver con esa exigencia de paz del propio cuerpo y el propio intelecto que nos lleva a aceptar la sociedad como viene. A pesar de que el marco de “historia de aprendizaje o iniciación” sigue estando presente, a decir verdad muchos de sus latiguillos están ausentes y el influjo general es de lo más reposado ya que más que el pasaje de la niñez a la adolescencia o a la adultez conceptual de Pinocho, lo que le importa al director es negar el infantilismo posmoderno, porque aquí el joven pretende crecer ya que es la única salida de la dictadura de los adultos, pensar ese equilibrio caótico en el crecimiento al que apuntábamos, entre sumisión y rebeldía, y retratar la miseria del hambre y la crueldad del mundo prosaico aunque sin el desparpajo visual de -por ejemplo- Inteligencia Artificial (Artificial Intelligence, 2001), del dúo de Steven Spielberg y un Stanley Kubrick póstumo, faena que adaptó un recordado cuento corto de Brian Aldiss, Los Superjuguetes Duran Todo el Verano (Supertoys Last All Summer Long, 1969), que le debe mucho a Las Aventuras de Pinocho. Como siempre en las adaptaciones cinematográficas del relato original de Collodi, toda la epopeya asimismo puede ser leída como un estudio en torno a la típica infancia masculina con un padre más o menos ausente y una madre que adquiere un rol central en la formación de la psiquis del niño no sólo porque constituye el primer encuentro con el sexo opuesto sino porque pasa de una compañera estándar cuando aún no se tiene conciencia de su peso simbólico, la “etapa niña”, a una mujer cuando adquiere la autoridad investida por la familia/ la comunidad/ las instituciones, esa “etapa adulta” que se sintetiza en su condición de representante moderada de la ley social en comparación al manto férreo que acompaña al padre, en este caso un Geppetto frágil que anticipa la adultez de Pinocho porque en el tramo final de la odisea es el hijo quien debe cuidar al progenitor. Una jugada muy interesante de Garrone es la de desdibujar en buena medida el papel de aquellos villanos tradicionales, el Zorro y el Gato, ahora unos pobres hambrientos que literalmente se la pasan desesperados/ locos por comida en cada una de sus apariciones, lo que relativiza su supuesta vileza y hace que el verdadero parásito de la historia, el comerciante Cecconi (Sergio Forconi), adquiera un mayor peso, nos referimos al burgués especulador dueño de un local donde el personaje de Benigni compra el abecedario para su vástago de madera a cambio de entregar una casaca y un chaleco, usurero inmundo que desencadena el periplo de la marioneta cuando a su vez le compra el librito a Pinocho a cambio de las cuatro monedas que necesita para ver el show de Mangiafuoco. Sin ser particularmente arrebatadora ni original pero atesorando una fuerza discursiva innegable, Pinocho es una atractiva adición al generoso catálogo de versiones que se han acumulado del periplo del muñeco más famoso del mundo, epopeya amiga de la sinceridad brutal en lo que atañe a los peligros y a la solidaridad que pueden hallarse en igual medida allí afuera…