Remakes nunca fueron buenas
La fórmula ganadora de la notable ¿Qué pasó ayer? quedó intacta para esta secuela. Los tres mismos personajes atraviesan una amnésica jornada en la que reconstruyen una noche de descontrol y juerga extrema. Otra vez perdieron a uno de los integrantes del grupo, otra vez se encuentran con desconocidos que los recuerdan con cariño y con otros que corren tras sus cabezas, una vez más recorren lugares inverosímiles, siguiendo pistas que los guían por caminos absurdos. De vuelta el desmadre es soslayado, y la más desaforada acción no se muestra; mediante indicios el espectador, junto a los protagonistas, logra hacerse una idea de los sucesos precedentes.
Si antes la acción se centraba en Las Vegas, aquí los compañeros se movilizan a Bangkok, Tailandia, con motivo de las nupcias de otro de ellos. No es casual que el punto neurálgico de la prostitución y el turismo sexual haya sido el elegido para esta secuela, más allá del atractivo paisajístico que tenga para ofrecer la ciudad. Si bien los personajes no van al país con otra intención que asistir al casamiento, la película podría ser leída como una invitación a perderse en el descontrol y la desregulada oferta sexual de la capital, y como otra desgraciada mirada hedonista y etnocéntrica, de esas que retroalimentan una realidad social acuciante y lamentable.
Cabe apuntar que los guionistas, al ser conscientes de que están repitiendo prácticamente al dedillo los elementos de la entrega anterior, redoblaron la apuesta por el desenfreno extremo, llegando a giros de guión que fuerzan demasiado la verosimilitud. Uno de los protagonistas es baleado, a otro se le corta un dedo, se ven implicados en una trama de narcotráfico y venta de armas, -con policía infiltrado incluido- y un sinfín de elementos inconexos que, acumulados, delatan una voluntad de impresionar más que de dejar un libreto coherente. De esta manera, la pesquisa “policial” se ve enormemente perjudicada. Asimismo, los personajes están mucho menos trabajados y tienen reacciones poco creíbles, como las muecas y el griterío histérico de Ed Helms, en un rol demasiado desencajado para lo que solía ser su personaje.
Dejando de lado estos (nada menores) detalles, queda aún algo de ese fulgor que caracterizaba la entrega anterior. Las cambiantes situaciones y locaciones impiden que la atención decaiga. El director Todd Philips integra buen ritmo, una incorrección política estimable –basada en el lado oscuro de los maridos pulcros, atentos y “perfectos”-, aire fresco y una vitalidad festejante. Muy lejos de su precedente pero sin dudas algo mejor que la anterior película del director –Todo un parto con Robert Downey Jr.- ¿Qué pasó ayer? Parte II, tiene la energía suficiente como para que la experiencia sea llevadera a pesar de todo.