¿Qué pasó ayer? Parte 2

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Reescrituras

Continuar no es lo mismo que rehacer. Rehacer no es lo mismo que reescribir. Pero borrar con el codo no es escribir.

Desde el vamos, la idea de una continuación, de una segunda parte es un punto de partida fallido: esta versión de ¿Qué pasó ayer? es precisamente eso: una versión, una reescritura, pero no una continuación ya que no se recuperan ejes abiertos de la película anterior.

Al mismo tiempo, en tanto relectura y reescritura, estamos ante una película deliberadamente salvaje, mucho más orgiástica que la original, pero al mismo tiempo sumida en una paradoja: aunque en Bangkok las cosas que pasan multipliquen por 20 lo sucedido en Las Vegas, la sensación de peligro, de inestabilidad, de duda que había en la primer película se desvanece por completo. Y no creo que se deba que en esta película la novedad de la borrachera ya no sea el centro, como si podía serlo en su predecesora, sino que en ¿Qué pasó ayer? Parte 2 hay algo de cálculo, de frío escalpelo de guión, que muestra sus dientes y costuras: ahí en donde la salvajada era una apertura a lo desconocido, aquí se resuelve con relativa rapidez. Quizás entre otras cosas se deba a que en la “primer parte” la cantidad dejaba paso a la calidad de los enigmas, algo que permitía estirar el suspenso y la ambigüedad. Aquí en cambio son tantas las barbaridades y giros de timón de la noche de juerga que es la misma duración de la película la que termina poniendo coto a la desesperación por reconstruir una noche de amnesia.

Al mismo tiempo hay un detrimento mayor: ahí donde ¿Qué pasó ayer? ponía en el centro las fantasías y frustraciones de cuatro hombres adultos y un niño grandote, como es el personaje de Galifianakis-desaprovechado y convertido en una marioneta perfecta pero sin un ápice de humanidad-, aquí concentra todo en el personaje de Stu (el gan Ed Helms), dejándode lado al resto, haciendo así que esa historia de represión, matrimonio y vida adulta de la película original de paso a su versión lavada, un poquitín moralista y por qué no, simplificada (mientras en la primera los personajes se liberaban de algún modo gracias al encuentro metafórico de la bestia dormida interior que despliega Galifianakis, aquí el asunto es más bien un error de cálculo).

Quedan, claro está, notables ideas en el camino hacia la reconstrucción total de los hechos: un mono (fumador) vendedor de droga con una camperita de los Rolling Stones, un monje budista que ha presenciado todo el descontrol pero se ha sumido en pacto de silencio, un tatuaje y un incendio, varios travestis alegres, una ciudad infernal, secuestros, dedos cortados y el pene más diminuto del mundo. No voy a negar que el asunto funciona, pero mucho menos. La máquina se fuerza demasiado para llegar a donde llega y lo hace sacrificando originalidad, personajes y calidad en los gags, además de complejidad en su premisa sobre el matrimonio (algo que la predecesora de esta “saga” mantenía como lazo con la otra gran película de Phillips que es Old School).

El resultado no es insatisfactorio, pero de haber una tercera, quizás Phillips debería pensar en pegar el gran salto: una noche que no se recosntruya jamás y de la cual sólo queden vestigios ambiguos e imposibles de reconstruir: es la pesadilla de la monogamia como moral rectora la que se lo impide y nos niegue, quizás, una verdadera salvajada.