Yo recuerdo…
Frente a una realización como Qué Extraño Llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013), uno debe aclarar dos puntos previos. En primera instancia, a pesar de que durante la vida del prodigioso Federico Fellini su obra tuvo una repercusión incalculable y su figura se transformó en sinónimo de desenfreno creativo y una enorme vitalidad, lamentablemente a posteriori de su desaparición física dicha influencia se ha ido reduciendo hasta casi esfumarse. Por supuesto que esta circunstancia pone de manifiesto la sonsera y el analfabetismo cinematográfico tanto de la crítica y el “público promedio” como de las nuevas camadas de directores, en especial si consideramos el bagaje teórico que el propio Fellini dejó a partir de La Dolce Vita (1960) para “comprender” nuestra contemporaneidad.
Más allá de su estatuto dentro del mundillo del séptimo arte, existe un segundo factor a sopesar al momento del análisis de uno de los máximos emblemas de la Italia de posguerra: hablamos del campo de los “films homenaje” que lo han tenido como protagonista de manera implícita o explícita, entre los cuales se destaca Fellini: Soy un gran Mentiroso (Fellini: Je Suis un grand Menteur, 2002), aquella meticulosa y fascinante aproximación a la ética de trabajo del cineasta. Prescindiendo en buena medida de la estructura tradicional del documental expositivo, hoy es nada menos que Ettore Scola el encargado de brindar su perspectiva sobre el que fue su amigo íntimo y colega. De este choque de “pesos pesados” surge una película interesante que sin embargo promete más de lo que finalmente entrega.
En el vigésimo aniversario de la muerte de Fellini, Scola construye un lienzo centrado en su relación con Federico, desde que se conocen en la década del 40 en torno a Marco Aurelio, una publicación satírica del período, hasta sus conversaciones acerca de un sinnúmero de tópicos, cuando ambos ya habían alcanzado la cumbre de sus respectivas carreras. Así las cosas, el director decide combinar ficcionalizaciones de hechos históricos, algunos registros visuales, entrevistas en off, detalles varios de índole surrealista, una multiplicidad de “citas fellinescas”, fragmentos de todos sus opus, un narrador omnipresente que remite a su homólogo de Amarcord (1973) y una arquitectura general en sintonía con los documentales reflexivos, orientados a señalar con sarcasmo los “hilos” del relato que apuntalan la ilusión.
Si bien el enfoque ameno y nostálgico de Scola resulta valioso en lo referido al “retrato humano” y la profusión de anécdotas entrañables, también es cierto que para los que conocemos de sobra el derrotero y el ideario del maestro, Qué Extraño Llamarse Federico no aporta mayores novedades a lo ya trabajado bajo el mote de la “génesis profesional”. Por suerte las buenas intenciones del realizador logran hacernos olvidar que el convite en cuestión es su regreso luego de diez años de ostracismo, el cual a su vez estuvo precedido por una etapa de propuestas fallidas cuyo último eslabón fue Gente de Roma (Gente di Roma, 2003): lejos quedaron los tiempos gloriosos de Feos, Sucios y Malos (Brutti, Sporchi e Cattivi, 1976) y Un Día muy Particular (Una Giornata Particolare, 1977), aunque el automatismo de este Scola octogenario no impide que disfrutemos de un montaje final en verdad maravilloso, sustentado en las remembranzas que despierta tamaña leyenda…