Más Michael Moore
El eximio documentalista sigue buscando soluciones para su país y en esta ocasión viajó a Europa para tomar prácticas que a su vez están inspiradas en ideas estadounidenses.
El genial Michael Moore sigue indagando en las cuestiones sociales de su país, los Estados Unidos, y en cada película desnuda las miserias de la superpotencia al punto en que dan ganas de pedirle que deje de pegarle por un rato para que le dé tiempo al gigante a recuperarse para el siguiente round.
Claro que para el creador del ciclo "La Cruda Verdad" (The Awful Thruth) y de filmes como "Bowling for Columbine" –por el que ganó el Oscar- probar sus puntos no es muy difícil por lo que en esta ocasión decide viajar (invadir, según él) a varios países habitados por "gente blanca y con nombres pronunciables" para reclamarlo como propio (clavando la bandera en ese territorio) tomar aquello que su país necesita
La idea es divertida, y parodia abiertamente la actitud de los Estados Unidos de George W. Bush durante la invasión de Afganistán (2001) y de Irak (2003) en la que ese país buscó hacerse con la producción mundial de amapolas (de donde se extrae el opio con el que la CIA financia sus operaciones) y del petróleo respectivamente.
Sin embargo, acá Moore no busca hidrocarburos ni bienes materiales y por eso viaja a Italia, donde su mandíbula no logra cerrarse a medida que escucha el testimonio de una pareja que le muestra los beneficios de tener 12 feriados, 15 días de luna de miel y 35 días de vacaciones totalmente pagos así como un aguinaldo completo en diciembre; para luego "invadir" Francia a fin de hacerse con el sistema de alimentación escolar, en el que los niños aprender a disfrutar comida gourmet, a apreciar el arte en su máximo esplendor, pero por sobre todo a cuidarse en el plano sexual. "¡Si los franceses te tienen lástima en algo es porque estás haciendo algo realmente mal!", dice el documentalista al final de ese viaje.
Y la aventura sigue con un viaje a Finlandia en el que Moore estudia las ventajas de un sistema educativo que, de ser algo obsoleto y aburrido como el de Estados Unidos, pasó a estar en la vanguardia del mundo con una simple ecuación: menos horas de clases y más tiempo para jugar; "para ser niños", según los directivos de la escuela que visita.
El asombro de Moore no culmina sino que se amplía con una visita a Slovenia para comprobar que, efectivamente, allí la universidad es gratuita y su asombro se escapa al infinito cuando encuentra a sus propios compatriotas, jóvenes que han debido emigrar de la "tierra de las oportunidades" para poder estudiar de manera gratuita y no endeudarse de por vida para obtener educación de calidad,
Sin embargo, las palmas se las lleva el sistema carcelario de Noruega, un país que coloca la dignidad humana por sobre el rencor y la venganza que puedan inspirar los actos criminales; y hace foco en el padre de un joven que fue víctima de un neo-nazi que asesinó a tiros a 77 adolescentes en la isla de recreo, y que así y todo rechaza la pena de muerte.
Y el viaje sigue por otros países de Europa como Portugal e Islandia, y llega incluso a Túnez, en el que muestra que, pese a profesar la religión islámica, el trato a las mujeres allí es totalmente diferente al que idealiza el imaginario popular.
La película cuenta con una impresionante producción que el documentalista desplegó por todos los países visitados, una grupo para cada nación a fin de hacer más efectivos y lo menos contaminados posible los informes, y el humor de Moore hace el resto.
Si el espectador es aficionado a este documentalista, podrá encontrar una muestra más de que su humor y sarcasmo hacen sumamente llevaderas sus entrevistas (como cuando les pregunta cuántas puñaladas han recibido a los presos que "viven" en las cárceles noruegas) y también como su tacto se aplica en el momento justo para que el público no se sienta incómodo de reírse por una situación que no lo amerita. Si usted reconoce allí a varios de los productos que inundan los ciclos periodísticos argentinos, es porque su estilo inspira a alumnos que, sin embargo, no han concurrido a todas sus clases.
En definitiva, ¿Qué invadimos ahora? es una película de visión casi obligatoria no sólo para los norteamericanos sino también para cualquier argentino que, con la cabeza abierta, quiera imaginar mejores formas de hacer las cosas. No le haga caso a los críticos que le dicen "es otra película más" y dese una oportunidad de aprender durante dos horas de una persona que busca incansablemente cómo mejorar el mundo.