El extraño hombre del paraguas negro El trauma psicológico es una herramienta de doble filo para el cine de género. En primer lugar porque necesita apoyarse en una suerte de universo de la mente, que a veces no logra plasmarse en términos visuales o de puesta en escena. En segundo término, requiere de buenos actores que sepan transmitir sin sobresaltos matices de angustia o de violencia contenida, así como enormes dosis de ambigüedad en lo que hace a los gestos o movimientos corporales. Ninguna de estas dos condiciones lamentablemente se cumplen en esta propuesta argentina de corte independiente, Presagio, del director Matías Salinas, que tuvo su recorrido internacional por festivales afines al género como el célebre Blood Window, vidriera festivalera en Cannes, que muchas veces abre mercados a títulos independientes argentinos como ocurriera con la excelente El eslabón podrido. La pérdida de una esposa en un accidente automovilístico es el conflicto que desata la historia que tiene por protagonista a un paciente (Javier Solís) y su psiquiatra (Carlos Piñeiro). El típico lugar común del psicoanálisis de bar en un derrotero regresivo por visualizaciones arma el caldo de cultivo para que la mente del protagonista desconfigure la realidad. Entre ficción y realidad, lo vivido y lo reconstruido desde el propio relato de este paciente problemático, además escritor de cuentos que se intercalan en la trama y que lo ubican como protagonista, se va tejiendo la telaraña en que los demonios internos por momentos cobran forma de un misterioso hombre con un paraguas negro. El principal problema de Presagio es el casting y como efecto dominó las piezas rigurosamente alineadas en un guión prolijo no caen de manera tan simétrica como correspondería si la ecuación verosímil-tensión-emoción cuajara. No obstante, hay ciertas secuencias donde se ponen en juego los clichés del género que reflejan algún atisbo de originalidad, el cual llega por microgotas y no con torrentes continuos como requieren historias de suspenso o en este caso thrillers psicológicos que rozan el terror.
El escritor fantasma La película ganadora en el Festival Nocturna de Madrid y premiada en el Latinoamérica Blood Window tuvo su presentación en la flamante edición del Festival de Cine de Terror, Fantástico y Bizarro Buenos Aires Rojo Sangre y ahora finalmente tiene su estreno comercial. En el Rojo Sagre, su director Matías Salinas presentó el largometraje de 89 minutos que formó parte de la Competencia Iberoamericana y relató cómo fue dando forma a una historia que empezó a filmar como pudo, con una cámara casera y conforme el proyecto adquiría forma, logró elevar el nivel de la producción. Presagio cuenta la historia de Camilo, un escritor atormentado por la muerte de su esposa y su pequeño en un accidente automovilístico, hecho que él mismo experimentó de forma premonitoria en un sueño. Un psiquiatra ayuda al escritor a intentar reconstruir su vida mientras buscan develar el misterio que se esconde tras el proceso de creación de su más reciente novela llamada “El lado oculto” y la aparición de un hombre misterioso que atormenta a Camilo. Desde el inicio se percibe una riqueza visual y compositiva pocas veces vista es un director tan joven. Las secuencias oníricas están cargadas de simbolismo y hacen difícil discernir entre la realidad y la ensoñación. La mezcla del materiales con distintos niveles de calidad ayudan a representar las dos realidades del escritor y potencian la historia. Desde lo narrativo es posible que el film se empantane un poco justamente en su parte media, dando la sensación de demorarse más de lo necesario la llegada del tercero acto. Y hablando precisamente del final, estamos frente a una historia con un punto de giro que se apoya justamente sobre otro punto de giro. Algunos adorarán este recurso que nos tira un gancho a la mandíbula cuando todavía nos estamos recuperando de la embestida previa, y tal vez otros lo consideren un exceso, un overkill como dicen los yanquis. Lo importante de todo esto es saber que nuestro terror de género tiene historias para contar y no sufre el dilema de la hoja en blanco...
Fallida propuesta de género en la que una buena idea termina por desmoronarse a partir de la facturación, resolución, actuación y puesta en escena. Los fantasmas del protagonista se terminan materializando y convirtiendo en la principal amenaza en una película que debería haber escogido otro camino para su presentación.
La ópera prima de Matías Salinas, Presagio, es un inquietante thriller jugado a través de una lograda puesta de imagen y un duelo actoral potente. Desde hace dieciocho ediciones, el Festival Buenos Aires Rojo Sangre se convirtió en un semillero para una valiosa generación de realizadores locales que deseaban incursionar en el cine de género. Muchos de los grandes hitos, y el gran panorama actual que atraviesa el cine de género en nuestro país, surgió en un primer momento gracias a esta ventana que brindó una posibilidad antes inexistente. Hace tres años atrás, recorríamos el hall del Monumental Lavalle aguardando para la próxima función del festival, y nos encontrábamos con una figura extraña, intimidatoria. Un hombre sin rostro, descalzo, completamente de negro, y portando un paraguas. Era la promoción de Presagio, el promisorio debut como director de Matías Salinas, que resultó una de las mejores propuestas de aquella edición, junto a grandes títulos como Testigo Íntimo de Santiago Fernández Calvete, Los Inocentes de Mauricio Brunetti, o Resurrección de Gonzalo Cazada. Todas aquellas tuvieron su posterior y debido estreno comercial. Ahora, tardíamente, Presagio llega a las salas porteñas, tal como se lo merecía. Hablamos de un thriller, que Salinas optó en su jugada ópera prima por manejarlo en carriles atípicos. Prácticamente son sólo dos personajes, una sesión de terapia, que se tornará de lo más turbia. Camilo (Javier Solis) es un escritor traumado por la muerte en un accidente de su esposa y su hijo que él pudo predecir en un sueño. Intentando travesar el dolor, inicia la escritura de una nueva novela; pero prontamente cae en un bloque creativo. Es ahí cuando aparece ese ser extraño al que hacíamos mención, un ente negro, sin rostro, con un paraguas en la mano. Este hombre lo obligará a finalizar su novela, “El lado oscuro”, y el asunto se complicará más y más. Salinas narra Presagio mediante una sucesión de flashbacks establecidos en una sesión con su psiquiatra (Carlos Piñeyro), que supuestamente debe ayudarlo averiguar quién o qué es el hombre del paraguas, y seguir con su vida. Pero la tensión se palpa en el aire. Salinas fue construyendo Presagio a puro deseo de querer concretar su película. Por eso mismo, es aún más sorprendente el destacado apartado técnico que se percibe. Presagio está cargada de secuencias oníricas, de fotografía con un tono variado, y texturas diferentes. Esto, que pareciera obra de alguien que fue retazando, en verdad sirve para diferenciar las diferentes etapas narrativas en una propuesta ambiciosa. La propuesta confunde, por momentos nos perdemos no sabemos hacia dónde apuntar. Las referencias al cine de Lynch son evidentes y favorables. Pero finalmente, Salinas recoge las piezas y nos presenta el cuadro completo de un modo satisfactorio. Permanentemente hay un giro, la historia va cambiando, por lo que se exige nuestra atención a pleno. Ese estado de confusión siempre será acompañado con agrado por el espectador, al que se le ofrece un producto que impulsa su deducción. El clima opresivo, cerrado, de ahogo y extravío, colabora en crear un clima acorde para adentrarnos en esta pesadilla de la que el escritor es parte y el psiquiatría guía. No es común observar en un operaprimista las ambiciones que se perciben en Presagio, más reconociendo la limitación de recursos presupuestarios superada muy correctamente. Una propuesta que no va a lo seguro, que no se duerme, y desafía al espectador. A diferencia de Camilo, Salinas parece ser un autor con mucho para contar, fervoroso, y curioso en introducirse en zonas peligrosas. El cine de género nacional necesita de propuestas arriesgadas como Presagio para seguir demostrando que tiene con qué crecer.
El cine argentino tiene sus propios exponentes en materia de thriller psicológico. El aura, de Fabián Bielinsky, sobresale como la obra maestra de los últimos años, pero fueron surgiendo más, como los films más autorales de Fabián Forte y como Presagio. Camilo (Javier Solís), un escritor ascendente, vive torturado por la muerte de su esposa y del hijo de ambos a causa de un accidente automovilístico. Trata de superar el trauma creando una nueva novela, pero sigue siendo acosado por la culpa (siente que pudo haber impedido la tragedia) y por algo más extraño y peligroso: una figura masculina vestida de negro, que oculta su cabeza con un paraguas. Un individuo que parece tener incidencia en su obra y en su cabeza. ¿De dónde viene ese hombre? ¿Tiene relación con al deceso de su familia? ¿Estará perdiendo la cordura o la amenaza es real? El director debutante Matías Salinas construye, desde lo estético y lo narrativo, un intrigante descenso a los infiernos. La atmosfera de misterio y paranoia es reforzada por secuencias oníricas, en la línea de la obra de Roman Polanski y David Lynch. También hay ecos de La mitad siniestra, novela de Stephen King llevada al cine por George A. Romero, y de El maquinista. Sin embargo, Salinas no cae en citas, como tampoco abusa de los simbolismos, y elige hacer su propio camino. Y además, a diferencia de gran parte del cine de género nacional, hace hincapié en los personajes. En este caso, Camilo y sus tormentos; la película está contada mayormente desde su punto de vista. Sin perder de eje la narración, y sin ponerse pretenciosa, la película habla sobre cómo lidiar con la pérdida de seres queridos, y también indaga en los mecanismos de la actividad creativa, su origen y su conexión con las experiencias de vida, especialmente los traumas. Javier Solís, en el rol del protagonista, debe cargar con el peso de la película, responsabilidad que cumpla de manera eficiente. Por su parte, Carlos Piñeiro interpreta al psicólogo de Camilo, quien irá atando cabos y tratando de que su paciente se autodestruya. Ambos actores comparten casi todas las escenas, y la química entre ambos ayuda a sostener el film. Ver Presagio implica sumergirse en una pesadilla intimista, y también muestra las capacidades de un director a seguir de cerca.
No se necesita demasiado cuando se tiene una buena idea y se la sabe contar claramente ¿Cuál es la realidad verdadera? ¿La que uno crea en su mente, la interpreta a su gusto y es capaz de divulgarla? ¿O la que un tercero mira desde afuera, objetivamente? Con estos interrogantes Matías Salinas, en su ópera prima, nos introduce en una historia simple desde lo argumental, pero compleja de llevar a cabo, para que el relato sea comprensible. El planteo es el siguiente: caer preso de la imaginación, convencerse y convencer a otros, que es real, o que no nos crean y nos juzguen por eso. Este duelo de conceptos filosóficos está encarnados sólo por dos personajes: Camilo (Javier Solís), un escritor treintañero que acaba de perder en un accidente con el auto a su esposa e hijo, y El psicoanalista (Carlos Piñeiro), que intenta ayudarlo en unas sesiones de terapia, para analizar, hurgar y encontrar todas las respuestas, a sus profundos interrogantes y reflexiones. El director utiliza para narrar el presente, durante las interpretaciones terapéuticas dentro del consultorio, una fotografía de color tradicional de estas épocas y, para los flashbacks contados por Camilo, dándole a las imágenes una textura que remiten a la década del ‘70, más granulada y desteñida aprovechando al máximo los recursos técnicos de los filtros de los lentes y las lámparas de iluminación. Además, para casi todas las escenas, tiene una música o unos sonidos incidentales siempre distintos, para generar adecuadamente los climas necesarios en cada una de ellas. El psiquiatra intenta destrabar los recuerdos de Camilo. Él, con su verdad, siente mucha culpa por lo sucedido. Todo el tiempo está atormentado y perturbado. Dice que lo sigue a todos lados un hombre de traje negro, descalzo y con un paraguas abierto que le cubre constantemente el rostro. El film recorre dos instancias en forma paralela, pero que van unidas entre sí. El cuento del accidente automovilístico, por un lado, y por el otro, la escritura de un libro con una antigua máquina de escribir, que ayuda al protagonista a desahogarse, y también a martirizarse cada vez que se le aparece el hombre del paraguas. El realizador encontró el tono justo para contar su historia, una mezcla de thriller con drama, donde la tensión y la intriga están presentes en cada momento. Austera desde el presupuesto, pero demostrando una vez más que no se necesita demasiado cuando se tiene una buena idea y se la sabe contar claramente. Durante el tratamiento, a través de la escritura en un cuaderno, por parte del psiquiatra, separa en cinco vivencias las acciones de Camilo manteniendo en vilo al espectador. ¿Hay que apiadarse de él?, ¿Dirá la verdad?, ¿Estará fabulando o shockeado? ¿Tendrá un bloqueo mental? ¿O la razón la tendrá el profesional? Los interrogantes son muchos, pero, para encontrar las respuestas, la seguimos en la próxima sesión.