CON EL CUADERNO BAJO EL BRAZO
La contemplación de lo cotidiano
Espesa. Esa es la única palabra que se me ocurre para definir a esta película. Usualmente no soy un amante de reducir el abanico de sensaciones que provoca un film en el espectador a una sola palabra, pero en este caso es necesario. Y esto se debe justamente a su espesura, a su complejidad; es tal el grado de profundidad de esta pieza que me veo obligado a simplificar, a minimizar, a buscar una palabra que la defina y así poder empezar este análisis por algún lado. Justamente, es tan espesa esta película que me es difícil sopesarla, observarla en su totalidad; esa sensación que, como bien mencionaba Anselmi en su análisis de El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011; publicado con anterioridad en este medio), se traduce en no poder mencionar ni una palabra antes de salir de la sala de cine y pisar la "realidad exterior". Pareciera no tener límites visibles, como si nos rodeara (como si nos envolviera); es tan auténtico, tan original y tan único lo que vemos en Poesía del alma que nos asombra el nivel de simpleza que aparenta y la naturalidad con la que se desarrolla su trama, con la que interactúan sus personajes y se nos transmite aquel mundo plagado de símbolos y metáforas, aquel universo lleno de poesía (tanto a nivel narrativo como a nivel formal) que conforma la diégesis del film.
Todo comienza con un plano del agua. Plano fijo, la pantalla entera es agua. Luego, mediante un suave paneo, se nos describe, a contracorriente, el cauce de un río, coronado a unos cuantos metros por costas verdes, de abundante maleza. Unos niños juegan en ella. El plano continúa su paneo, pero siempre de manera ajena a esos niños, es decir, nunca junto a ellos, partícipe de la acción, sino distante, como planteando un posible escenario. Entonces, vamos a un plano más cercano de aquellos niños jugando. Uno de ellos se da la vuelta (ya junto a la cámara) y mira al río. Plano general del río: algo se aproxima. Parece un cuerpo. Flota y flota, acercándose hacia el niño por la corriente, siempre a una distancia de unos cuantos metros. Corte a un plano medio del objeto flotante. Notamos que efectivamente se trata de un cuerpo; distinguimos, a medida que continúa avanzando, los brazos, la espalda, las piernas, el pelo, la piel blanca de una joven. El cuerpo no deja de aproximarse hasta que su cabeza ocupa no menos que la mitad de la pantalla. En la otra mitad se imprime el título de la película (cuya traducción fiel sería Poesía, a secas) y allí permanece, sobre esta cabeza de una niña muerta. Pocas palabras para definir a este comienzo. Lo es todo, simple y complejo a la vez, transparente y enigmático. De ahí el film salta a otro escenario completamente distinto. La ciudad irrumpe en la pantalla: tráfico, gente, ruido. Es en este contraste, en esta dualidad de ciudad-río, artificial-natural, hombre-naturaleza, en la que se basa esta película. Porque, justamente, la poesía es la comunión entre ambas cosas; se trata de (y sobre esto se insiste en todo momento en este texto fílmico) la contemplación de la naturaleza por parte del hombre. La poesía es la consecuencia directa de esta contemplación.
Jeong-hie Yun y Da-wit Lee, abuela y nieto, protagonistas del film.
Mija es una señora entrada en edad que se encarga, entre otras cosas, de criar a su nieto en un humilde departamento (su hija, la madre del niño, se encuentra establecida en otra ciudad), trabajando de asistente de un anciano que padece de parálisis parcial. Su vida es monótona, todos los días se suceden iguales al anterior, y esto despierta en Mija un sueño que tiene desde niña: convertirse en una poetisa. Es por esto que se inscribe en un curso de poesía (el cual se rige por el "slogan": ¿cómo escribir un poema?) al que asiste dos veces por semana. Es entonces que se entera, estudios mediante, que padece de la enfermedad de Alzheimer (en estado inicial), y que su nieto ha participado, junto a cinco amigos, de la violación sistemática de una compañera de curso. Esa joven se suicidó por esta razón, arrojándose del puente al río. Y esa joven es la que vimos en la primera secuencia de la película, un cuerpo inerte flotando a la deriva.
Chang-dong Lee no está lejos de ser uno de las grandes personalidades al momento de hablar de directores influyentes del presente. Sus anteriores largometrajes, Oasis (2002) y Secret Sunshine (2007) dan fe de que se trata de una presencia de gran peso dentro del circuito cinematográfico actual. Su sensibilidad y sutileza al momento de narrar las desventuras de sus personajes son propias de una mano maestra, y en Poesía del alma esto queda más que demostrado. A lo largo de sus 139 minutos, la tensión jamás decae, el interés es constante y lo que apreciamos en esas dos horas y veinte es que el que se encuentra detrás de cámara es alguien que sabe lo que hace. La solidez narrativa es notable, y esto se ve reforzado por el irresistible interés y la fascinación que nos provoca el personaje de Mija. La fenomenal actuación de Jeong-hie Yun hace de este personaje, que en primera instancia podría parecer carente de atractivo, uno inolvidable, a tal punto que es, en gran medida, una de las principales columnas que sostienen al film. Su mirada perdida, sus gestos corporales, su risa algo nerviosa mientras habla. Se trata de un personaje excelentemente retratado. En constraste con sus sutilezas, quizás choque en cierta medida el trazo algo grueso en que está tratado el personaje de Wook, de Da-wit Lee, el nieto de Mija. Es un adolescente "clásico" de estos tiempos, y es en este aspecto en el que podemos identificar la visión pesimista de Chang-dong Lee con respecto a la juventud del presente. Wook es un haragán, dependiente de la computadora y de la televisión, le cuesta moverse y su comunicación con su abuela es casi nula; sus periplos en su casa se reducen a ir de su habitación a la cocina y de la cocina a su habitación. Esta visión cruda y descarnada de la adolescencia es quizás algo excesiva y maniquea, pero afortunadamente no atenta contra el total de la obra. También cabe mencionar una gran actuación por parte de Hira Kim en el papel del enfermo de parálisis. En los rubros técnicos, a destacar el acertado tratamiento de cámara, alternando entre una cámara en mano nerviosa e inquietante y una cámara fija precisa y descriptiva. La ausencia completa de música incidental es un acierto; como mencionamos antes, la narración avanza sin traspiés y en ningún momento se hace notar su extenso metraje.
La actuación de Jeong-hie Yun es impecable, cargada de pura humanidad.
El rasgo quizás más llamativo e interesante de esta película (y aquí es donde viene la complejidad al momento de escribir sobre la misma) es el guión. No es llamativo que Chang-dong Lee haya sido, antes de convertirse en director, escritor. Esto se ve claramente en Poesía del alma (más allá de su aceitado mecanismo narrativo). Porque este film se podría definir, justamente, como un tratado sobre la palabra. Si, como mencionábamos en su respectivo análisis, Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011) es un ejercicio sobre la mirada, entonces Poesía del alma se aboca completamente a la palabra, al nivel de tratarse casi de un tratado semántico. Esto ya está presente en el título, y lo vemos con aún más claridad a medida que avanza el film. Los ánimos de ser una poetisa de la protagonista y su inclusión en un curso de poesía en contrapunto con el comienzo del Alzheimer en ella. La búsqueda de la palabra (de la utilización de la palabra) confrontado con la pérdida total de la misma a través de un olvido involuntario y patológico. La búsqueda de la belleza presente en la contemplación de la naturaleza en contraste con lo horrible del humano, el crimen del cual es partícipe su nieto y del cual ella debe (contra su voluntad) hacerse cargo. Esta búsqueda de las palabras se ve brillantemente planteado en la escena en la que Mija le pide dinero al personaje de Hira Kim, el anciano al que ella cuida. Al no poder hablar porque se encuentra su familia cerca, Mija le escribe en un papel su pedido. El anciano lee su mensaje y también escribe en un trozo de papel su respuesta, entablándose un diálogo silencioso, en el que el medio es la palabra escrita (comparemos esto con la raquítica e insostenible escena en la que los protagonistas hablan vía chat en el film Medianeras, cuyo análisis fue publicado previamente en esta página). Esto se ve reforzado con el aspecto formal: el espectador lee estos mensajes a través de planos detalle en tomas fijas (en varios momentos a lo largo de la película), en las que la hoja cubre la totalidad de la pantalla y las letras se leen con claridad. En este choque entre una cámara movediza y la estaticidad de estos planos es en donde se da el contraste que origina la búsqueda de este film. Otro momento interesante en el que se utiliza este mismo recurso se da hacia el final del film, cuando Mija se sienta a mirar el río en el que suicidó aquella joven, y al momento de comenzar a escribir la lluvia se desata y la hoja de su cuaderno, antes blanca y virgen, es agredida con gotas de agua que le quitan su propiedad, dando lugar a la máxima poesía posible: la de la naturaleza. Es constante, es prácticamente una búsqueda personal la de Lee: la palabra justa, el gesto justo. Con esta película logra triunfar en una zona en la que pocos ven un problema, logra ver lo que no muchos ven. Esta contemplación, esta reformulación de lo común y aparentemente trivial, este intento de ver en una manzana una manzana y no la representación de una manzana (por no entrar en terrenos semiológicos) es, creo yo, su mayor logro.
Antes de terminar, me gustaría recordar una gran escena de Poesía del alma. Se trata de la secuencia en la que Mija se cruza, sin saberlo al comienzo, con la madre de la niña muerta. Es apenas un instante, una conversación que mantienen durante un par de minutos, en la que hablan de duraznos y del trabajo en el campo. Lo grandioso de esta escena es que ambas mujeres se encuentran, sin saberlo, unidas muy cercanamente por una muerte, lo que convierte a este diálogo aparentemente trivial en una conversación repleta de significaciones; se trata de un brillante ejercicio cinematográfico. Y así, los duraznos dejan de ser duraznos y el árbol ya no es un árbol. A través de la contemplación del mundo llegamos a la palabra exacta. "¿Existe la inspiración poética?", se cuestiona la protagonista. No sabría responderlo. Lo que sí puedo decir es que películas como ésta le hacen recordar a uno la importancia de llevar siempre un cuaderno bajo el brazo.