Un fascista incriminado
Resulta gracioso pensar que el Hollywood contemporáneo nos ha privado de aquellos simpáticos mamotretos fascistas de otras épocas, películas políticamente chauvinistas e hiper conservadoras pero casi siempre entretenidas, con un sustrato payasesco autoasumido en cuando al desarrollo de personajes y proclives a un nivel de sadismo exquisito que en gran parte compensaba los desvaríos ideológicos de derecha más o menos tácitos. Esas tres características hoy por hoy brillan por su ausencia en un panorama mainstream que ha aplanado los exponentes del rubro con vistas a sacar productos anodinos, serios, demasiado extensos y repletos de estereotipos que ya no se sostienen por la falta de talento del equipo de turno -casi siempre asalariados sin ningún margen de autonomía creativa- y por la desaparición de los héroes inflados de antaño, para quienes no existen reemplazos dignos.
Basta con contemplar a Gerard Butler y los opus que conforman la saga que nos ocupa, Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013), Londres bajo Fuego (London Has Fallen, 2016) y Presidente bajo Fuego (Angel Has Fallen, 2019), para tener una idea de la mediocridad absoluta del cine industrial yanqui de nuestros días en lo que atañe a la acción y los thrillers paranoicos: el escocés, un actor medio de madera que viene necesitando un film que le permita esquivar sus tics, compone a Mike Banning, ese agente caricaturesco del Servicio Secreto que nunca se define entre el Jack Ryan de Harrison Ford y el Jason Bourne de Matt Damon, por supuesto sin olvidarnos de cierto aire al Rambo de Sylvester Stallone (cada uno de los tres componentes citados tuvieron su propia identidad, en cambio Banning es un engendro tan remanido que no consigue despertar ni un ápice de empatía).
Aquí la cosa ya está casi por completo tirada a la “región Sly” con el protagonista sufriendo de problemas psicológicos y físicos por su servicio y para colmo teniendo que huir cuando lo incriminan luego de un intento de asesinato con drones contra el presidente, Allan Trumbull (Morgan Freeman), quien termina en coma cortesía del villano, Wade Jennings (Danny Huston), otrora amigo de Banning y ahora CEO de una compañía paramilitar que pareciera anhelar una guerra total con Rusia. La película no sólo aburre a lo largo de sus innecesarias dos horas de duración sino que incluso no consigue entregar buenas secuencias de acción debido a que los CGIs más horrendos y las cámaras movedizas más insufribles lo cubren prácticamente todo, amén del gigantesco pecado del film de tomarse en serio a sí mismo como si a alguien le importase algo estos clichés con patas denominados personajes.
A decir verdad lo único bueno de la faena es la intervención -ya pasada la mitad del metraje- de Nick Nolte como Clay Banning, el padre veterano de la Guerra de Vietnam de Mike y en esencia otra figura conflictuada que abandonó a su hijo para vivir en el bosque más inhóspito. Presidente bajo Fuego coquetea con el nihilismo militante de la saga de Jason Bourne pero se conforma con la moraleja facilista de siempre, eso de que hablamos de unas “manzanas podridas” que inculparon al adalid fascistoide del imperio y que una vez extraídas del cajón todo vuelve a la normalidad: dicho planteo se podría pasar por alto -o generaría una obra retrógrada potable- si por lo menos la experiencia cinematográfica más burda, la de la ampulosidad de las secuencias de acción, fuese interesante, sin embargo el trabajo es tan repetitivo y previsible que destruye cualquier atisbo de verdadero disfrute…