Remakes: un cine con dinero y sin ideas
No es una novedad que la más importante productora cinematográfica del mundo base gran porcentaje de sus producciones, sino la mayoría, en remakes de otros lugares y otras épocas. Hoy en día la moda es recrear las películas que en los 80’ fueron un éxito esperando que la historia vuelva a repetirse. Carrie, Robocop, Fame, Viernes 13, The Thing, Los Gremlins y un dilatado etcétera forman parte de la lista que ilustra sin ambivalencias una sola cosa: la falta de imaginación de Hollywood.
Optar por un remake es optar por el camino fácil. El mercantilismo de los productores, que están más interesados en recaudar dinero que en crear algo de calidad, se transformó en el superyó de los directores. Éstos, confiscados a un segundo plano, prefieren acatar las exigencias de una corroída demanda y desligarse de la tarea de asumir riesgos. Los síntomas se repiten: escasez de guiones, tramas endebles, actores malos, argumentos trillados. El resultado: un cine sin contenido para un público sin contenido; un cine a imagen y semejanza del Último Hombre nietzscheano, aquel bípedo que transita resignado y apático por la vida, que no quiere sobresaltos ni sorpresas. En este marco de acérrimo pesimismo es que voy a hacer referencia a uno de los tantos hijos mal paridos de Hollywood: Poltergeist, Juegos diabólicos (2015).
Si en Wikipedia buscamos la definición de la palabra “Poltergeist”, nos encontraremos con lo siguiente: “… (del alemán Poltern, hacer ruido, y Geist, espíritu) es un fenómeno paranormal que engloba cualquier hecho perceptible, de naturaleza violenta e inexplicable inicialmente por la física, producido por una entidad o energía imperceptible.” Esta definición le queda muy grande a una película que en ningún momento indaga en la ontología de los fenómenos paranormales. Las explicaciones son chatas y se resumen en frases insustanciales como “espíritus intranquilos que acechan la casa”. Poltergeist, Juegos diabólicos es el remake de su homónima de 1982, dirigida por Tobe Hooper y producida por Steven Spilberg; aquella que tanta polémica suscitó debido a las trágicas muertes que rodearon al reparto.
La nueva entrega conforma una muestra más de que Hollywood no solo no tiene el coraje de crear un terror nuevo, sino que es incapaz de recrear de forma atinada el preexistente. Poltergeist carece de peso propio, es inexpresiva e insulsa. Perece a los diez minutos de comenzada por el desinterés en el armado de una trama y personajes consistentes; aquello que dio solidez a la película original fue omitido, todo es sencillo en el peor sentido de la palabra. Es odioso, pero también inevitable, caer en la comparación con la Poltergeist de 1982. La nueva no se desvía, salvo en detalles insignificantes, de la obra primera. Se aferra de tal manera a ella que el único terror que se percibe en la película es el de su director, Gil Kenan, a salirse de la trama original. La picardía de la primer Poltergeist desaparece ante un producto copiado -no recreado- y anacrónico. Las malas actuaciones terminan por dar el cierre a una película para el olvido.
Para ser más benevolente, creo que las falencias de Poltergeist no tienen sólo que ver con desatinos intrínsecos sino con un fenómeno que excede a la película misma: la crisis del género de terror norteamericano. Una narrativa en decadencia cuyos exponentes carecen de originalidad y están estereotipados al extremo. Varias veces he sentido más miedo con una película de drama que con una de terror. Sucede que la gran mayoría apela a los mismos recursos formales para generar miedo -sólo guiándonos por los sonidos podremos predecir lo que va a pasar-. Y aquí yace el problema: sin sorpresa, sin sobresaltos, sin lo impredecible no existe el terror. De modo que hacer un remake de una película de terror y no innovar en la puesta en escena es fallar doblemente. El Exorcista (1973), Hellraiser (1987), El resplandor (1980), son películas que tuvieron sentido en su contexto, no fuera de él. Si hoy vemos Psicosis (1960) difícilmente nos asombre, pero si la pensamos en su contexto no podremos negar la ruptura que generó en la cinematografía mundial. Actualmente pareciera que el cine de terror de los 70’ y los 80’ se volvió arquetípico y fuese una herejía salirse de su impronta.
El hecho de que los vacíos argumentales de Poltergeist intenten ser llenados con efectos especiales me hizo pensar que el terror y los abultados presupuestos no deben ir de la mano; al mezclarlos se puede dar origen a híbridos extraños que tienen más que ver con el cine fantástico o bizarro que con el terror.
En definitiva, Poltergeist es una película que pasa con mucha más pena que gloria. Al espectador que le interese la temática de un placard o un televisor como puerta hacia otra dimensión le recomiendo que directamente vea la Poltergeist original. La nueva es manifiesto del conformismo enterrando a la osadía, fiel a la ideología de la no ideología. Una vez más, la banalización que gana la pulseada.