La casa y la vida por la ventana
En un mundo no muy lejano, en el que los dioses son cuatro o cinco personas contratadas para escribir un guión para un director satélite de la industria (una en la que los productores están muy por encima de los realizadores, por muchos logros personales que estos últimos tengan), yace un concepto, un ideal. Sea cual sea, escapa a toda intención de análisis y entendimiento por parte de un espectador de cine que acude a la sala en busca de, como siempre que va para ver una de Hollywood, un poco de entretenimiento.
Pero, por supuesto, también está Project X, del hasta ahora desconocido Nima Nourizadeh, la cual contempla, en pos del ideal que mencionábamos anteriormente, todo tipo de incorrecciones políticas y situaciones cómicas que rozan la pornografía infantil (incluso a veces hasta excediéndola), marcando además nuevos límites de lo que se puede y no se puede ver en la industria del cine.
Por supuesto, esto es arte, y aquí todo vale. Pero no. No en Project X, un producto más de consumo, que intenta abarcar de la forma más trillada que ha traído consigo el Siglo XXI (el infame mockumental), cientos y cientos de estereotipos que no hacen más que reafirmar una verdad incómoda, que está ahí, latente, no en el mundo no-muy-lejano que mencionamos al comienzo, sino en nuestro mundo, el que está fuera de la sala del séptimo arte.
Lo peligroso de obras como estas es la apología, la violencia visual y el mensaje que se da. De por sí, es un film muy inverosímil (sobre todo al promediar los tres cuartos de metraje, cuando la situación se torna tan caótica que ni el genio de Ben Stiller la podría solucionar), que por mucho que trata de castigar a los personajes a modo de corrección moral en un final agarradísimo de los pelos, no logra salvarse de la calamitosidad que fue en sus previos 80 minutos. Pero, indefectiblemente, tiene un mensaje.
Si esto intentó ser una nueva perspectiva a la temática infantojuvenil que sólo la cabeza de Greg Mottola pudo abarcar con soltura (y nobleza) con la obra maestra Superbad (2008), mal por la película. Si intentó ser todo lo contrario, y buscó dar un mensaje flácido sobre dicho tópico con el sólo fin de divertir, mal también.
Y, tal y como pasa con los acartonados protagonistas (el sacadito que lleva la batuta y se borra cuando las papas queman, el nerd que no se anima pero después -éxtasis mediante- se atreve a todo, y el gordito freaky que enternece la pantalla... todo filmado por un gótico que resulta ser un potencial asesino; y la lista de clichés continúa en un repertorio pocas veces visto), al fin y al cabo, la finalidad es una y sólo una: tirar la casa por la ventana.