Un pequeño festejo de cumpleaños trepa hasta los dos mil invitados: de allí al descontrol total sólo hay un paso, de allí a una revuelta y una anarquía adolescente sólo median litros de alcohol y cerebros vacíos. Una única intención: dejar de ser anónimos y convertirse en los populares de la escuela. La consecuencia: un barrio en ruinas. El mensaje que proponen los realizadores deja bastante que desear.
Con el recurso (en vías de saturación) de la cámara en mano y planos subjetivos, cualquier fiesta privada es más divertida que estos intrascendentes noventa minutos.
Hollywood sufre de una espantosa sequía de ideas y este hecho cada vez se nota con mayor asiduidad. Proyecto X se basa en el exagerado y sin sentido desborde hormonal adolescente, en el placer de la destrucción per se, sin medir consecuencias. Un derroche de recursos fílmicos y celuloide.