Desde el estreno de Diablo, su ópera prima, Nic Loreti fue construyendo una carrera prolífica, con una característica única: la oda al antiheroísmo, a esos personajes que constituyen el fondo del tarro y se ven envueltos en situaciones tan extrañas como peligrosas. Se aprecia tanto en propuestas como Kryptonita, basada en la novela de Leonardo Oyola, como en las películas de Socios por accidente, codirigidas con Fabián Forte. Punto rojo no se aleja de esas preocupaciones.
Diego (Demián Salomon) aguarda dentro de un auto en medio de un desierto. Fanático de Racing, mata el tiempo participando en el concurso de un programa radial dedicado a su adorado equipo. No para de responder correctamente, se acerca a la instancia final, hasta que una persona aterriza en el capó del vehículo. Un hecho que permite revelar qué está sucediendo realmente: Diego lleva en el baúl a Nesquik (Edgardo Castro), y ambos pronto deben lidiar con una implacable agente (Moro Anghileri).
Partiendo del universo de su cortometraje Pinball, Loreti retoma la ferocidad de Diablo, con la diferencia de que ahora invierte la locación: ya no sucede en interiores sino en espacios abiertos, desolados. Al director le alcanzan con tres personajes para contar una comedia negra policial, donde nadie es inocente pero ninguno deja de generar algo de simpatía, sobre todo Diego y su fanatismo por la Academia. Otro punto alto reside en los diálogos, directos y con un nutrido catálogo de malas palabras que son parte de la identidad de los personajes -urbanos, rudos- y del film.
Demián Salomon, Edgardo Castro y Moro Anghileri sostienen el film y exprimen a sus personajes desde lo emocional y lo físico. Salomon en particular sobresale porque su personaje, al tener un poco más de desarrollo que lo vuelve entrañable, es el verdadero protagonista.
Punto rojo muestra a Nic Loreti en plena forma y presenta un universo que tiene condiciones para continuar expandiéndose.