Un dybbuk en la familia
El paulatino empobrecimiento del terror cinematográfico a nivel mainstream es un hecho por demás aceptado de un tiempo a esta parte: durante la última década Hollywood no ha dejado de producir films extremistas que se regocijan ya sea en la flagelación de la carne (el llamado “porno de tortura”), o en su opuesto exacto, la inmaterialidad de fantasmas y espíritus asesinos (los resabios destilados del J-Horror), dejando en el olvido a los puntos intermedios y al resto de las “soluciones negociadas” vinculadas a las sutilezas formales, la progresión pausada y los recursos temáticos del ayer. La mera reutilización de clichés no es el inconveniente principal, sino el poco alcance de los mismos y su vacuidad específica.
Por suerte cuando todo parece estar perdido en ocasiones surge una pequeña excepción que sin llegar a descollar por sus aportes circunstanciales, por lo menos plantea una mínima posibilidad de cambio u ofrece caminos alternativos y/ o complementarios a lo que hasta el momento venía siendo el patrón estándar de representación dramática. Este es precisamente el caso de Posesión Satánica (The Possession, 2012), un eficaz exponente del querido “terror fetichista” centrado en objetos con maldiciones antiquísimas, una cadena de propietarios adeptos al placer cuasi sexual que les genera el contacto con sus pertenencias y la imponderable catarata de desafortunados “accidentes” que padece el entorno inmediato.
En una suerte de mixtura soft/hebrea de Hellraiser (1987) y El Exorcista (The Exorcist, 1973), la historia gira alrededor de las tribulaciones de Em Brenek (Natasha Calis), quien además de sufrir el divorcio de sus padres Clyde (Jeffrey Dean Morgan) y Stephanie (Kyra Sedgwick), debe lidiar con un dybbuk, un “alma condenada” según el folklore judío, al que accidentalmente libera cuando abre una misteriosa caja obtenida en una de esas típicas “ventas de garaje” norteamericanas. La modificación en el comportamiento de la niña y una presencia más que abundante de polillas trastocarán la existencia del clan al nivel de tener que acudir a un rabino para resolver el asunto al que hace referencia el título del convite.
Con un pulso narrativo cercano al suspenso y un interesante desarrollo de personajes, la película supera al promedio industrial contemporáneo porque dosifica los sustos de manera inteligente y evita la gratuidad gore. Por momentos pareciera que el realizador Ole Bornedal trató de construir una actualización respetuosa del humanismo clasicista de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), emulando aquellos microclimas familiares que entraban en crisis a partir de la aparición de algún imprevisto fantástico. Ese quiebre en la previsibilidad hogareña, un ataque intracorporal y los avatares de la redención son los ejes de una propuesta que sabe administrar el catálogo de estereotipos del que se nutre…