La última de Lamothe
La presencia de Esteban Lamothe en protagónicos está empezando a ser la figurita repetida del cine argentino actual. Su duro semblante, su ceñuda seriedad y su parquedad de palabras característica lo han convertido en un nuevo antihéroe, quizá ubicable en un lugar intermedio entre el bajo perfil y la inseguridad característica de los personajes de Daniel Hendler, y el magnetismo carismático de los de Darín. Por lo general son personajes de cabeza dura, apáticos y hasta algo explosivos, pero que en su contención dejan entrever conflictos internos y que, paulatinamente, van dejando aflorar calidez y sentimientos. El 5 de talleres, El cerrajero y esta Por un tiempo son películas centradas y de alguna manera sustentadas en su presencia, lo que lleva a que, como ocurre hoy con las de los otros dos actores nombrados, ya pasen a ser informalmente nombradas como "la última de Lamothe".
Si en las otras (y en El estudiante, también) el personaje era un tipo perteneciente a la clase media-baja, aquí tiende más bien a la media-alta: arquitecto de profesión, viviendo desahogadamente junto a su esposa embarazada (Ana Katz, notable) en una casa amplia incluso con empleada doméstica. Pero Lamothe sigue siendo Lamothe y desde el primer momento se lo ubica en el epicentro del conflicto: en una seria charla en un bar, una mujer y un hombre mayor le pasan una desconcertante noticia. Él es padre de una niña de doce años (Mora Arenillas) que nunca conoció, y cuya madre se encuentra gravemente hospitalizada. Deberá hacerse cargo de su hija, hospedarla y cuidarla "por un tiempo", como reza el título.
Con el cuidado necesario, con un acercamiento maduro a los personajes por el que se respeta su psicología, sus inquietudes, su difícil adaptación a un universo nuevo, el atractivo abordaje parte entonces desde esta madeja en la cual la vida de los implicados cambiará para siempre. La película expone un arduo proceso y se concentra especialmente en las figuras de padre e hija, ambos enfrentados a un cambio radical de esquemas; ella monosilábica y distante, él introspectivo y con dificultades de acercamiento. Como apunte particular, es muy interesante cómo el personaje de Ana Katz, quien en un comienzo es más próxima a la niña y más dada a ofrecerle la contención necesaria, va dejando aflorar los celos a medida que el personaje de Lamothe sigue el camino inverso, conectando mejor con su hija.
Predecible, pequeña, íntima y entrañable, esta película supone el debut como director y guionista del actor Gustavo Garzón, y parecería formar parte de un cine argentino que está ganando espacios; uno vinculado a historias familiares (Choele, Pistas para volver a casa, Los marziano o mismo El 5 de talleres y El cerrajero, entre otros), de narraciónes clásicas y despegadas de las vertientes más "autorales" y minimalistas que suelen caracterizar al cine rioplatense. Es un camino distinto, y lo vienen haciendo más que bien.