Polina: narrar el idioma del arte
No es un típico film de danza, aunque ese es el tema; aquí podría decirse que se la ve en profundidad, desde adentro. Como puede verla alguien que, como Angélin Preljocaj la conoce, la vive, la crea y la transmite en todas sus facetas. Como cabe al talentoso creador de quien muchos recordarán su famoso dúo Le Parc, que creó en 1994 para la Ópera de Roma y conocimos aquí no hace mucho cuando Alessandra Ferri y Herman Cornejo lo bailaron en el Colón.
El admirable creador francés y su esposa, la cineasta Valérie Müller, han concebido esta suerte de homenaje a quienes se consagran a la danza, partiendo de una ficción que tuvo un origen poco habitual: una novela gráfica de Bastien Vivés sobre la historia de una chica rusa que de muy pequeña sueña con ser bailarina y, como la mayoría de las que comparten ese sueño aspira a una formación clásica y logra ingresar en el riguroso mundo del Bolshói.
Conviene aclarar que aquí, teniendo en cuenta quiénes son sus autores, es natural que la mirada sea más profunda y que no asomen los clásicos estereotipos y lugares comunes. El film se interna en ese mundo con la seguridad y la autoridad que le confieren sus hacedores, el terreno que exploran les es propio: el de la creatividad, en el que nada puede serles ajeno. Por eso, los hallazgos emergen tan naturalmente del registro de la cámara, que acompaña a Polina y al resto de los artistas mientras ellos descubren cómo sus vivencias humanas alimentan, transforman y liberan un lenguaje propio, más libre.