Tengo dos confesiones que hacer antes de empezar. La primera es que no miro tanto cine oriental como debería y la segunda es que no estoy de acuerdo cuando los críticos suelen ensalsar una película simplemente porque sale del mainstream hollywoodense. No reniego de haber crecido con el cine americano y creo que es innegable la influencia que han tenido a nivel internacional.
Habiendo dicho esto, tengo que decir lo mucho que me ha conmovido este film y que mainstream o no, es bueno y al final del día es lo que tiene que importar de una película.
El film que nos trae el veterano director surcoreano Chang Dong-Lee es un tratado de humanidad. La historia está narrada desde el punto de vista de Mija (Jeon Hie Yung), una señora de 65 años que no puede dejar de trabajar ya que debe mantener a su nieto (su hija no puede hacerse cargo) y necesita un subsidio estatal para mantenerse. A lo largo del relato, de todas maneras, nos muestran cuán común es ésto y cuántas madres se separan de sus hijos por cuestiones económicas. Hay un retrato social importante y que no puede dejar de verse como global.
Siempre coqueta y siempre alegre, será Mija la que se tropiece con un curso gratuito de poesía y sus ansias de reflejarse en versos hará que inicie una búsqueda.
Marcando a cada momento el poder de los silencios, la poca necesidad de diálogos grandilocuentes para escenas cotidianas, la brecha generacional que se ve en casi todos los momentos con el nieto tienen un poder visual inmenso y al mejor estilo Fellini, nos van llevando lentamente a una decadencia.
A raíz del suicidio de una compañera de su nieto, Mija se verá obligada a romper su burbuja, pero el espectador puede verla flotando airosa con algún truco con el que se engaña para no verlo.
Hay una sociedad perdida, los valores ya no se tienen en una alta estima y se cultivan jóvenes incapaces de hacerse cargo de sus responsabilidades por las ansias de los padres de cubrir sus heridas y de asegurar su futuro. Así se van perdiendo los lazos entre los miembros y una chica de 16 años se tira de cabeza de un puente, sin que eso parezca remorderle la conciencia a nadie.
Mija se buscará a sí misma entre los versos, tomará valor para encontrar las palabras que se le pierden por los años, halabrá por celular casi todos los días, pero no dirá nada importante ni íntimo y usará sus ansias de poder escribir poesía como forma de aprender a ver.
Sinceramente, es de los films que me llegan, es capaz de afectar la capacidad que tenemos de mentirnos por amor, por miedo, de que la realidad es un conjunto de perspectivas y sutilezas que no tienen que ser subrayadas para entenderse.
Es un film que toca nuestras fibras íntimas (multipremiado con justicia en varios festivales, incluído Cannes de este año), narrado con un ritmo un poco cansino y una paleta de colores un poco pálida en donde la música rara vez se usa y cuando lo hace, te arranca una situación dolorosa. El resto es todo Mija, una gran actriz para sostener semejante cantidad de matices.
Creo que hay pocas situaciones mejores para sumergirse en esta historia que la sala de cine. Vale la pena.