Invasores invadidos
Se dice que esta película significará un salto en la historia de la animación digital española. Conviene entonces prestarle la debida atención.
Se sabe que nació de la alianza entre un conglomerado de empresas españolas dedicadas al negocio de los videojuegos y los contenidos para telefonía móvil, con socios norteamericanos como el estudio hollywoodense TriStar. El producto es un largometraje con una inversión de más de 55 millones de euros distribuidos en rubros como tecnología creativa, doblaje de voces al inglés a cargo de estrellas internacionales, y promoción a gran escala.
En medio de esta parafernalia se fraguó otro pacto clave, entre un trío de directores europeos (en realidad el 90 por ciento del staff de la película pertenece al Viejo Continente), y un referente estratégico. Este último es Joe Stillman, el creador de las historias de Shrek.
El resultado es una comedia de ciencia ficción para toda la familia, animada por computadora, cuyos monstruos verdes no se parecen en nada al ahora famoso ogro, y el argumento tampoco al de aquellas películas.
En cambio, la trama de Planeta 51 les resultará conocida a quienes recuerden algo de la Norteamérica de la década de 1950, la amenaza atómica, la psicosis del espionaje político y el miedo a una tercera guerra mundial. De esa posibilidad devino la idea de una invasión extraterrestre, es decir, la instalación de una batalla ecuménica, por primera vez, en tierras de Abraham Lincoln, algo que recién sucedería en el fatídico setiembre de 2001, fecha del ataque a las Torres Gemelas.
Las cintas de ciencia ficción de los ’50 (muchas de ellas muy económicas, y muy astutas) supieron capitalizar aquellas fantasías y, a la par de explotarlas comercialmente, las colaron (por una pequeña puerta de servicio, es cierto) en la historia del arte mundial, al punto que desde entonces y hasta hoy, seis décadas después, se las sigue evocando y homenajeando.
Es lo que sucede en Planeta 51, donde los realizadores vuelven sobre un tópico ya conocido, pero con el tino de haber encontrado una muy buena vuelta de tuerca como excusa. Esa variante es que, en vez de ser los terrícolas los conquistados, son los extraterrestres quienes reciben en su planeta a un astronauta norteamericano, desconociendo al principio si se trata de alguien amigable o no.
El relato es positivo, dinámico, multifacético, sorprendente, divertido. Los autores contabilizaron alrededor de 500 personajes y un centenar de escenarios creados para la narración, siendo los diseños de cada uno una delicia visual. Como muestra del contenido humorístico, un solo botón: el astronauta yanqui habla el español con tonada cubana, algo que no hubiera podido resistir el corazón de ningún presidente estadounidense de aquella época.
Para disfrutar de una buena ocurrencia animada.
Una virtud: la banda sonora.
Un pecado: quedan ganas de ver un poco más.