Bucaneros al acecho
El film que inauguró en 2003 la saga de Piratas del Caribe (Pirates of the Caribbean), aquel megatanque simpático y de disposición old school, por un lado supuso la validación definitiva intra industria de Johnny Depp como actor taquillero y por el otro marcó el comienzo de un declive profesional en función de un popurrí de problemas personales (adicciones, separaciones varias, etc.), la crisis de la mediana edad (ya no podía interpretar a jóvenes atribulados y contraculturales, el eje de su carrera hasta entonces) y una especie de encasillamiento que derivó en obras fallidas y/ o decepciones en boletería (sin duda aquí jugó un papel fundamental su caduca sociedad con Tim Burton, otra figura que terminó cansando con sus estereotipos a fuerza de mediocridad, pocas ideas novedosas y la ausencia casi total de la garra narrativa de antes, esa que se diluyó entre la complacencia y los CGI).
Aclarado el contexto general de Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar (Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales, 2017), podemos afirmar que este regreso de Depp a la franquicia es muy digno, en especial si consideramos que hablamos de la quinta entrada y que ya la segunda parte y la tercera eran muy flojas y la cuarta demostró un agotamiento de cadencia casi terminal. Por supuesto que en esta oportunidad sigue en primer plano el gigantismo de siempre, no obstante la película se beneficia mucho de la decisión de apostar a una historia autoconclusiva que retoma el simplismo retro del opus original, reduciendo el número de personajes para renovar en parte el elenco y rescatar sólo a los protagonistas principales/ más atractivos de las obras previas. Hoy las aventuras de bucaneros forajidos vuelven a ser el corazón de la trama, por encima del ritmo enrevesado y delirante de antaño.
La excusa para una nueva montaña rusa basada en acrobacias, one liners y detalles varios fantásticos pasa por encontrar el Tridente de Poseidón, un artilugio mágico que convoca en su búsqueda a Jack Sparrow (Depp), Barbossa (Geoffrey Rush), el joven Henry Turner (Brenton Thwaites), la astrónoma Carina Smyth (Kaya Scodelario) y el villano de turno Salazar (Javier Bardem). A través de esa sucesión de alianzas y traiciones de la saga, todos se cruzan y se separan en distintos puntos de un relato en el que -gracias al infierno- ya no estamos presos de secuencias interminables con monstruos descomunales porque en esta ocasión regresan motivos clásicos del cine de alta mar para pequeños como los barcos fantasmas, los tesoros ocultos y esos odios de larga data. De hecho, la realización no trata de “camuflar” su público excluyente, los niños, algo que sí hacían las películas anteriores.
Más allá de que a Depp se lo siente en verdad rejuvenecido y mucho más cómodo/ menos automatizado en su rol, la sorpresa del convite es Scodelario, una actriz que impone su energía a un papel que se lleva muchos de los mejores chistes a partir de su condición de mujer culta, lo que genera constantes acusaciones de “bruja” por parte de los hombres con los que se topa. La determinación de “volver a las raíces”, el gran trabajo de Bardem, las piruetas bufonescas de Sparrow símil cine mudo y unos CGI contenidos y bien explotados constituyen asimismo factores que colaboran en el éxito del film en su campo particular. Parece que por fin el Hollywood reciente se decidió a bajar unos cambios -por más que sea dentro de tanta ampulosidad y desenfreno- con vistas a restituir en parte el encanto de la franquicia y lograr que los actores recuperen el interés por sus respectivos personajes…